Aquel sueño de pescar un salmón con mosca comenzó a tomar color en el 2012 cuando conocí a Edgar a través de fly dreamers, sus publicaciones pescándolos en la Patagonia chilena me dejaron pasmado, no tardé en ponerme en contacto con él para que me cuente como hacía, por lo q sabia era una odisea tentarlos y otro tema a parte lograr landearlos. Luego de semanas de charla y entusiasmado por lo que me contaba, decidí darle forma a este sueño y le reserve unos días a mediados de diciembre. Fecha que él considera una de las mejores, puesto que los runs en los ríos de coyahique, región de Aysén, comienzan en octubre y para diciembre ya están la mayoría metidos adentro, por lo cual tenemos más oportunidades, además están prácticamente recién entrados, si consideramos que su fecha de desove es en abril, a la vez súper frescos y con una fuerza descomunal. A pocos días del viaje Edgar me advierte que las lluvias no cesaban por lo tanto ya se estaban empezando a enturbiar los ríos, y bajo estas circunstancias, ni con "fierro" los movíamos. Ese viaje se pospuso, y debido a las reservas que Edgar tenía en diciembre y enero, recién pudimos arreglar para la primer semana de febrero. Me advirtió que los salmones no se encontrarían plateados, sino más bien en un tono marrón dorado, pero q d todas maneras, aun en esta época, sus cuerpos siguen estando macizos y fuertes.
Un piloto amigo del trabajo con el que nos vamos a pescar cuando nos toca volar juntos, se entusiasmó cuando le conté que iba a viajar a Chile y se sumó al plan.

Llegada la fecha volamos a Santiago y de ahí a Balmaceda, poblado de veintipico de casas, pero que debido a su geografía llana, el aeropuerto de la región fue construido allí. Al arribar, Edgar nos estaba esperando, para mi asombro, vestido como guía!! Están cansados o tienen ganas de pescar? nos dijo. Eran las 17 hs. creíamos que nos llevaría a coyahique a acomodarnos, dejar todo listo y a la mañana siguiente arrancar temprano. Aun faltan 4 hs para q oscurezca, vamos a pescar unas truchas y mañana nos dedicamos a los salmones, asintió.

Fuimos a uno de los arroyos que veíamos serpentear cercano al aeropuerto cuando estábamos aterrizando. Armé una caña #4 y mi amigo Guillermo una #5 que lo ayudaría a lidiar un poco con el viento. Edgar nos pasa de su caja unas chernobyl del 10 y dice, empiecen con esta! los piques comenzaron a sucederse uno tras otro. Las truchas oscilaban entre 30 y 45 cm. pero muy vigorosas. de todas maneras el tamaño era lo de menos, lo lindo fue que recién llegábamos y ya estábamos pescando, y al mejor estilo Córdoba como a mí me gusta, sólo que requería estar más atento para no errar el pique porque en las correntadas las truchas subían muy rápido y en los remansos el viento tendía a dragar la mosca. Nos agarró la noche en un alero del rio donde una buena marrón estaba selectiva y no había con que darle. Decidimos dejarla tranquila, por ser el primer día ya había sido suficiente.

Al día siguiente partimos rumbo a la confluencia del Blanco y el Huemules donde nace el Simpson. Al verlos me sorprendieron porque no se parecían en nada a lo que me había imaginado, no tenían pozones largos, grandes rocas y cascadas, eran más bien chatos, angostos y con fondos pedregosos. De todas maneras gran parte de los runs de la región remontan por allí. Edgar me cuenta que es un espectáculo verlos surcar el agua con todo su lomo afuera. Favorecidos por la luz del sol, la estrategia sería primero ubicarlos y después ver a donde le haríamos los lances. En dicha junta avistamos solo 5, al igual que en un par de pools más abajo, un número muy pobre si se considera la cantidad en la que se mueven los cardúmenes de salmón. De todas maneras insistimos con distintos patrones a ver si teníamos suerte pero no logramos llamar su atención. Edgar decidió remontar el Blanco; de fondos arenosos y piedras lajosas, este rio se abre paso entre montes de lengas. 

Comenzamos a seguir a Edgar que caminaba apresurado, confiado de lo que hacía, pero a mí los sucesivos hatch me demoraban la marcha; las marrones se estaban atracando de pequeñas Stone; pero decidí continuar para no perder tiempo. Alcanzo a Edgar que no estaba tan interesado en las truchas y se esforzaba mas en divisar a los King, que en definitiva era por lo q habíamos ido. En una curva, una buena marrón se delata con un rise, llamando mi atención nuevamente y haciendo que me detenga, a esta tenía que tirarle. No llego ni a sacar línea que Edgar me chista desde los pastizales de un barranco, mirando un pozo pozo y agazapado como un puma, entiendo lo que sucede pero me cuesta creerlo viendo las características del pool, no obstante me doy la vuelta para llegar por detrás de él. Ahí estaban, dueños y amos del rio, alrededor de 20 salmones que no cabían a lo ancho del curso de agua, yendo y viniendo, agolpándose y reacomodándose, como si una suerte de estatus social les diría quien va primero y quien al final. Sus portes me dejaron petrificado, no sabía si tirarles o quedarme apreciando semejante despliegue subacuático. Un salmón saltó completo fuera del agua rompiendo la calma de la superficie, eso fue suficiente para despabilarme y hacerme saber que no estaba viendo un documental, y que el agua no mentía sobre sus tamaños. Dejo la #4 y tomo la #10, Edgar con cautela comenzó a darme indicaciones de donde pararme y como tirar, se veía fácil porque los lances no exigían más de 15 m. desde donde debía pararme. El desde arriba del barranco seguía mi mosca y el comportamiento de los King.

 El pozo no tenía un gran caudal en su cabeza por lo que me obligaba a estripear en vez de dejar que la mosca nade hacia sus narices, pero en todos los lances se repetía la misma historia, la mosca caía, bajaba y ellos se abrían paso mientras la recogía, cambiaba la mosca, cambiaba la velocidad del streap; hasta cambie de posición y comencé tirando rio arriba, repasando en mi cabeza todas las técnicas del método Rondini a la vez que escuchaba indicaciones de Edgar. Pero ahí seguían, inmutables. La impotencia me dejó perplejo, jamás había tenido tan al alcance de la mano semejante cardumen de peces y no pescar ni uno. Sabia q esto iba a ser difícil pero creía q era más una cuestión de poner bien la mosca, mas que de actitud del pez. Edgar notó mi desconcierto y me alentó diciendo que por lo menos ya los habíamos visto, así que luego de almorzar iríamos mucho más arriba, a la zona de Los Saltos del Huemules, el último paraje a donde llegan los salmones sobre este rio. Después del refrigerio subimos a la camioneta y luego de varios km. de ripio y cruzar unas tranqueras llegamos. Las características del entorno cambiaron por completo, el rio corría entre un frondoso bosque de ñires y coihues que alfombraba los cerros, acá era más rocoso y rápido debido al desnivel, formando reiteradas caídas de agua y pozones. Un paisaje imponente, abrazador. 

Comenzamos a caminar rio abajo pero no los veíamos por ningún lado, era evidente que aun no habían llegado hasta tan arriba. Esta pesca es así, uno debe estar buscándolos permanentemente, debido a que están moviéndose constantemente y permanecen muy poco tiempo en el mismo lugar. Puesto que ya estábamos ahí y para no desperdiciar el resto de la jornada, nos dedicamos a las truchas; el Mañihuales, que era otro rio del cual Edgar me había hablado, estaba muy lejos de ahí. Los tamaños de las truchas aquí eran similares a los del arroyo cercano al aeropuerto pero la cantidad era más notoria. Llegue a sacar hasta seis truchas en una correntada y así era en todas. Pique tras pique. Mientras me alejaba y pasaba a otro tramo, detrás de mí las truchas seguían tomando como si ahí no hubiese pasado nada, parecía que en su vida habían visto una mosca y dudo si vieron un pescador si quiera. Y no es para menos, Coyahique (entre rios) tiene una infinidad de arroyos y lagunas, además de 5 ríos importantes con una gran población de truchas residentes, y por los cuales los salmones suben todos los años; con tan solo 50 mil habitantes y siendo principalmente los turistas quienes pescan, es lógico que la presión de pesca sea ínfima.

De vuelta a la cabaña, le confieso a Edgar que me crié en las sierras de Córdoba y por lo tanto la pesca fina me encanta, por eso al día siguiente camino al mañihuales, se desvió para que conozca un spring creek. Un curso de agua que renace todas las temporadas cuando el rio alcanza su máximo caudal favorecido por las lluvias de verano originando este pequeño brazo que recorre un valle de florcitas silvestres hasta verter sus aguas en una lagunita. Tanto en el lecho como en el medio del cauce hay juncos y otras plantas acuáticas que proveen de refugio para las pintorescas marrones que se adentran al spring creek en busca de alimento. Pescamos arrodillados y desde una distancia considerable para que nuestras pisadas no perturben a las truchas. Fue como estar en un catálogo Hardy.

Por la tarde llegaría la frutilla del postre de nuestro viaje. Íbamos camino a los cajones del mañihuales. La ruta corre paralela al rio y al pie de la montaña. Quería tirarme de la camioneta al ver las correderas largas y profundas con grandes rocas y arboles sumergidos que perecen a causa de los aludes. Un rio para skagit a full. 

Edgar apaciguó mi entusiasmo cuando me dijo que los salmones ya habían pasado por ahí. Si ese lugar me había encantado, cuando llegue y vi donde pescaríamos, quede obnubilado. A esta altura el rio era más trabado; venía haciendo saltos entre paredones y arboles cruzados en el rio; inmerso en un frondoso bosque, era digno de una postal de la Columbia británica. Nos asomamos desde lo alto de una pared para ver mejor un pozo y estaba tapizado de cola a cabeza de salmones. Quien bajaría primero seria Guillermo. Con Edgar nos quedamos arriba para tener una mejor visión y darle indicaciones de lo que sucedía. Se paró perpendicular al pool y comenzó a lanzar rio arriba, adentro de la caída de agua para que le ayude a bajar la mosca, corrigiéndola aguas abajo para que nade de cabeza a los salmones. Así repitió 4 lances, hasta que aceleró el streap para sacar rápido su mosca de lo hondo y probar con otra. Eso fue un detonante; un salmón la arremetió robándose un metro de línea de las manos de guille en el primer cabezazo, la pelea duró un eterno minuto antes de que agarre corriente abajo llevándose el shooting y dejándole de recuerdo dos dedos quemados. Fue espectacular. Nosotros nada podíamos hacer desde arriba; y el menos, no era el Rio Grande precisamente como para correrlo por detrás. Edgar me acompaña hasta el próximo pool mientras mi compañero armaba su línea nuevamente. Al asomarnos, no veíamos el fondo de la cantidad de salmones que había. Edgar me da unas indicaciones y regresa con guille. Me paro detrás de una piedra en la cabeza del pozo y voy dejando bajar la intruder chartreause lentamente, que vaya derivando hacia sus narices. Cada tanto le iba propiciando unos toquecitos con la puntera. Cuando estaba por probar de otra manera, siento una tensión y ante la duda de si era piedra o pez, clavo con la mano como con un tarpón; mi duda se despejó automáticamente al ver saltar dos veces a esa hembra. Comencé a los gritos para que vengan rápido los chicos. Exigía al limite la Xi3 cada vez que se me quería ir rio abajo, tratando de darla vuelta para que no me suceda lo mismo que a guille. Siguió dando pelea un rato mas en el pozo queriendo pasar entre las grandes rocas del fondo y zafarse pero el Máxima de 20 lb fue determinante para que eso no suceda. Para ese entonces ya tenía la muñeca acalambrada y maldecía por no haberme traído la #12; hasta que por fin logré arrimarla y tomarla entre unas piedras. Tenía una coloración cobriza como me había cantado Edgar, un fuerte olor a pescado y aun estaba muscularmente firme. Fotos, risas y adrenalina; un cocktail de emoción al que más tarde se le añadió un toque desazón y amargura cuando repetí la misma estrategia y un macho enorme no me dio tiempo ni a una foto con la vara arqueada, corrió cual tren hacia el pool de abajo y siguió y siguió; el reel le puso su amor hasta donde pudo. Me dejó un lindo shooting para la #4 y las patitas tiritando. 

Me senté a armar todo nuevamente pero con las manos temblorosas se me hacia complicado. En esas siento unos chiflidos y alaridos de festejo que provenían de rio abajo. Eran los chicos gritando de felicidad, guille había prendido otro salmón y esta vez Edgar se había parado en la cola de la corredera para espantarlo con chapoteos cuando este tienda a encarar hacia abajo. Al cabo de varios extenuantes minutos de forcejeo Edgar se fue acercando por detrás y logro empujarlo hasta la orilla. Por su condición física estaba en sus últimas semanas de vida. Dientes como barracuda, jorobado y con sus aletas carcomidas, era una bestia prehistórica que pertenecía a los primeros run de primavera. Sin querer causarle más maltratos que los naturales y pensando en cómo un animal puede cambiar tanto en tan poco tiempo su fisonomía, lo devolvimos rápido al agua para que pueda culminar su ciclo de vida y que no haya sido en vano su regreso a casa.


Con guille no lo podíamos creer, nos abrazábamos y Edgar no quedo afuera de la celebración. Yo había cumplido más que un objetivo, un sueño personal. Guille por su parte que hace solo dos años comenzó a pescar con mosca, aprendió nuevas técnicas según el ambiente y hasta también tuvo la suerte de verse cara a cara con una gran bestia. Agradecidos no sólo por la experiencia que vivimos sino también por los lugares soñados que conocimos y la atención brindada, nos fuimos pensando en regresar este año con más tiempo para ir a los buenos lugares de truchas y hacer alguna flotada, pero más temprano que ahora para pillar de paso a los salmones frescos; aun que algo me dejó intrigado, si tienen esa energía luego de varios meses sin comer, de venir golpeándose con las piedras, peleando entre ellos y contra la corriente, no me puedo imaginar la fuerza que deben tener recién entrados estos asombrosos mutantes del Pacífico.