Durante la previa al viaje tenía temores infundados de encontrar la Patagonia cambiada. Los años lejos  fueron buenos. La distancia hizo que revalorase muchas cosas, entre ellas la calidad de nuestros pesqueros.

Disponer de kilómetros de ríos y lagos es un privilegio, algo que debemos cuidar.

Las poblaciones de peces en nuestros ambientes son incomparables. Peces que nosotros llamamos difíciles serian naïve comparados con otros que ven cientos de plumas al día, todos los días. Ambientes que consideramos llenos de gente parecerían solitarios  al compararlos con otros donde la densidad de pescadores es similar a una escollera en la costa atlántica. 

Todavía la otra margen del río en Patagonia sigue misteriosa e intangible.

En definitiva, todo es una cuestión de perspectiva, puede que la pesca en ciertos ambientes sea inferior comparada a lo que era cincuenta años atrás, pero hay otros tantos donde es igual o superior. 

Parte de la pesca pasa por lo que el lugar nos provoca; una tórrida tarde de verano en una laguna pescando chanchitas esperando escuchar el “shhhp” de una tomada, un madrugón enfrentando frío y viento tras un anhelo anádromo, un frenesí de dorados alimentándose o un pequeño río truchero que invita a contemplar estimulan los sentidos de manera intensa y diferente. La sensación de inmensidad y soledad que uno siente en los lugares de nuestro sur le dan un aura única.

Esta vez, un encuentro cercano con un enorme puma macho no fue más que un fiel reflejo del estado salvaje del lugar. La mirada fija de este animal marcó un antes y después en nuestras vidas. 

El río Quillén discurre por uno de los tantos valles de la cordillera patagónica, la sola visión del paisaje quita el aliento.

La embocadura del río en el lago homónimo y el primer tramo son de acceso público, pudiéndose acampar. Es una zona que da sorpresas. Luego el río discurre por tierras privadas, para acceder al mismo deberá contratarse un guía o bien alojarse en una de las dos Estancias. La parte media y baja del río vuelven a ser de acceso público hasta su desembocadura en el río Aluminé. Todo el río es excelente. 

Pescamos en dos turnos, uno por la mañana y otro por la tarde. No arrancamos demasiado temprano, los opíparos desayunos y largas sobremesas fueron responsables, comimos por gula sin sentir remordimiento alguno. El almuerzo y la siesta fueron un ritual de este lugar donde bajamos a cero las revoluciones luego de un año muy loco.

Las aguas del río ya habían bajado casi completamente a los niveles de verano, tornando pescables todos los pools. 

Caminé el río observando una infinidad de arco iris y varias marrones, algunas muy buenas. Los teros y bandurrias rompían el silencio a mi paso, no soplaba la más mínima brisa, una trucha se alimentaba produciendo ondas sobre la superficie del agua. Presenté la diminuta imitación de hormiga un metro aguas arriba del pez y seguí una trayectoria imaginaria, la tomó sin desconfianza.

Al devolverla caí por enésima vez de que estaba pescando en Las Champas del río Quillén, uno de los mejores lugares a nivel mundial para la pesca con mosca seca. El agua corre lento entre canales formados por las algas, casi detenida. Los acercamientos a los peces deben ser felinos, utilizando tippets y moscas ínfimos. Cuando no hay viento pescar este lugar constituye un real desafío. 

Durante la tarde pescamos el pool de La Ripiera junto a Julieta, mi mujer, compañera de infinitos viajes y amante de la Patagonia. Al carecer de un impulso frenético por pescar disfruta el hecho de estar en este tipo de lugares independientemente del humor de cualquier pez. Eligió una imitación de saltamontes a la vieja usanza, sin ningún material sintético ya que no le gustan. Con esta sacó varias arco iris antes de volver a la fotografía. Fue una tarde única.

De mañanita llegué al cañón del Malalco todavía en sombras, al entrar al agua sabía lo que iba a hacer y sospechaba qué podía pasar. Desde el día anterior tenía dos peces en mente, había meditado la estrategia muchas, demasiadas veces, no llegaba a la obsesión pero la rozaba. Vadeé hasta la cola del pool que corría encajonado entre paredones de piedra. Saqué unos metros de línea del reel, estirándola, revisé el leader y mojé con saliva la marabou muddler negra medio rala. Coloqué unos rolls aguas abajo para entrar en ritmo, había buena armonía entre la línea flotante y la vieja SAGE de un grafito amable. Acomodé un poco de línea aguas arriba y ejecuté el roll, la mosca tocó el agua cerca la pared de enfrente, traté de moverla pero no fue a ningún lado. El pez saltó y nos miramos por un instante antes de que cayera pesadamente al agua, zafando de la mosca. Era un macho marrón oscuro de mirada rapaz que siempre recordaré, con un tamaño propio de otras aguas. 

Me encontré escuchando el eco de mis risas en medio de la nada.

Seguimos pescando arroyo abajo, las truchas estaban bien picantes. 

En un pool de libro se ocultaba mi segundo objetivo, al verla el día anterior se me había secado la boca y acelerado el pulso.

El agua entraba sobre un run con fondo de piedras bocha, vertiendo en la parte honda donde el cerro de enfrente bañaba sus pies en forma casi vertical. Al hacer un roll hacia la cabecera tomó una arco iris, la devolví y enseguida salió otra más grande de lo hondo que armó barullo en grande. En la cola del pool había varias piedras grandes sumergidas enfrente. Sabía que la grande debía estar allí acechando. Cambié a una línea de hundimiento y  al colocar la mosca aguas arriba de la piedra más importante hubo un borbollón. Automáticamente largué otro roll unos metros aguas abajo y traje rápido, nada. Repetí el lance cambiando la tracción a un reel-in, la mosca fue frenada en seco. Luego del escándalo le dije hasta la vista a una marrón muy buena para un arroyo tan chico. 

Los días pasaron y otra vez nos despedimos sabiendo que el paraíso existe. El ritmo cansino en medio de un paisaje novelesco y la pesca a pez visto nos obligan a volver vez tras vez, año tras año.

Un saludo cordial,

Nicolás Schwint

Artículo publicado en el Magazine Digital Mosquero número 39

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