Distancia a recorrer en auto: 743 km. Por la ruta 9 hasta donde comienza la circunvalación a Rosario, pasando por Roldán, se toma la autopista Rosario - Santa Fe, Túnel Hernandarias Paraná (de llegar en horas culinarias, se recomienda pollo al galleto, especialidad Paranaense), La Paz, y destino final, Esquina, provincia de Corrientes, Capital Nacional de la Sandía. Como también podría serlo del dorado, o del dorado con mosca, o del dorado con spinning. Para ello tiene bien ganados derechos, pero no nos apuremos.

Por ese camino, viajando toda la noche, nos fuimos para Esquina con dos grandes amigos: Roberto Wirth y el Dr. Carlos Blayas (Dr. en leyes, no en pesca). Ambos aficionados a la pesca deportiva, pero con una marcada y evidente preocupación por incluir la pesca, o el producto de la pesca, mejor dicho, en su dieta.

Blayas niega terminantemente los más esclarecidos conceptos conservacionistas. Wirth acompaña su persona con un ahumador Abu, y estaba permanentemente interesado por los distintos tipos de carne que ofrecían la especies ictícolas esquineras.

Demás está decir que ante estas tendencias, nada pudo hacer mi vocación, y los conceptos tendientes a convencer a mis compañeros de sus errores; vivieron todo el viaje pensando en comer.

Los tres éramos invitados de Cristian Briet, mi gran amigo, que acaba de inaugurar la Hostería Malal-Cue, sin lugar a dudas, un “invento” genial.

Cristian es un viejo amigo, de esos que vienen de toda la vida, de esas amistades sin declinaciones ni intermitencias, desde allá, ya un poco lejos del tiempo, antes de la escuela primaria, de barrio, de ese maravilloso pedazo de nuestra niñez y juventud que fue Palermo Chico. Sí. Indudablemente, amigos de todas las cosas.

Bien. Hoy por hoy, Cristian es presidente de una de las más importantes industrias correntinas: Teninbo, una hilandería de primera, recién inaugurada y orgullo de Esquina.

Además tiene una isla-estancia, con vacas y todo. Y otras cosas que lo tienen ocupado en serio.
Como si todo ello fuera poco para tener como actividad una cálida y amable paz correntina, entre él y su mujer –Joan Reed- toda una estupenda persona, pergeñaron una idea de esas que nuestro país necesita muchas, una hostería distinta a todas. Que no es exactamente una hostería, sino más bien una casa, un hogar. Con todas las comodidades, con todo el confort.

En un lugar excepcional, donde en el encuentro hombre-Naturaleza se da el reencuentro con la exacta sensación de vida verdadera, esa vida que en la ciudad multitudinaria en que vivimos, se pierde o por lo menos, se desdibuja considerablemente.

En la casa allí ubicada, salta en cada cosa, en cada cuadro, en cada mueble, el exquisito buen gusto de los integrantes del matrimonio Briet.

A la invitación, como decía, respondimos con nuestra presencia casi inmediata. Yo con mis mosqueras ilusiones a cuestas, las que necesariamente debía probar a fondo en dos días.

Así como el primer día, antes de despuntar el alba, con el lucero todavía brillando allá arriba, ya estábamos embarcando en la lancha de Malal-Cue, justo a 200 mts. de la casa en el mismísimo río Corriente, que como quien no quiere la cosa, pasa casi por la puerta de la casa.

La cosa es así: Malal-Cue (Malal en araucano quiere decir: corral, y Cue, en guaraní significa: algo que se fue, algo que pasó. Invento de Joan esta mezcla). Está situada sobre las barrancas mismas del río Corriente, muy cerca de Esquina, con vista a todo un delta de este río, y al fondo del paisaje, su majestad, el río Paraná.

Sacamos el rol en la Prefectura (ahora es obligatorio) y presentamos los correspondientes e irremplazables permisos de pesca que se sacan en el Club Náutico, previo pago de la horrible y desmesurada suma de $10,00 (¿?).

Con las indicaciones de Tata Gutiérrez, conocedor increíble de la zona, auténtico experto en pesca y verdadero baquiano del monte, navegamos hacia el lugar previsto para pescar ese día.
Alrededor de 30’ de navegación a media marcha (3000 rpm) por el Paraná, que a esas horas parecía el despertar mismo del mundo, con esa especie de explosión voluptuosa de vida que es Corrientes, con verde y agua por todas partes, con esa incalculable variedad de pájaros del monte, con mil cantos y mil colores distintos. La espátula (es nuestro flamenco) y la garza mora, la tijereta biguá. Nombres y nombres que Cristian me dice al pasar la lancha y yo trato de anotar todo en mi cabeza.

Así pasamos el río Aguari (o Aguaracito), luego el Aguará, estupendo río, muy parecido al San Juan, en la costa oriental, casi idéntico a la Barra, sin los rastros pioneros de Aaron de Anchorena y sin aquel inolvidable rincón de nuestros cruceros de la segunda mitad de los años cincuenta: El Escondido.

Al final llegamos a la isla estancia de Cristian, donde este consultó con el puestero que tiene su casa sobre el Paraná, sobre la presencia del dorado, con resultado negativo. Quiero aclarar para los que no lo saben que la presencia del dorado se detecta fácilmente pues anda cazando el “forraje” (mojarras y sábalos) con gran estrépito: saltos, corridas, toda suerte de chapoteos, lo descubren.

Fue entonces que Tata decidió entrar en un riacho, al cual llaman “el zanjón”, que a mí, por supuesto sin exteriorizarlo, me pareció inofensivo, pobre…

Pero como dije, permanecí en silencio, para no “meter la pata”. La experiencia me enseñó que hay que callarse la boca en presencia de expertos si uno conoce menos, para no pasar papelones. Al cabo de poco andar, me alegré de haberme callado la boca. Había una buena correntada, que en algunas partes formaba verdaderas correderas, donde podía haber dorado al acecho… pronto divisamos una pequeña islita en el centro del riacho y casi simultáneamente Tata nos pidió silencio total… Ahí… Sí. Ahí… Delante nuestro mismo, a pocos metros… ¡¡¡La mayor concentración de dorados que vi en mi vida!!!

Cientos. Tal vez miles. Yo estaba absorto, como todos, pues el agua hervía, el viaje ya está pago, pensé, con esta visión inolvidable.

Como no podía pensar, por el lugar y la lancha, en hacer mosca, armé equipo de spinning, olvidado hace un tiempo bastante largo, con una caña Shakespeare, reel Mitchell 440 (el automático nuevo, que es fabuloso) con nylon 0.28 y una Tobby de Del, blanca con vivos negros. Y fui el primero en ponerme a pescar.

Al segundo lance, parado en la popa de la lancha, a unos 35 kms sobre una de las costas, apenas cayó la Toby al borde de la corredera, la clásica explosión de agua, pique violento y dorado clavado con toda la potencia.

Creo que Tata (también se calla) no confiaba para nada en mi equipo, acostumbrados como están ellos a equipos poderosos.

Al primer salto comprendí que este bicho era lo que para nosotros es una buena pieza de spinning y para ellos los correntinos, un dorado que recién dejo la categoría de doradillo.

El dorado utilizó su inmensa fuerza inicial, en poco espacio. Se lució íntegro, vital, colorido, en su variada gama de saltos. Con pocas corridas cortas y ninguna larga, tendida, como las que hace una trucha de similar tamaño. En ningún momento sacó más de 5 ó 6 metros de nylon. Parecía preferir trabajar a los golpes bruscos, cortos, hacia abajo y arriba.

La aparente fragilidad del equipo no fue real en ningún momento. Es cuestión de no actuar con rigidez en los golpes cortos, con caña vertical al agua, siempre levantada, ofrecer una estrella discretamente complaciente de manera que no sea demasiado resistente como para provocar un corte, ni demasiado floja como para disminuir el trabajo elástico de la caña. Y como pescador bien atengo a cualquier cambio de situación, obstáculo en río, nueva actitud de lucha del pescado, etc. Y atención a esto cuando el pescado ofrece resistencia, o se aleja, no hay que dar manija al reel en falso pues lo que se produce, es el giro del nylon sobre su propio eje, se retuerce y se debilita, corriendo entonces peligro de corte, con este pescado o con el siguiente, y además se arruina un carretel entero. Al precio de ahora…

La cosa es que la única dificultad que ofrece el uso de equipo tan liviano, es traer el dorado hasta la lancha en los últimos tramos, máxime si este ofrece peso muerto, a favor de las corrientes del río.

Demás está decir que enseguida mis compañeros estaban pescando y los dorados empezaron a aparecer unos tras otro. Un pique increíble. 

Como éramos muchos en la lancha, y yo desesperaba por hacer mosca, navegamos unos quinientos metros aguas abajo, una playita donde decidí quedarme, mientras la lancha seguía hasta la Laguna La Brava, que queda unos metros mas allá.

Caña Fenwick 109. Línea Shooting Sinking Nº 9. Mosca atada por Diego Gugliemi, una verdadera joya, que demuestra qué alto han llegado los atadores nacionales. Mientras tengan material apto, no tienen nada que envidiarle a nadie. La Asociación Argentina de Pesca con Mosca podría hacer alguna gestión para obtener esa minúscula importación que sirve a una manufactura nacional creciente y sin duda de primerísima calidad.

Volviendo al tema, en mi playita había unos rastros: miles de carpinchos. Carpinchos por todos lados, ¡¡¡sensacionales!!! Esperé un rato que el agua se aquietara, se tranquilizara tras la ida de la lancha, porque es bueno aclarar que el dorado es notablemente sensible a los ruidos extraños a la Naturaleza y al escuchar nuestras voces entra en una quietud de la cual solo lo saca el retorno total a la tranquilidad. Cuesta mucho encontrar al dorado, y es por ello que este detalle hay que cuidarlo con toda delicadeza, pues no es cuestión de desperdiciar la oportunidad cuando ésta se presenta.

El riacho no tenía allí más de 30 metros de ancho. Luego de dos falsos casts ubiqué correctamente la “Gugliemi” en el borde mismo de la costa de enfrente. Luego de 4 ó 5 lances más, de nuevo la gran explosión de agua que anuncia el pique del dorado. Esa vez, uno de aproximadamente 3 kg, tremendamente deportivo que tras una lucha de 4 ó 5 minutos, insólitamente largó, escupió la mosca, no sin dejarla bastante deteriorada con sus “suaves” maxilares.

A pesar de la buena, de la muy buena pesca, algo me llamó poderosamente la atención: la gran cantidad de los que escupieron la mosca tras una larga o breve lucha. Humildemente, no creo en equipo defectuoso, en pescador inexperto.

Lo he analizado profundamente. Estudié de continuo cada movimiento y cada pique. Cada clavada, cada reacción mía y del pescado. Había tanto que la emoción quedaba superada y daba paso al estudio frío de los acontecimientos.

En realidad pienso que si bien había actividad, quizá por cierto frío en el ambiente, la voracidad estaba disminuida, el dorado estaba lento y sus ataques, instintivos, tremendamente instintivos, eran un poco como quien no quiere la cosa. A los demás con spinning les pasó lo mismo, según me enteré después.

Con el sol encima nuestro, indudablemente mediodía, llegó la lancha, un poco siguiendo a un más que incipiente hambre.

La cantidad autorizada en la zona –seis dorados por lancha- de buenos ejemplares entre 7.500 y 6.500 grs, adornaba el fondo de la lancha.

Alegría de todos, Cristian y Tata por haber cumplido con creces su amable función de anfitriones esquineros. Nosotros por haberlo disfrutado en amplitud, en especial yo, encantado con la primera experiencia personal de dorado con mosca, la que sin duda habrá de ayudar mis futuros inviernos a la espera surera.

Tras esos comentarios de toda pesquería con amigos, cargadas y demás afines, llegamos a la costa para dar curso a la otra religión de nuestras vidas: el asado en el monte, cerca del río.

Hace rato que andamos en esto como para tener que asombrarnos de nada. Pero debo confesar que esta vez me equivoqué en la apreciación, Tata Gutiérrez es digno de ser observado detenidamente. Forma parte integral del monte mismo, por la comodidad con que se mueve dentro del él, por lo fácil que para Tata parece todo. Sin asador, sin parrilla, en pocos minutos estaban dorando a fuego dos soberbios cortes de carne y uno de los dorados, clavados cada uno en una vara de aliso rápidamente cortada y pelada con diestros golpes de cuchillo, haciendo el papel de asadores.

El monte se daba fresco y perfumado de lo natural, en ese suave junio correntino. Ese aroma que nosotros percibimos tal vez con más nitidez que ellos, tras llegar del smog, del absurdo y criminal smog. A la sombra de sauces, alisos y de ingas, fue andando la charla, con sorbo y sorbo, mientras se hacía lento el asado. Ellos, respondiendo a nuestras preguntas continuadas sobre animales, recuerdos, peces, aventuras, sobre (como dice el canto) cosas nomás, cosas, en esa extraordinaria vivencia que es la amistad conversada sin apuros ni vueltas raras, al lado de un fuego y con el vino compañero que va prolijando sensaciones. Y entre cosa y cosa fue tomando forma un próximo safari, uno que ellos hacen siempre. Consiste en largarse aguas abajo desde un lugar llamado Paso López, algún kilometro debajo de Goya, derivando hacia Esquina. Más de 100 km, se tarda tres o cuatro días en hacerlo. Pescando y cazando, haciendo noche en las islas, en síntesis… ¡¡¡viviendo!!!