En la actualidad, en la pesca con mosca, está sucediendo en nuestro país exactamente lo mismo que unos cuantos años atrás, con el auge del spinning; aumenta el número de aficionados y falta una promoción adecuada, esclarecedora. A tal punto que todavía sorprende cuando se expresa que con mosca, puede pescarse prácticamente en cualquier espejo de agua. Esto ocurre porque generalmente se hace una sinónima difícil de desterrar y es aquella que enlaza al flycasting con los salmónidos, más la exigencia de agua tremendamente claras, sopena de ir directamente al fracaso. Algo así ocurría con el spinning, hasta que se propaló el intenso pique y capturas de chafalotes en la Asociación Argentina de Pesca, en aguas por demás de turbias y como si esto fuera poco, con una capa de petróleo cubriendo la superficie total del pesquero. Pero la práctica de la pesca con mosca, en esta era de aceleración y cambio, también fue violentamente sacudida con la aparición de nuevos métodos y equipos que quebraron el clásico esquema europeo de la imitación perfecta, la gran sutileza en la caída del artificial y la necesidad de un conocimiento casi científico de insectos y otras yerbas. Ahora se habla de moscas atraedoras fundamentalmente, muy poco de imitación de insectos y mucho del streamer o pseudo imitación de un pececillo. 


Naturalmente en toda evolución se corre el riesgo de caer en exageraciones, dando origen por ejemplo a líneas tremendamente gruesas o cortas y muy pesadas, lanzamientos por demás de antiestéticos y cebos enormes y payasescos, olvidándose que todo tiene un límite y en este caso fácil de dilucidar, a través y con el equipo de spinning ultraliviano. No obstante y con la calidad de los equipos actuales prácticamente la técnica se halla al alcance de cualquier persona que lo desee, sin distinción de edad y sexo y con el aliciente de poder usarla durante todo el año.


Quizás la alternativa más accesible se brinda en lagunas y arroyos de la zona bonaerense. Puede ser en excursión de un día o directamente un fin de semana, destinado a experimentar sobre distintas especies. Prácticamente, todos los peces que pueblan estos ambientes, pueden pescarse con moscas, poppers y streamers, hecho que para los que se inician, concreta un aprendizaje valiosísimo, puesto que ni la captura de los pequeños dentudos resultará fácil, dado que la ausencia de correntada obrará a favor del pez y en desmedro del pescador; aun usando un líder corto -la modificación técnica adecuada- es posible clavar cada pique. Si agregamos que la vegetación sumergida obliga, en la mayoría de los casos a mantener la mosca poco menos que en superficie, estamos en una situación bastante compleja, que lograra al aficionado lograr múltiples experiencias. En cambio si de pesca de lisas se trata, deberá por ejemplo efectuarse cambios de dirección en el lance, puesto que toda vez que la mosca vuele por encima del pez, lo único que se lograra es una espantada tremenda, convirtiendo la zona en un desierto acuático. Claro que hay una especie que permitirá volver al equilibrio neurológico: se trata de la humilde chanchita o palometa lagunera, demasiado franca y amistosa como para ofrecer grandes complicaciones, salvo la que emana de tener, que predeterminar el lance con bastante exactitud, un lance general corto, pero que deberá efectuarse casi siempre en muy poca agua -otra vez el problema de la flotabilidad de la mosca- y en pequeños espacios, rodeados de juncos. Todo lo contrario en la perspectiva frente al otro humilde de estos ambientes, el bagre sapo, al que salvo después del desove, habrá que buscar en la profundidad espolvoreando el lecho, y recuperando el streamer muy lentamente. Claro que la emoción mayor estará dada frente a la voraz tarifaria, cuya sola mención refresca a la inmensa posibilidad de atracción turística, que su real valor combativo podría concretar y que sin embargo aún sigue más aún, figurando como especie depredadora, cuando la realidad ya permite aseverar que lo correcto sería concretar trabajos de piscicultura, tal como se efectúan con el pejerrey.


Y justamente en esta palangre de posibilidades, ha quedado rezagado el pejerrey, un poco porque es la especie que menos lucha brinda y también por otro aspecto, esta vez halagüeño; el que su pesca con mosca puede realizarse tanto en las lagunas -preferentemente aquellas de aguas más limpias, como la Vitel, Barracas, de los Chilenos- o bien en aguas marítimas y en general donde se encuentre. Puedo recordar capturar en Península Valdés, Puerto Deseado, desde el muelle (si así se le puede denominar) de la boca de Mar Chiquita, en fin, no se salva el río Samborombón y por supuesto tampoco el Salado.


Lo expresado hasta aquí sintetiza las posibilidades de pesca con mosca en un espacio reducido de este inmenso país. Debe agregarse el norte, con Salta a la cabeza, una provincia que cuenta con un ambiente digno de reconocimiento ecuménico, con marcas records de ese fabuloso y cada día más desprotegido rey que es el dorado. Debe tenerse presente las enormes posibilidades que ofrece el litoral paranaense, donde además del dorado, se encuentra el acrobático chafalote, la voraz palometa, su parienta la piraña, el suave manduvá, los pequeños surubíes y hasta ejemplares de boca -en la experiencia personal- siempre pequeñas y solo cuando afloran a la superficie en búsqueda de comida, que aun con los recaudos de una serie de experiencias inconclusas, permite suponer lo hacen para atrapar ciertas semillas y algunos insectos que la correntada arrastra superficialmente.


La cita del pejerrey nos remontó al agua salada y de ella podemos extraer otras conclusiones muy valederas. Tanto embarcados como de costa, el equipo de mosca no tiene porque quedar pasivo, todo lo contrario. Desde embarcaciones, la presencia del pez azul o anchoa de banco, asegura una lucha imposible de olvidar, máximo si se tiene la suerte de encontrar también cerca de la superficie al bonito, ese polvorín siempre dispuesto a explotar por el aire, con la mosca a cuestas y la más remota posibilidad de que un pez limón se digne a subir para terminar -entonces sí- con nuestras reservas de hilo y de equilibrio taquicárdico.


Si se pesca de costa se trata, qué decir de la probabilidad de tentar suerte con un lenguado en la boca de la albufera, con las lisas marplatenses o las que alberga el Quequén; como olvidar Chubut, sus róbalos y meros, al igual que Puerto Deseado o directamente Gallegos. Y el recuerdo -y el espacio de Safari- obligan a pasar de largo las palometas y las pescadillas, para dar paso a una axioma inexorable que dice que cuando se tiene fe y estima en el equipo que se utiliza, “cualquier pez es susceptible de pescarse con mosca, en algún momento y lugar no determinados”.