Enseñarle a un jovencito a lanzar una plomada es una cosa. Enseñarle a pescar es otra. ¿Son buenos pescadores los grandes casters, los que hacen lanzamientos impecables y a distancia? No está demostrado. Para el lanzamiento se necesitan unos conocimientos. Para la pesca otros. Se puede llegar a lanzar satisfactoriamente cuando se tienen conocimientos sobre la función de determinados mecanismos. El que un jovencito cruce las calles y se maneje bien dentro del tránsito de la ciudad no significa de ninguna manera que es un buen volante.

A nadie se le ocurriría curar y obturar una muela sin previamente haber estudiado odontología. Lo mismo debe ser para la pesca. Antes de que se conozca qué come un pez, cómo se alimenta, es siempre prematuro introducir al niño en el mundo mágico de los equipos de pesca.

En Estados Unidos hay escuelas de pesca para chicos y grandes. Las hay anexas a universidades. Allí se enseña la pesca desde el principio. Y el principio es el pez. Sin pez no habría pesca. Podría haber lanzamiento. Pero ya los practicantes no serían pescadores, sino casters. Por eso en las escuelas de pesca se empieza por enseñar a los alumnos rudimentariamente la anatomía, la fisiología y la biología de los peces en general, para pasar a las costumbres de las distintas especies en particular.

Muchos pescadores veteranos siguen, a pesar de sus años, siendo buenos y eficientes pescadores. Si les pregunta cómo se iniciaron es posible que contesten que lo primero que manejaron fue una piolita o una rudimentaria caña con la que extraían bagrecitos y mojarras. Esto, en un buen romance, quiere decir que estaba haciendo sus primeros grados en la pesca. Tal vez en un alfiler curvado aprendieron a encarnar la lombriz. Y tuvieron que hacer muchas pruebas antes de manejarla para enganchar la rápida mojarra antes de que desencarnara el ganchito. ¿Cómo es posible engañar a un pez con una carnada artificial si nunca se manejó ni se vio cómo se movía una natural?

Antes que el álgebra están las matemáticas. Antes que los cálculos están las tablas. Los astrónomos que calculan la distancia a que se encuentra un nuevo satélite y se manejan con años luz, primero tuvieron que aprender que dos más dos son cuatro, ¿Por qué el pescador va ser la excepción? El también debe empezar desde el principio si no quiere ser un aficionado más, y no un deportista.

No hay duda de que los señuelos modernos, las finas cañas de fibra de vidrio y los reels suaves como la seda facilitan en gran parte el trabajo mecánico de la pesca. Pero está la parte biológica. El pescador tiene que luchar contra un ser vivo, bien adaptado a su medio, no desprovisto de astucia y que es sobreviviente de muchas acechanzas. Lógicamente necesita conocerlo. Y esto no se le enseñará su evolucionado equipo.

Será fruto de la observación, los conocimientos, la experiencia acumulada en el lugar mismo, si es posible, donde va a pescar. Si antes no observó cómo se conducían sus propias ranas, cuando las utilizaba como carnada, ¿cómo puede manejar adecuadamente su señuelo que las imita? Si el buen deportista debe rechazar en algunos casos la carnada viva, el joven no tiene sus mismos motivos porque el niño que nunca capturó una tucura o un alguacil jamás podrá saber cómo se conducen cuando perseguidos caen al agua y tornan a la costa para salvarse, momento en que los peces los interceptan y devoran.

Las cucharas, los señuelos, las moscas, en menos palabras, todos los artificiales tienen su modelo en la naturaleza. Tratan de imitar un ser vivo, emitir sus mismas vibraciones, golpear los sentidos de los peces con idénticos reclamos para despertar el apetito o su agresividad. El joven que se inicia debe saber, y del estudio, de la observación que haga de los originales surgirá el más o menos adecuado manejo de las imitaciones, para perfeccionar el engaño sutil de la pesca con artificiales.

No es, por otra parte, que se pretenda que para formarse un pescador deba necesariamente que retroceder a la época de la “piolita” de algodón retorcido o a la vara cortada de cualquier rama y a la que se ata un hilo con un anzuelo y un corcho de botella. Sería como pretender que para manejar un automóvil moderno haya que retroceder hasta los viejos Ford T. No. Pero el niño debe adquirir nociones sobre los peces y su ambiente antes de manejar un complicado equipo. Es posible que si pasó de grado o es su cumpleaños lo lleven a una casa de artículos de pesca para que elija un equipo, el vendedor lo induzca a adquirir una caña, con su reel y su línea.

Si el niño descubre, por ejemplo, cómo después de una lluvia las lombrices son arrastradas al agua donde los peces las capturan en el fondo del río, laguna o arroyo, sabrá que la lombriz se debe utilizar de tal o cual manera. No le sería difícil que al comprobar que ciertas isocas u orugas caen de las ramas sobre el agua donde los peces las aguardan para devorarla, sabrá encontrar un buen lugar para pescar y utilizar la carnada adecuada ya sea encarnando con esos gusanos que ha recogido en las ramas o una imitación artificial de los mismos.

La enseñanza de la pesca no tiene por qué ser diferente de cualquier otra asignatura o deporte. Gradualmente, paso por paso, se va introduciendo la mente de los muchachos en los encantos de la Naturaleza, en el encadenamiento alimentario. Para ello nada más práctico y, a la vez saludable que ir con los alumnos a la vera del río y allí, en el escenario de sus futuras actividades deportivas ir mostrándoles el cómo y el porqué de cada cosa. Nadie tiene la mente más permeable y plástica que los jovencitos. La pesca les interesa sobremanera y sus sentidos intactos son como antenas que captan los mensajes que la Naturaleza irradia. La enseñanza algo teórica pero indispensable puede, en nuestro medio, complementarse con la práctica. Se arma al pibe con una buena caña para pescar mojarras, bagrecitos o boguitas para carnada y se le enseña cómo funciona una boya y qué función tiene la plomada, en el caso de la pesca a fondo. Se lo verá entretenido, alegre y al poco tiempo haciendo cosechas interesantes.

No tardará en lanzarse por los caminos de la fértil imaginación y especulará con las reacciones de los peces tratando de deducir en qué lugares y por qué les gusta más alimentarse. Cuando avance por este camino sabrá una cosa que siempre es motivo de meditación para el pescador: el mejor lugar para ubicarse tratando de pescar. Observando las corrientes no tardará en darse en cuenta de que los peces también son afectos a seguir el camino del menor esfuerzo y que si hay un lugar en el río donde la comida fluye hacia ellos, en ese lugar se sitúan.

Debe hablárseles a los jóvenes de acción de la temperatura del agua sobre los peces. Cómo hay peces que se ponen activos solo en agua fría y bien oxigenada y otros que lo hacen únicamente en aguas cálidas. La temperatura del agua determina la actividad o quietud de los peces que la pueblan. Influye en su metabolismo y cuando los peces se encuentran en ambientes que están en una temperatura óptima para su organismo se mueven, buscan comida y se reproducen. Estos puntos óptimos para su organismo se mueven, buscan comida y se reproducen. Estos puntos óptimos son variables según las especies. Hay días en que la atmósfera está fría pero las aguas –que tienen más estabilidad que el aire- no han llegado a enfriarse y en esos días aunque nos parezcan buenos para la pesca de especies de invierno no lo son. Para los jóvenes neófitos el año comprende dos grandes temporadas: la del verano que para la pesca puede extenderse desde mediado de la primavera hasta mediados del otoño; y una temporada de invierno que se extiende –siempre a los efectos de la pesca- desde mediados de otoño hasta la primera quincena de la primavera. En la primera de las temporadas la pesca se circunscribe a pejerreyes, anchoas de río y los infaltables bagres y patíes. Peces de verano pueden considerarse la boga, el dorado, el pacú, la tararira, etc. Ya cuando el muchacho asimila bien estos conocimientos debe estar haciendo sus primeros lanzamientos y se los provee de un equipo apropiado. La escuelita de primeras pescas, por lo común, empieza con la pesca de mojarras, bagrecitos, paticitos y toda clase de peces para carnada. Con ellos ejercitará sus reflejos. Aprenderá a hacer discretos lanzamientos, encarnar, a clavar, traer y desenganchar la pesca, cosa ésta que tiene sus bemoles pues quien intente asir un bagre sin saber, será herido por sus púas dolorosas.

Después de estas primeras clases convendrá iniciarlo en la práctica del spinning y se lo llevará a los lugares donde pueda pescar por este método. Si la pesca con carnada puede ser criticada por los que se titulan deportistas no tiene objeciones en cuanto el que pesca sea un muchacho. Su próxima paso será el manejo de los señuelos y, por último, empezará una cuidadosa práctica de casting con mosca. La pesca así se transforma en una asignatura gradual que matizada con clases de conservacionismo y comprensión delicada de la Naturaleza hará deportistas cabales. Poner en manos de un neófito un equipo complicado y enseñarle cómo se maneja es lo mismo que regalar al niño una colección de finos pinceles y las mejores pinturas al óleo, acuarela, témpera o acrílicas y enseñarle a dar pinceladas. Por este camino no se hará un artista. Porque los artistas, hasta los más grandes que perduran en la memoria de la Humanidad, empezaron por saber mirar y reproducir los contornos de una hoja, las partes de la figura geométrica, los componentes del cuerpo humano, la perspectiva.

Y todo porque los pinceles no son nada si no están en manos de un artista y éste, como el pescador, nace y se hace.