Empecé a pescar con Julio durante los 90’ cuando tenía 14 años. El y mi tío Teótimo eran muy amigos y pescaban juntos desde los años 80’. Ambos eran eximios pescadores en todas las modalidades y para mí era fascinante poder compartir la pesca con ellos. Además me hacían reír a carcajadas con sus permanentes chanzas y bromas. Julio era una de las personas más graciosas y originales que he conocido. Julio nos dejo demasiado temprano. Su legado sentó las bases de lo que es hoy en día la pesca con mosca, spinning y baitcast de dorados, pacúes y salmones de río. Fue un innovador en todo sentido. Además fue un pescador de una habilidad única. Jamás he visto a alguien manejar todas las modalidades de pesca con tanta facilidad y eficiencia. Fue alguien muy generoso conmigo, que me enseño muchos secretos de pesca desinteresadamente. Mi intención con esta nota es convocar a quienes fueron sus amigos y mejor lo conocieron a escribir acerca de Julio. 
Armando Frangioli
Nació en una familia de cazadores y pescadores pioneros de la pesca del Dorado en el Alto Paraná. Su abuelo fue uno de los primeros que se lanzaron al Río Paraná en la búsqueda del Dorado con cucharas hechas del paragolpe de un Ford A y forjadas a mano en el negocio que poseían. Así en la del 30 y del 40 ya conocían las técnicas y los estilos con los cuales podían pescar un Dorado a trolling.
Julio fue sin ninguna duda la reencarnación de un pez en un hombre.  Por cosas de la vida no tenía escamas ni aletas pero para mí  pensaba  y vivía como los notables peces del Paraná. 
Fue un excelente cazador y pescador,  pero quizás su mayor virtud era saber leer el río y su entorno.

Vivió el HOY como rico,  pescó y cazó como millonario a pesar que en los últimos años su billetera habitualmente estaba vacía. Lo recuerdo en una cálida siesta chaqueña, sentado en el living de su casa desnudo escuchado Jazz en disco de pasta en una vieja vitrola y al verme decir: “aquí estoy, en bolas pero feliz!” Así vivió.

En la década del 80 nos propusimos experimentar el flycast, nos iniciamos con una vieja Hardy de fibra de vidrio en una plazoleta de Resistencia ante la mirada de los asombrados transeúntes chaqueños, después de los primeros aprendizajes fuimos al río a probar este inédito sistema de pesca en la región y con una gastada línea de flote al apoyar por 2da. o 3era vez la mosca pescamos un hermoso dorado. Desde ese momento habíamos encontrado el juguete y la atracción que duró toda la vida para Julio y perdurará siempre en mí.

Luego vinieron los viajes a Rosario y Buenos Aires en busca de mejores equipos, siempre con la
idea de usar equipos livianos con líneas de flote  y streamers  que para Julio tenían que ser negra SI o SI. Yo era más innovador y me gustaba probar con colores, Julio me criticaba siempre por esa actitud.  Ahí conocimos amigos que vivían y respiraban apasionadamente este estilo de vivir y pescar

Compartimos con Julio Riva muchos campamentos, el no era afecto a colaborar en la limpieza de los utensilios de comida y de cocina, barrer, etc. Una vez no pudiendo eludir la obligación cargó todo en un cajón y se fue hasta una pequeña cascadita del río. Al demorar mucho tiempo salimos en su búsqueda y lo encontramos durmiendo la siesta bajo un copioso árbol  rodeado de  varios perros lamiendo los platos, evidentemente había encontrado la ayuda y el método de un lava vajillas natural.

Con Marcelo Morales iniciamos una pequeña empresa de pesca en el río Paraná. Julio era el responsable operativo y guía de la misma, ahí conoció  clientes que al dejar de vuelta Resistencia eran amigos inseparables de él. Tenía esa virtud, la de construir amistad con la imagen de buen tipo que lo acompañó por toda su vida.

Estos nuevos amigos llevaban en su equipo de pesca las anécdotas de este personaje, y a nosotros nos transmitía orgullosamente sus nuevas conquistas.

Era irónico pero no veía a nadie con maldad. Su mayor quebranto era ver pescadores en el Paraná o en el Paraguay que seguían troleando y seguían  matando.
En su vida privada no pudo poner en práctica las virtudes que como amigo y pescador tenía. Tuvo  varios matrimonios y vivió varias veces en pareja.  Siempre decía “yo soy fiel pero me aburro enseguida”.
Como Médico lo acompañé a transitar su enfermedad coronaria. El último episodio ocurrió a las 19 hs.  Se le colocó 2 stent en su flojo corazón. Al día siguiente a las 7,30 de la mañana salió de la Unidad Coronaria y a pocos metros del sanatorio se fue a desayunar y a fumarse un puchito con el
suero y las cánulas en la mano izquierda. Cuando me ve entrar me dice: “me vas a putear o me acompañas  con el café?” Así fue Julio, tremendo como esa anécdota.

Fue un gran amigo de la Naturaleza, un gran vividor del río y un excelente compañero.  Algún día saldrá un Pez en el río Paraná  con la sonrisa que siempre tuvo en sus labios.

Teótimo Becú
Corrían los primeros años de la década del 80, y en esa época eran pocos los que pescaban el dorado con mosca. Julio, en ese entonces, pescaba con señuelo, pero ya era, sin duda alguna, un “distinto”. Muchos años después se convertiría en un mosquero de los que ciertamente no abundan.
Lo conocí en el Chaco, por intermedio de un amigo en común, con el cual salíamos a hacer trolling y spinning con suerte diversa. Después de ver que la lancha de Julio traía siempre un par de “matungos” de los grandes, le pedí a mi amigo que me lo presentara. A partir de ese momento, prácticamente no pesqué con nadie más en el Alto Paraná: forjamos una amistad que perduró hasta su desaparición.
Julio era un auténtico “animal” del río Paraná, dicho en el buen sentido: tenía un instinto y una habilidad únicas para la pesca, tanto como guía o como pescador. Su poder de observación era notable, siempre estaba pendiente de todas las señales del río. La suma de todas estas cualidades, más las horas-río que Julio tenía encima, dio como resultado un pescador formidable. Ya en sus épocas de trolling, me llamaba la atención la manera en que le entraba a las piedras, como las conocía en detalle, siempre sabía dónde estaban los grandes.
Era tal su concentración, que troleando, invariablemente veía el pique antes que el propio pescador que sostenía la caña!!!. Sin duda con Julio he hecho las mejores pescas de dorado de mi vida.
Con él, siempre, las salidas eran una verdadera fiesta, ya que tenía un fino y ácido sentido del humor. Nos divertíamos mucho, hubiese o no pique. Su risa era contagiosa y su saludo estaba siempre acompañado de una amplia y cálida sonrisa. El realmente disfrutaba pescando con sus amigos, y si bien durante un tiempo fue guía profesional, nunca le interesó demasiado sacarle dinero a su amada pasión. Quizás su único defecto era que no le entusiasmaba demasiado el trabajo formal: la vida para él era disfrutar, y si fuese en el rio, mucho mejor todavía.
Julio era un innovador incansable: acortaba los señuelos de trolling, fue el primero en comenzar a usar los multifilamentos en la zona. Fue pionero y precursor de la pesca “entre los palos”, etc. Pero el colmo era lo que hacía con las líneas de mosca. Un día se me apareció con una caja llena de líneas nuevas, pero todas fuera de sus cajas y medio enredadas; resulta que eran líneas que un negocio de pesca con mosca de Buenos Aires le había dado en consignación para vender, y Julio había decidido “probar” todas, experimentar distintos formatos, incluso CORTAR muchas de ellas!!! 
Con el tiempo dejó un poco de lado el trolling y se dedicó mucho más al spinning, que por supuesto nos divertía mucho más, y además incorporaba a dos actores de lujo: el pacú y el pirá pitá. Un día descubrió que alrededor de los pilotes del puente Resistencia-Corrientes acechaba un ejército de pirá pitaes, y también doradillos; en ese insólito lugar hicimos pescas increíbles. Hasta que Prefectura le prohibió pescar en el lugar, pero esto no le preocupó demasiado: solamente quería tener una lancha más rápida que ellos para poder huir a tiempo. 
Julio tenía una habilidad exquisita para el spinning, por estilo, precisión y clavada. Era un fenómeno, y no recuerdo haber visto un “ferretero” mejor que él.
Finalmente llegó el Fly Fishing para él, y por supuesto no desentonó. En sus comienzos, como a todos, le costaba tirar bien, y por lo cual se comió más de una joda. Increíblemente, al año siguiente ya era un caster consumado, dominando todos los aspectos: distancia, precisión, estilo, loop cerrado, etc. Era un dotado!
Tengo recuerdos inolvidables de esas flotadas mosqueando con Julio a “pindá”, por todos los riachos entre Resistencia y Puerto Corazón, disfrutando del monte, con los sonidos de los pájaros y monos, y los aromas característicos de las riberas del Paraná. En esa época la mayoría de los mosqueros buscaba los dorados grandes solo con líneas de hundimiento rápido, pero Julio siempre fue un fanático y precursor del uso de las líneas floating en el Alto Paraná, estilo que finalmente se impuso en la mayoría de los mosqueros. El sostenía que era mucho más divertido ver el pique con la mosca arriba, y además, también podía ser muy efectivo. 
Estas líneas se las debía, y no puedo evitar una emoción muy grande. Julio querido, amigo entrañable, y el pescador del Alto Paraná más extraordinario que jamás pude ver. 
Matias Sabatini
-Cómo describirías a Julio?

Como un auténtico apasionado de la pesca, un conocedor como pocos del río y las costumbres/mañas de las especies deportivas que poblaban "sus" aguas, y fundamentalmente un incansable promotor -e incluso pionero me arriesgaría a decir- de la pesca del dorado y pira pita exclusivamente en superficie




































-Cuál es tu mejor recuerdo?
La primera vez que armé mi equipo coloqué el spool con un shooting. Me miró y seriamente me dijo: "En mi bote no se usa shooting". De tener que resaltar sus virtudes, podría escribir ríos de tinta. Cuando hablábamos de spinning, no había vez que no me recordara su reconocimiento a quien fuera su "profesor" en la materia: Teótimo Becú. Las tardes en el Platero con los zaras y sticks, experimentando unos piques en superficie con acrobacias increíbles. Generoso, insistía en que nos alojáramos en su casa, y así poder charlar de pesca mañana, tarde y noche. Simplemente, desparramaba simpatía a diestra y siniestra.
-Alguna anécdota divertida?
Varias…Las pasadas prácticamente al anochecer por el Puente que une Resistencia con Corrientes, para pescar pira pita con secas, dado que cuando se prendían las luces del puente se llenaba de cascarudos que luego caían…un infierno..
Un día durante el almuerzo en la lancha, y a fin de que se hiciera más placentero, se le ocurrió colocar sobre estribor una sombrilla para tener sombra, la cual, a la primera ráfaga de viento, terminó en el agua. Al querer recuperarla, Jon Fisher se estiró apoyando sus rodillas en el borde interno de la carolina, más precisamente sobre mi SP + 890. La cara de Julio cuando escuchó el "crack"…no había manera de convencerlo de que no se sintiera culpable..
Yo lo enloquecía con la heladera en la lancha, para que no la dejara abierta, porque nunca terminaba de cerrarla bien, o lo fustigaba con los lugares que elegía para almorzar: "Me volves loco Mati", me decía.
-Cuales eran sus características como pescador, guía e innovador en la pesca que mejor recuerdes?
Era fino, distinguido. Le gustaban los buenos equipos, preferentemente livianos (hacía trolling con un Calcutta 50...) 
No recuerdo haberlo visto castear, eso habla a las claras de su calidad y seriedad como guía. 
Colocaba la lancha como ninguno, en la posición y distancia siempre correctas.
Te cantaba el pique antes que pudieras verlo. Prueba de ello, recuerdo un atardecer, en una de las tantas pescas de pira pita que hacíamos en el Puente. Habíamos estado pescando con Jon Fisher durante todo el día, estábamos fusilados, no había sido un día muy fructífero, y Julio, que nunca quería regresar, nos instaba a que insistiéramos. Me puso una mosca atada por él, era como una matuka marrón con cabecita muddler naranja. Me indicó que casteara hacia uno de los pilares del puente. En mi estado catatónico trataba de seguir sus indicaciones: "dale línea .. mend ... no pierdas tensión" ... Cuando yo ya estaba prácticamente por desistir, me gritó: Ahí ta!! Clava!! Instintivamente levanté la caña…y sí... ahí estaba.. un pira pita plateado de los buenos, que de no ser por él, no tendría la foto acreditante de ese grato recuerdo.
Gran innovador en cuanto a la pesca de pacúes con spinning. Usaba los "coquitos", como llamaba a los Fat Rap de Rapala. Les cambiaba los triples y argollas de fábrica por unas argollas y anzuelos simples reforzados. 
Pero la anécdota que permanece imborrable y que lo describe como un guía fuera de serie, la viví junto con Jon Fisher: últimos minutos de luz. Veníamos casteando infructuosamente esa tarde. De pronto Julio nos advierte de la presencia de dos dorados -había visto sus colas- que venían patrullando la costa. Esa parte del río era una barranca de tierra, y el agua corría a pocos centímetros del borde. De pronto una boga de respetable tamaño pegó semejante salto en altura y dirección, que en su huida cayó sobre la barranca, quedando en seco y a un metro del borde. Lo que sucedió a continuación es para los nietos. El dorado saltó tras ella, cayendo también sobre la barranca y, cual orca, tomó a la boga con sus mandíbulas, y comenzó a recular a golpes de cola -con su presa aún aprisionada- retornando al río. Jon, que incrédulo tartamudeaba preguntándome si había visto lo mismo que él, salió de ese estado de shock tras el grito de Julio: "tírale, que ahí está el otro!!! A pesar del nerviosismo, Jon hizo un cast perfecto y sacó al otro dorado, que estimamos en unas 15 lbs.
Lo vi por última vez aquí en BA en un almuerzo con Armando Frangioli (Gongui) y Martin Vallebona (creo que Marcelo Morales también estaba). 
Siempre que vuelvo al Alto Paraná lo recuerdo irremediablemente. En una de mis últimas visitas con Sindo Fariña, como homenaje y en una emotiva ceremonia, le entregué al río mi vieja gorra Sage, que solía usar cuando pescaba con Julio. 





































Dios sabe cuántas veces he invocado su nombre y bendición al comenzar y terminar una jornada de pesca.
Sindo Fariña
-Cual es tu mejor recuerdo?
Fue en el segundo día de pesca. 
Julio me dio la sorpresa que me iba a llevar a Paso de la Patria, después de 10 años de no haber ido!!! Íbamos a navegar desde Barranqueras hasta pasando Paso de la Patria. Yo estaba emocionado y ansioso. El río Paraná estaba majestuoso, era un día de sol y poco viento. En mi cabeza iba recorriendo mi historia en ese lugar maravilloso que había descubierto desde muy joven. Buscaba en mi memoria esas imágenes del pasado y recordaba costa a costa donde había estado hacía ya tanto tiempo.
Llegando a las piedras de Santa Ana, lugar que lo pesqué a trolling infinitas veces, el corazón se me estrujaba de tantos gratos recuerdos.
Julio de tanto en tanto me hacia pescar casteando hacia la costa y algún atrevido doradillo me tomaba la mosca ante la mirada incrédula del pescador que estaba en la costa que veía que con lo que tiraba pescaba dorados! 
Así, llegamos al muelle de la Cabaña de Don Julián. Muelle al que años atrás llegaba y los chicos de la zona me esperaban ansiosos y se peleaban por limpiar el pescado o llevarme el equipo de pesca y los bolsos. Obviamente esos chicos ya no estaban y yo era un desconocido para los que estaban en ese momento ahí. Le pregunté a un muchacho que pescaba mojarras si conocía a Vicente Escalante y me dijo que sí, que era el chofer de la ambulancia del pueblo. Vicente fue mi fiel guía durante casi 17 años en Paso de la Patria.
Terminamos de cargar nafta y Julio puso en marcha la lancha, puse a un lado mis recuerdos y nos fuimos navegando a pescar nuevamente a las piedras que recorren todo las costas de la zona de Paso. Mientras navegábamos pensaba en qué cosas tiene la vida de pescador. En otros tiempos, pescar dorados con mosca era sinónimo de fracaso y ahora yo estaba con el equipo de mosca, con Julio e intentando pescar con mosca en la capital del trolling!!! Y me dije "qué bueno que es que uno sepa adaptarse a los cambios". Así llegamos a la zona de las piedras de la isla Toledo donde Julio me dijo "prepárate que aquí vamos a pescar uno bueno".
Las piedras sobresalían un poco del río y creaban una leve corriente que las acariciaba. Julio mantenía la lancha mientras yo casteaba. Puse la mosca aguas arriba de la corredera, corregí, esperé que entrara en la corriente y... ahí nomás me tomó, clavé fuerte y saltó!!! Era mi primer dorado importante con mosca en un lugar que lo había pescado durante años de otras maneras.
"Que no se te vaya me dijo Julio, es un dorado muy bueno!!" Y no, no se me fue. Lo subimos al bote, a Julio lo abracé muy fuerte y le agradecí. 
Y aún le sigo agradeciendo lo que me hizo recordar, lo que me hizo pescar y lo que me enseñó. Gracias Julio querido. 
Este es mi mejor recuerdo. Va la foto de ilustración.
-Cuáles eran sus características como pescador, guía e innovador en la pesca que mejor recuerdes?
Del año 69 que empecé a ir a Paso de la Patria hasta el 84 que fue mi última vez, en esos 20 años aprox., viví una hermosa historia de pesca con carnada, spinning y finalmente trolling.
Pasaron 10 largos años, hasta que volví, pero esta vez con equipos de mosca.
Reseño esto por que cuando decidí volver a mi querido Paso y aledaños, me puse en contacto con Julio Riva para que él me vuelva a guiar en la zona de Chaco/Corrientes.
Así que fue Julio el primer guía que me hizo pescar con mosca entre árboles y palos que emergían en la superficie de los tantos arroyos a los que él me llevó a pescar.
Con él pesqué mis primeros pira pita con mosca y línea de flote. Un pez que en otra etapa de mi vida de pescador no lo supe valorar y que ahora me parece espectacular!!!
En los lugares donde pescaba a trolling, Julio me hizo probar con mosca y gracias a esa técnica hoy sigo emocionándome y sobresaltándome cuando el Pira Pita, de la nada, sube a la mosca apenas esta toca el agua!!! 
Querido Julio, me quedé con muchas ganas de que me sigas guiando. 
Cuando vuelvo al norte y vamos navegando mi amado río Paraná, voy recorriendo con mi vista las costas de piedras o los árboles emergiendo y te recuerdo mucho. Siempre te voy a estar agradecido.
Marcelo Morales
Hace tiempo que debíamos contarles a los que no lo conocieron, quien fue Julio Riva.
En los que tuvieron la suerte de vivir momentos con él, Julio dejo una colección de recuerdos tan risueños como inspiradores.
Puedo decir sin temor a equivocarme que Julio fue el pescador y cazador más apasionado que he conocido. Cada minuto de su vida transcurría en algún sitio donde pudiera pescar o cazar, sencillamente no había fuerza humana que pudiera mantenerlo alejado de la naturaleza y esa pasión finalmente consumió su propio cuerpo.
Cuando la pesca de dorados con mosca en el alto Paraná recién estaba conociendo el primer amanecer Julio iluminó todo con una luz muy especial que sirvió de inspiración para los que pescamos a su lado. Nos marcó con sus ideas como si hubiera usado un hierro candente y si bien cada uno con el paso del tiempo ha ido encontrando un estilo propio todavía muchos descubrimientos de Julio están presentes tan brillantes como una moneda recién acuñada.
El Paraná era un mundo nuevo para los primeros pescadores de dorados con mosca que en esos tiempos mayormente buscábamos cauces de aguas claras como los ríos Bermejo, Popayán y Pescado en la provincia de Salta.
Armando Frangioli un gran amigo y mejor compañero de pesca, compinche inseparable de Julio me conectó con él y desde los primeros momentos que pasamos en el río supe que Julio no era un pescador común. El llamado de la selva era poderoso en él y dominaba sutilezas del ambiente que solo conocen personas que no tienen contacto con el mundo civilizado, sutilezas que muchos de nosotros solo descubrimos de vez en cuando como relámpagos en una tormenta. Hijo de una familia acomodada, Julio literalmente gastó su herencia pescando y cazando, convirtiendo el deseo de muchos en una realidad tangible, una realidad que vista de lejos parecía algo ideal pero la verdad es que Julio vivía una economía muy delicada. Igualmente nunca dejó de ir al río, uno de los pocos sitios donde se sentía realmente pleno.
Con Julio pesqué por primera vez desde una lancha en marcha y es que Julio no apagaba nunca el motor. Derivar con la corriente con el motor apagado, no era una opción para Julio que piloteaba la lancha copiando las filigranas de las peores corrientes sin la mínima duda o falla, colocando la lancha infaliblemente en la mejor posición y distancia para que el caster diera lo mejor en busca de dorados, pirapitás y pacúes. Directamente no llevaba remos, a motor o nada.
Tenía ideas firmes sobre equipos, líneas y moscas y los resultados confirmaban cada una de sus teorías por lo que seguíamos sus indicaciones como si fuéramos integrantes de una secta que obedece ciegamente al líder religioso. Julio era el Gran Maestre de la pesca con líneas de flote en el alto Paraná junto con Armando Frangioli que lo acompañaba siempre. Jugaban al límite con los equipos livianos logrando proezas difíciles de igualar como un pirapitá de casi 7 kilos que sacó Julio con una caña 5 pescando a flote.
Les aseguro que con una caña 9 un pirapitá de ese tamaño es un adversario temible, pero con una 5 es impensable y sobre todo con una mosca flotante. A julio le gustaban esas cosas.
Tras unos pocos viajes al norte junto con Armando Frangioli decidimos comprar una lancha importante para que Julio pudiera guiar clientes con un muy buen equipo. Una Carolina de 21 pies con un Honda 90 de 4 tiempos pronto salió para Resistencia donde Julio terminó de ponerla a punto. Lo divertido es que al poco tiempo la lancha ya tenía 400 horas de río y todavía no habíamos tenido tiempo de mandar un cliente. Julio no podía estar alejado del agua, era un animal acuático y estoy seguro que hubiera robado nafta con tal de salir al río porque no soportaba un minuto en tierra firme.
Las primeras idas al puente que une Resistencia con Corrientes a pescar pirapitás con secas grandes no tengo forma de olvidarlas por el sabor de aventura que todavía siento fuerte. Con un poco de esfuerzo todavía lo veo a Julio tirando al rebote de agua contra el hormigón eterno de los pilotes.
Nos atábamos de las cadenas frente a los deflectores de los pilotes dejando el motor encendido. Un error de Julio y la ola que se forma delante de los pilotes nos hubiera tragado para siempre. La pesca en ese lugar tenía el sabor de las mejores travesuras de chico. Era un lugar prohibido y ni bien la lancha era detectada prefectura iniciaba la caza de Julio. El juego parecía ser muy apreciado por ambos bandos, el nuestro y la prefectura.La patrullera rápida pero pesada pronto tenía que abandonar la persecución cuando Julio con una certera y veloz maniobra previo aviso para que nos agarráramos de donde pudiéramos doblaba a fondo por algún brazo angosto y lleno de palos, sin agua para la otra lancha.
Una sola vez nos capturaron llegando por atrás con un bote chico, no hicieron ruido o nosotros no lo notamos totalmente consumidos por las subidas a las secas de los pirapitás y algunos dorados. Marchamos casi presos rumbo al puerto donde Julio luego de una acalorada conversación con el Prefecto volvió con la cabeza baja pero una gran sonrisa en los labios. De algún modo, había conseguido un permiso para pescar los pilotes del puente bajo la promesa de portarse bien en el futuro, algo que nunca pudo cumplir y creo que Prefectura extraña mucho las persecuciones Platero arriba tratando de aventajar a un Julio imbatible.
También armamos un fly shop con Julio, tal vez fue el único fly shop del mundo donde cada caña, línea y reel eran probados a fondo por Julio antes de su venta y si algún cliente protestaba ante señales de uso en el equipo Julio lo convencía de inmediato sobre las ventajas de un equipo bien probado y balanceado, puesta a punto por la cual no cobraba un peso extra.
Un día subimos pescando hasta Itatí, no hubo piedra, punta o palo que no probáramos, sacamos buenos dorados. En un momento mi compañero de lancha tenía un dorado grande clavado que de repente saltó desesperado como perseguido por algo tremendo. No tardé un segundo en poner mi mosca cerca, una ola inmensa se levantó hacia mi mosca que desapareció en un enorme torbellino. Tan rápido como había comenzado todo terminó con mi línea y leader flotando en el aire, el dorado había cortado limpiamente arriba del cable que no era precisamente corto. Julio solo atinó a balbucear, ¨eso era un monstruo¨. Sin darnos cuenta llegó la noche y tuvimos que volver en plena oscuridad. No podía verme la mano delante de la cara pero Julio piloteaba la Carolina con una seguridad tranquilizadora mientras nos contaba como un tiempo antes se había hundido en el mismo trayecto, en medio de una buena tormenta.
Los famosos coquitos que hoy usamos para pescar pacú Julio ya los tenía en mente en los ochenta y en un viaje le llevé unos que había hecho con chenille y resina epoxi. Los probamos en el arroyo Lengua, del lado Paraguayo pero en ese momento no sacamos ningún pacú por el frío. Para el pirapitá usaba una muddler cortita y cabezona de color negro que bautizamos la ¨Riva Especial¨, los pirapitás adoraban esta mosca que no duraba mucho destruida por unos dientes chicos pero filosos como navajas. Se me ocurrió agregarle a la ¨Riva Especial¨ una cabeza de foam para que durara más, la variante funcionó bien pero al poco tiempo cambiamos por cascarudos de pelo de ciervo parecidos a los que me había enseñado a armar en Mato Grosso Nelson Borges cuando pescamos piraputangas en el río Tacuarí.
Julio pronto le incorporó a los cascarudos sus ideas personales y son los que sigo usando hoy en día con muchísima suerte aunque su atado demanda un rato lidiando con un montón de pelo de ciervo, gomas y brillos. Julio pescaba dorados con woolly buggers, le encantaban las negras bastante esmirriadas y una blanca con cola roja. Esa misma wooly bugger blanca con cola roja me salvó un día en el lago Fagnano en Tierra del Fuego. Cerca de la bahía del Torito pescaba sin ninguna suerte hasta que puse esa wooly de Julio. Las truchas se volvieron locas y por un largo rato saqué las que quise. A julio lo vi muchas veces sacar dorados grandes con esa wooly y todavía tengo un par en la caja.
Los recuerdos se amontonan y veo claramente la cara tostada de Julio con esa sonrisa de dientes manchados por el cigarrillo. Fumaba sin parar a pesar de todos nuestros consejos.
Nunca lo vi meter la pata con la lancha, me hacía acordar mucho a Fernando Gullino, un guía de Esquel que remontaba el Rivadavia y lo bajaba a motor como si no existieran ni piedras ni troncos. Fernando se metía en el río Frey con la lancha marcha atrás entre los rápidos y julio era igual en los pedregales del alto Paraná. Cuando parecía que se acercaba el desastre un hábil toque al acelerador y al volante hacía que la lancha respondiera como un caballo andaluz, con gracia y elegancia entre las piedras. Era un pilotero con cualidades que solo he visto entre piloteros brasileños que remontan los peores ríos a motor sin tocar una piedra. Con julio meterse en pedregales imposibles era un juego donde los únicos engañados eran los dorados que tomaban las moscas en deriva muerta con borbollones y olas que despertaban un grito tras otro.
Recuerdo un día donde mi cast había perdido toda magia y la mosca como movida por un imán maligno se enganchaba en todo. Julio con su humor característico me bautizo ¨Capitán Garfio¨ festejando cada desventura de mi mosca. A Martín Vallebona, que en ese momento era mi socio en el negocio, rápidamente lo apodó ¨Precisión Fatal¨ y la verdad que ya no me acuerdo si fue por tirar bien, o mal.
Con señuelos Julio hacía magia, ponía los señuelos con spinning y bait con una facilidad envidiable empleando elementos increíblemente livianos para la época. Pescaba pacúes con un Rapala Fat Rap color fire tiger que llamaba coquito y dorados con una cuchara Dardevle roja y blanca de 2/5 de onza que más tarde me regaló y conservo como un tesoro. Casi no le queda pintura a la pobre de tantos dorados que sacó en manos de Julio y a veces me tienta tirarla a ver si conserva la magia de Julio pero el miedo a perderla es más fuerte aunque a veces pienso que perderla no sería tan malo porque Julio sigue por ahí pescando y volvería a usarla. También tengo un Cisco Topper, un señuelo de hélice muy grande que funcionaba muy bien en amazonia con los tucunarés Acu. Julio cuando le conté el efecto de esos señuelos en amazonia y los paseantes grandes no pudo con su genio y empezó a usarlos con los dorados. Fue el primero que yo recuerde en usar esos señuelos en el alto Paraná, el primero en ver dorados de más de 10 kilos salir limpios afuera del agua para agarrar un señuelo que zigzagueaba con fuerza en la superficie.
El Cisco Topper rojo y blanco, marcado en cada milímetro cuadrado de su superficie por los dientes de los dorados descansa junto a la cuchara en mi mejor caja de señuelos antiguos. De tanto en tanto un grupo de amigos nos juntamos a mirar viejas glorias en esa caja y el nombre de Julio siempre aparece primero.
Ahora me siento en paz, escribir algo sobre Julio es algo que me debía desde su prematura muerte que dejó en muchos de nosotros un vacío inesperado. Afortunadamente esos vacíos se llenan con buenos recuerdos y los buenos recuerdos con Julio y su banda alcanzan para este pequeño recordatorio y algo mucho más serio que seguramente iremos armando en un futuro cercano.

Noel Pollak

La vida que elegí me permitió conocer, en distintos grados, una gran cantidad de guías de pesca. Desde los que nunca dejaran la más mínima huella... los tibios que de vez en cuando tienen su momento y  así la ascendente gama que se va raleando a medida que avanza hasta llegar a una cima de unos pocos distinguidos -en el buen sentido de la palabra-. Generalmente un tanto incomprendidos y solitarios que, de hecho por su condición, seria torpe categorizar, al menos para mi...  porque esas proporciones reflejan en muchos casos la calidad de las personas en un aspecto mucho más amplio. De estos hay muy pero muy pocos en mi opinión y son una raza en extinción. Me basto compartir tres días de pesca con Julio Riva para sentir que habitaba esa valiosa dimensión. 
A Julio lo conocí como un ser perteneciente a un mundo que aprecio. Era apasionado en sus convicciones y gustos. Recuerdo con simpatía su desdén hacia las líneas de hundimiento y ese tipo de cosas... era de esos pescadores/guías que elijen intentar atrapar a un pez como ellos lo sueñan y no a como dé lugar, algo que personalmente respeto muchísimo y comparto.Recuerdo por ejemplo entrar por primera vez a su casa y ver apilados unos cuantos discos de Jazz y Blues bien elegidos y como enseguida, si bien enfocamos en estilos relativamente distintos, nos reconocimos como melómanos marginales. Eso, en buena medida,  pulverizo rápidamente cualquier acartonamiento propio de quienes recién se conocen. Poco después no parábamos de charlar con entusiasmo desbordante sobre pesca y otras cosas y así compartimos un par de días  inolvidables en su adorado Paraná, en los que me enseño de cero a pescar Pira Pita con moscas flotantes y algunos otros secretos del río. 
Tengo presente como se le llenaba el pecho al compartir en el río algún rincón especial para él y notar que yo estaba dispuesto a apreciarlo cabalmente. Quizás fue eso, en parte, lo que hizo que la supuesta última noche, se acerque casi tímidamente y con la frescura de un niño a preguntarme qué era lo que tenía que hacer al día siguiente en Buenos Aires... un guía queriendo que un huésped se quede un poco mas no es algo de todos los días, era evidente que nos caímos bien...note por donde venia la mano y en seguida le conteste que no tenía nada muy importante que hacer. Debemos haber parecido dos ridículos por un segundo en el cual ambos sabíamos que había que poner en palabras que estábamos más que dispuestos a salir de nuevo al otro día y patear cualquier otra cosa. Dicho y hecho. Concordamos que este próximo día iba a ser dedicado al rey: Salminus maxillosus
Salimos temprano río arriba haciendo un largo recorrido hasta que, en un punto, empezó a bajar la marcha arrimándose a la costa Correntina y me señalo un árbol prácticamente entero caído en el río bastante separado de la costa. Unas cuantas ramas gruesas, aun con tallos verdes salían del agua. Era sin dudas un sitio perfecto para un buen Pirayu, pero a simple vista no parecía demasiado diferente a algunos otros que dejamos atrás. Para mi sorpresa, esta era solo una advertencia de Julio, quien manejaba hábilmente y con sutilezas, una cualidad muy importante en un guía que es la de saber generar clima cuando una situación lo merece. Me dijo que en ese árbol íbamos a hacer tomar uno grande al atardecer y siguió remontando el río tranquilamente. Se lucio Julio ese día. La pesca no estuvo fácil, sino justo como nos gusta. Algunos  detalles se me borran en la memoria, lo que esta nítido y brillante es la especial satisfacción que sentí. La distensión y liviandad de encontrar un compañero de pesca así. Lograr esa afinidad. No pasa seguido en este mundo torpe. Recuerdo que opinábamos distinto sobre el wire, y algunos detalles de las moscas, pero todo en un marco de repentina hermandad, con humor y respeto. 
Con Julio supe enseguida que nos haríamos amigos y sé que el sintió lo mismo. Ahora, con el sol cayendo, navegaba su enorme Carolina Skiff río arriba. No se había vuelto a mencionar aquel árbol, pero allá lejos se empezaba a vislumbrar a  contraluz y lo reconocí. Venia el al volante, su sobrino Víctor, observaba en tren de aprendiz sentado en la popa y yo casteaba contra la costa hasta que decidí dejar de hacerlo. Cuando hay un lugar especial no me gusta llegarle pescando. Recuerdo que le di entidad al momento, chequeando la punta de mi anzuelo, el wire, estirando un poco la línea y espere que Julio casi suspire un "ahora". La mosca cayó más que bien a pesar del dejo de presión psicológica con el que lance. Yo mismo me sorprendí, pero no duro mucho esa  sorpresa porque apareció otra mucho más brutal. La mosca aun se veía a través de la transparencia verde a pesar de la luz tenue del atardecer y cuando "lamió" el tronco -como decía el  Gordi Ayub, un buen amigo de Julio- se levanto una ola digna de un Plesiosaurio. Hizo un remolino monstruoso errándole al streamer que seguía derivando con toda la frialdad que le pude aplicar y, recién entonces, el colosal Pirayu dio otra vuelta como un trompo y la tomo de lleno. Era una de sus moscas, a él no le gustaban los ojos muy pesados, así que apenas se hundía y los piques eran siempre espectaculares, pero este fue simplemente bestial. Pasaron por mis manos unos cuantos Dorados de los grandes desde aquella tarde hasta el momento de escribir estas líneas recordando a Julio, pero pocos recuerdos de pesca me cambian el pulso como ese. El pez corrió rio abajo eternamente desbaratando todo mi equilibrio emocional. No podría hablar de metros, pero recuerdo bastante backing afuera, mis dedos quemados, mi miedo a la resistencia de mi Albright... y recién allá lejos, se digno a saltar majestuosamente. Era de los gigantes. Fue uno de esos saltos de colores perfectos, a contraluz, de "tempo" extraño y sin otro ruido que el del salto mismo, apenas perceptible por la distancia. Julio había apagado el motor, detalle que valore. El Dorado se desprendió al caer.  Cuando me di vuelta, casi en shock, mágicamente ya estaba Julio con los brazos abiertos, una botella de ron en una mano, dos vasitos en la otra y una sonrisa limpia, afectuosa e inolvidable. Nos dimos un abrazo y nos sentamos a recuperarnos tomando ese Ron que quien sabe de dónde saco en tan pocos segundos y que bien tenía preparado para un momento especial. Victor estaba sentado e igualmente se reía con mezcla de sorpresa y admiración por su tío que culminaba un día de guiada impecable con semejante broche de oro. Lo primero que me dijo Julio, y esto también habla de su calidad humana, fue: yo jamás prendí uno de ese tamaño con mosca. No cualquier guía y especialista de un lugar tiene lo que hay que tener para poder decir algo así a un "visitante". Le conteste la verdad: lo hicimos juntos. Ese pez lo prendimos los dos. Quizás incluso más el que yo. 
El no era un guía más. Era una persona especial y sensible a la que no le importaba en demasía el dinero, la competitividad mezquina y lo mediocre. Este mundo, que suele ser premeditadamente absurdo a la hora de servirnos de héroes e ídolos de merito cuanto menos dudoso en cualquier rubro, muchas veces proyecta sombras en las que viven personalidades que si tienen las virtudes que importan. Julio era y es una de estas personalidades.

Vittorio Botta

Envío una poesía y un relato escritos por mi madre, amiga desde la secundaria de Julio. Amistad a la que se sumó mi padre, quien venido de Santa fe se hizo compañero de innumerables cacerías y jornadas de pesca  de Tatucito (sobrenombre de Julio). 
Mis viejos escogieron a Julio para ser mi padrino, y cuentan que llegó a Santiago del Estero en un viejo citroen 3cv para el bautismo. Los primeros años disfruté efímeros momentos de su compañía. Pero los recodos del río  nos reunieron cuando yo tenía 15 años. Tal vez en respuesta a mi pedido insistente de querer conocer más a mi padrino y  de saber porqué lo habían elegido. 
Entonces, una siesta nos citó a mi hermano Vicente y a mí a la plazoleta de la Av. Vélez Sarsfield de Resistencia.
En pocas tardes nos  prendió el gusto por la mosca, sobrevolábamos  el verde y el asfalto casteando  ante la mirada extraña de los ciclistas y conductores que nos gritaban cómo está el pique, o sale algo chamigo y mi padrino les respondía con alguna grosería bien estudiada, mientras nos iba formando como potenciales mosqueros, contagiándonos su pasión, haciendo crecer nuestras ansias por mojar la línea en el Paraná.
Una noche nos alertó  que pasaría a buscarnos a las 6 am para salir a pescar. Con Vicente no podíamos dormir esperando el momento. Recostados hablábamos  sobre la práctica de ese día y alardeábamos acerca de quién había lanzado más lejos, hasta que el sueño calmó la adrenalina, aunque no por mucho tiempo, porque esa misma madrugada, nos despertó nuestra madre, antes de que suene el despertador, con la peor noticia la menos esperada, Julio había sido internado. 
Se fue aquella misma mañana. 
Pero dejó  sembrado la pasión del Fly Fishing en los hermanos Botta. 
Y  hoy recorremos su río y vemos sus ojos en el marrón de las aguas y sentimos su presencia en cada jornada de pesca deportiva, y copiamos sus moscas y recordamos cada consejo.
Y como la vida no deja de caminar como las aguas, ahora somos nosotros los que citamos a potenciales mosqueros a la misma plazoleta para enseñar el fly cast  y contagiarlos  y recibir cargadas de  transeúntes y contar con orgullo: soy ahijado de Julio Riva el pionero de la  pesca con mosca en la región, un genio.

Alicia Marina Rossi

Era su cuerpo un mapa de aventuras,Recorría el Paraná buscando bocas, árboles caídos y puestas de sol.Transitaba los brazos y los caudales, descubriendo  piedras, pozos, puntos estratégicos de riqueza.Conocía todos los rincones, los explorabas y los colmaba de gozo.
El río se espejaba en su rostro marróny en los tallados surcos de su piel
Su sangre comenzó a caminar cada vez más lentoEl viento norte y los soles Iban robándole el aire.Sus esperanzas se hundían en los remolinoso giraban locamente en los remansos.
Deseaba  la vertiente que lo liberara de pesaresNo pudo contener los  torrentes de agua dulceque  desvanecieron las orillashasta fundir su sangre con las del Paraná
La corriente de su río interior se detuvo.Y se fue un invierno, con el frío que tanto amabaNos dejó a la deriva, en el silencio del pindáEn busca de sus risas inundadas de peces.
Juego de Adultos - De Alicia Rossi a Julio Riva
Los pájaros se posaron sobre ramas que atravesaban el río y emergían en siluetas delgadas. Numerosos mbiguás, aves negras, de cuellos largos y afinados picos  habitan las márgenes para alimentarse con peces.  
Perfiladas en el horizonte aquietaron el paisaje y  pincelaron curvas arabescas en los finales de las ramas. Detrás orillaban arboles vestidos con enredaderas salvajes,  cuyas sombras caminaban el largo espejo que baña el litoral argentino.
Un paisaje inédito se abría a mis ojos pese a las repetidas visitas al Paraná.
Era un regalo de los dioses observar esa estampa delineada elevarse  en medio de las aguas. Comenzaba a embriagarme con la poesía del paisaje cuando intuí la presencia de Julio.   
Su espíritu estaba allí, ostentando...Mi amigo, el que se internó en las aguas y fue parte de ellas como si hubiese compartido el vientre maternal con los peces desde su origen. 
El vaivén de las aguas me internó en aquellos días de fría llovizna en el río, junto a Julio. Bastaban unas gotas de ginebra en el agua caliente del mate para que el invierno se convirtiera en trópico. El silbo lacerante del viento en la piel y las finas navajas de agua eran un juego cuyo desafío consistía en esquivarlas.  
Regresó a mi memoria una jornada de pesca,  cuando nos sorprendió una sudestada. Las olas asomaban como gargantas de un ejército interminable de monstruos gigantes mientras la oscuridad caía sobre nosotros como un manto letal  que cegaba los ojos y nos sumergía en las brumas del miedo. 
Sin embargo, mi amigo, se elevaba desafiante en la proa, se aferraba al borde de la insignificante embarcación y abría su rostro salvaje, su boca tragaba el peligroso temporal y sus ojos se convertían en agudas linternas divisando las boyas, hurgando en su memoria los bancos de arena y las rocas, como si fuera un niño ante el mapa cartográfico del Pirata jugando al capitán y la tormenta. 
Mientras tanto, yo me escondía del frío y del terror dentro del carabotín, y los otros pescadores sacaban los salvavidas y buscaban con todos sus sentidos la isla más cercana donde guarecernos; porque eso es lo que se debe hacer cuando sopla el viento Sur sobre el Paraná. 
Pero Julio seguía, no consideraba siquiera detenerse. Él pensaba y te hacía pensar que nada te iba a pasar. Creo que sentía que nada le podía pasar y uno se embriagaba y embarcaba en esa alocada sensación de ser indestructible, de ser protagonista de una aventura de Hemingway.
Un fuerte golpeteo de espumas y olas en la popa calló mis recuerdos  y regresé  al sublime escenario de pájaros negros.
Con el rabillo de los ojos observé que mi compañero  estaba  atento controlando los relojes del tablero. Pensé:- ¿el paisaje no lo inunda?
Repentinamente, como si adivinara mis juzgamientos, aceleró y  agresivamente lanzó  la lancha contra las aves del cuadro de Dalí que contemplaba extasiada.
Las aves todas y al unísono, levantaron vuelo y, como si fuera una picada de autos, se largaron a una vertiginosa carrera en paralelo a la lancha, a toda velocidad. Los mbiguás rozaban las aguas y la embarcación sobrevolaba el Paraná. Compartíamos un vuelo de fuga entre dos cielos, uno de  plata y otro de ópalos. Aleteos que sonaban cerca y era música de alas y cristales.
Vi, entre húmedos velos, que el rostro del conductor se expandía y devoraba el paisaje.
El agua mojó y despertó mi rostro expandido. Había sido  tocada por la magia del espíritu que la  provocaba. Julio, artífice y culpable, seguía allí con su alma bárbara, incitando a su amigo y compitiendo, porque él era el vuelo  y el río. 
Su impalpable presencia había logrado que su viejo amigo entrara en su juego. Como hacía con todos. Como hizo conmigo cuando me enseñó a amar el Paraná y me dejó por siempre enamorada. 
Las gotas formaron un collar de  sonrisas que derramó el río de la amistad. 
Las voces del agua y los pájaros delataban la presencia de Julio que esa tarde había salido a organizar una carrera con los mbiguás
-Amigo, te encontré, sé que no has muerto- confesé al viento para que se lo contaran.
Y desde aquel atardecer, que descubrí su actual domicilio, disfruto más el Paraná, donde jugamos  en complicidad secreta.
Para mi amigo la vida era un juego, así la vivió y el que no jugó con él, se lo perdió. Hoy iré a navegar, presiento  que Julio saldrá a jugar con el Sol, las moscas  y los dorados...