A principios de diciembre de 2013 partimos junto con Benjamín Marolda rumbo a Río Gallegos. Allí nos esperaba Juan Manuel Biott quien junto a sus padres, Pedro y Fernanda, acababan de abrir las puertas de su casa: La Estancia río Pelke. 

Escondido entre hileras de álamos que la protegen del viento patagónico, se encuentra el casco estilo ingles construido en 1942. Resulta interesante escuchar la historia reciente de la Estancia alrededor de la cría de ovinos: arreos de piños de ovejas de hasta cinco mil animales que duraban un mes, épocas de esquila con su propio folklore, temperaturas que en el invierno alcanzaban los 30 grados bajo cero, sistemas de radio para comunicarse entre estancias y víveres guardados en un sótano enclavado en la montaña. Estas son algunas de las anécdotas que nos contó Pedro entusiasmado, dejando entrever el cariño que lo une al lugar.

El río Pelke, que en la lengua tehuelche significa "pequeño", corre suave y tortuosamente por la estepa, revelando la poca pendiente que posee el terreno. Se trata de un río de agua clara, que ha calado el terreno generando paredones de hasta dos metros de altura donde anidan bandurrias. Basta con subir a una lomada para observar los kilómetros de río en la inmensidad de la estepa. Antiguamente estaba poblado solo por fontinalis, pero lentamente están siendo desplazadas por la trucha marrón.

Aguas abajo del casco de la estancia se, el río Pelke se une con el Coyle (Coy: “agua", Le: “laguna”), un espectacular spring creek con gran cantidad de vegetación acuática, colmado de perfectos escondites para las truchas. Sus aguas color té atraviesan en su recorrido lagunas y bañados en los que habitan flamencos rosados, macas y numerosas especies de patos. 

A lo lejos se asoma la Cordillera de los Andes, recortando los picos de las Torres del Paine. Se trata de una región de clima seco con un régimen anual de lluvias que no supera los 150 milímetros. Guanacos, liebres, zorros, cauquenes y choiques son parte de la fauna que uno cruza casi en todo momento. La estepa tiene un atractivo especial donde uno enseguida siente la sensación de soledad e inmensidad.

Previo al viaje hable con Mario Capovía del Cet, quien me aseguró que con chernobiles tuvo una muy buena pesca algunos años atrás. Aquel corto cruce de palabras cargó aun más mi entusiasmo. 

Apenas llegamos, nos sorprendió una inusual lluvia de 20 milímetros que fue suficiente para darle un aspecto turbio al río Pelke. Tardaría un par de días en recuperar su claridad. Utilizando pequeños streamers y ninfas, pescamos algunas truchas.

A la mañana siguiente, camino a una sesión de pesca en el río Coyle, nos vimos envueltos en una escena de la naturaleza en su estado más puro. A lo lejos, un zorro gris al trote acechaba a un choique con sus charitos. Del lado opuesto, otro zorro agazapado espera su oportunidad para hacerse de una de las crías. Entre tanto, dos caranchos sobrevolaban al nervioso choique en estado alerta. Uno de ellos aterrizó a pocos metros para distraer, mientras que el otro se tiró sobre la más rezagada de sus crías. Al darse cuenta de la situación el choique desesperado quiso espantar con las alas abiertas al intruso. Era demasiado tarde, una de sus crías estaba sin vida entre las garras del carancho que se elevó rápidamente. 

Impresionados por la escena e invadidos por una sensación de lástima, entendimos que son las reglas de la naturaleza.Seguimos nuestro camino y un chorlito cabezón (Oreopholus ruficollis) corrió delante nuestro por la huella del camino sin querer levantar vuelo. Algunos metros más adelante nos topamos con la cría del zorro, que nos miraba curioso, mientras espera los resultados de la cacería de sus padres. Entre las matas negras (junellia tridens), un arbusto típico de la estepa que no supera el metro y medio de altura, nos observaba atento un búho ñacurutu (Búho virginianus nacurutu). La naturaleza es un condimento fundamental de la pesca y estas escenas son propias de lugares poco transitados por los seres humanos. 

El Coyle en reiteradas oportunidades se bifurca formando pequeños brazos. Sobre el final de la tarde, nos encontrábamos pescando en uno de ellos, cuando lejos vi que Benjamín había clavado una trucha grande en otro de los canales. Nos acercamos hasta donde estaba. Era un macho marrón lleno de lunares, con manchas tornasoladas en su opérculo. Impresionaba el lugar donde estaba este pescado, pero Benjamín no dejaba un rincón sin explorar. Contentos por esta espectacular captura, era hora de unos buenos mates condimentados con "té pampa" (Satureja Darwinii), un pequeño arbusto aromático achaparrado que crece en la estepa, acompañados de espectaculares galletas preparadas por Fernanda. 

Al día siguiente, la lluvia y el viento habían cedido. Caminamos lentamente alejados del canal principal. La superficie del agua era un espejo que dejaba al descubierto cualquier movimiento. Cuanto más alerta están las truchas, cualquier ruido extraño es seguido por una corrida desesperada. No estaban ni siquiera a distancia de tiro y frente a la más mínima señal de peligro huían a toda velocidad trazando una estela en la superficie. Llegamos a un tramo donde el río se ensancha, decidimos sentarnos y observar los movimientos de las truchas por unos minutos. Enseguida empezamos a ver como iban y venían patrullando la zona. En varias oportunidades vimos como venían, miraban la mosca y se daban la vuelta. Afine mi tippet a 3X (0,20mm) y probamos unas cuantas moscas pero no lográbamos que piquen. Finalmente tenté a una fontinalis con una pequeña hormiga, un pescado chico que me regaló una situación de pesca cargada de suspenso.

Los días de pesca terminaban tarde; oscurece cerca de las 23. Algunos sorbos de whisky iban bien para recuperar calor. De vuelta nos esperaba Pedro con un espectacular cordero hecho a la cruz. Se armó una guitarreada con un gran repertorio de Juan Manuel quien nos sorprendió con su nivel.

En nuestro último día, decidimos ir a una sección del río Coyle. Juan recordaba haber ido por ultima vez siendo un chico. Recordando la charla con Mario até un chernobyl a mi tippet. Caminamos hasta un punto donde el río hacía dos curvas en forma de "S". Debía haber una buena trucha esperando su alimento. 

Donde el agua vuelca, vimos una muy buena marrón que asomaba su lomo mientras se alimentaba apenas debajo de la superficie. Lo miré a Juan para constatar si había visto esa subida y me dijo: "es una buena". 

Con la quietud del ambiente supe que seguramente tendría una sola oportunidad. Intenté mi mejor cast, mi chernobyl cayó suave dos metros aguas arriba de donde se encontraba la trucha para derivar lentamente hacia ella. En ese momento, toda la quietud se interrumpió por una sutil subida y mi mosca desapareció, clavé y la vimos saltar. Enseguida buscó liberarse de mi mosca con las algas. Traté de frenarla y desapareció toda la tensión de mi línea. ¡El anzuelo estaba partido! Juan me miró sin poder creerlo, se lamentó y me dijo: "creo que era la más grande que vi en esta zona". Aún con cierta adrenalina, lamento la pérdida pero me siento contento por haber vivido ese momento. Cierro los ojos y vuelvo a reproducir una y otra vez ese pique desafortunado. Volveré a buscarla el próximo año.