Aguas rápidas que bajan por una escalera rocosa a través de una densa mata de espinillos y rosa mosqueta hacen del Arroyo Grande no sólo un ambiente sumamente técnico de pescar sino también muy áspero para andar. 

El verdadero desafío aquí no es el tamaño de las truchas sino lograr hacerlas picar. El cauce turbulento va saltando de olla en olla, dejándonos como única opción pasar la mosca por los desbordes de la corriente principal donde el agua se desacelera (no mucho) permitiéndole a las truchas aguardar su alimento por allí. 

Acá el uso de un indicador de pique resulta fundamental para seguir la trayectoria del señuelo y detectar la fracción de segundo en la que se produce el pique. Las truchas son (y deben ser) super rápidas para comer, pues su bocado le pasa a mil por horas no teniendo más alternativa que un cabeceo lateral para tomarlo, sino lo hicieron será hasta la próxima. Esto tiene sus pro y sus contra. Por nuestra parte nos juega a favor ya que no tienen mucho tiempo de evaluar si se trata de algo vivo o es un engaño, por su lado les cuesta más desarrollar su crecimiento que a las de otros lugares, y si a esto le sumamos la presión de pesca que tienen, no cuentan con muchas chances de alcanzar un buen porte.

Ya había estado en el arroyo en otra ocasión pero mi mano poco adiestrada a esta pesca con suerte me permitió sentir algunos piques. Habiendo regresado en otras oportunidades a Mendoza y pescar otros ambientes ya me sentía más canchero y decidí enfrentar de nuevo este reto. 

Fui con dos grandes amigos de esta ciudad Angel  Buenanueva y Diego Bassi quienes oficiaron más de guías de lo que estuvieron pescando. Son esas personas que disfrutan si vos lo estas disfrutando. 

El afluente venía cristalino pero con más caudal del habitual, reduciendo la cantidad de agüitas pescables. Nos habiamos ido pasando el primer puesto de gendarmería pero esto nos hizo retroseder un poco, buscando zonas de menor pendiente donde las correntadas no eran tan agresivas. Vimos a los que parecían ser unos lombriceros ir río abajo (lamentablemente nadie controla, ya había visto a otros la primera vez que estuve acá) así que decimos arrancar un poco más arriba. 

Comenzamos ninfeando, trabajando con un leader relativamente corto, de unos 9', a fin de no perder tensión y acortar el tiempo de reacción. Agachados o bien ubicándonos detras de una piedra y con ayuda de la superficie revuelta era suficiente para que las truchas no nos vean. 

Rápidamente tuvimos los primeros piques y algunas que otras truchitas, todas similares, en promedio oscilaban los 20 cm. Tanto prince como pheasant tail, Hare ear y perdigón, siempre con bead head, son los caballito de batalla que marcan la diferencia. 

Por suerte nos tocó un día impecable, con una agradable brisa cordillerana que aliviaba el vadeo. Por estos pagos nunca se sabe, quizás salís de mendoza con sol y al llegar esta nevizcando. 

Hicimos un stop y luego de una suculenta picada retomamos la pesca. El astro estaba bien alto y apretaba cada vez más. En eso, algo me llamó la atención, fue la cantidad de langostas que había, eran de color marrón y del tamaño de un anzuelo del 10, como las de Córdoba. Diego me dijo que pruebe con tucura porque suelen andar de diez, aún siendo el agua tan rápida suben a atacarla. No había llevado ninguna imitación de éstas así que Ángel me facilitó un Parachute Hopper. Lo que sucedió a continuación fue todo un show. 

Con la punta de la caña en alto iba acompañando la tucura, relentizando la velocidad de arrastre de la corriente sobre ésta y así, con la rapidez y puntería de un pistolero, las truchas salían a tomar la mosca antes de que la corriente se la gane. En cada poquet o correntada siempre alguna salía. Estaba fascinado, era muy divertido. Viendo ese espectáculo los chicos rápidamente cambiaron sus moscas. 

En una oportunidad fui a dar con un par de fontis bellísimas con sus respectivos colores bien definidos como las de Achala. Notamos muy bien poblado al arroyo. Pero sin duda el broche de oro fue un macho y una hembra muy saludables que logré en la zona aledaña al Puente de Los Puntanos, de considerable tamaño para lo que venía ofreciendo el arroyo. Ya nos sorprendimos cuando vimos al primero tomar y salir disparado río abajo entre piedras y saltos, asi que el asombro fue doble cuando inmediatamente después tomó la hembra en la misma corredera donde liberamos al macho. No lo podíamos creer.  Angel y Diego estaban anonadados  porque no es común ver esos portes y menos en un área tan transitada por los turistas. Como perlita, unos señores nos preguntaron si estábamos con langosta o lombriz. Qué paradoja!

El Arroyo Grande es un lugar hermoso y no está muy lejos de la ciudad de Mendoza por lo que podemos ir y venir en el día pero lamentablemente suele ser castigado por los lugareños, aún así, por suerte sigue albergando unos cuantos tesoros que espero sólo sean hallados por manos bien intencionadas. Me queda como aliciente pensar que, por la fisonomia del ambiente, muchos de ellos sólo con una mosca pueden ser vulnerados.