Es curioso, pero mi experiencia es que uno recuerda mucho más las truchas que pierde que las que saca. A través de unos cuantos años de pesca y contando en el haber varias truchas entre los cinco y siete kg. (de siete ninguna), las dos que más recuerdo todos los detalles son dos que se fueron; debían de ser por lo menos de 12 kg,!!! Tal vez entre 4 y 5 kg. estarían más cerca de la realidad, pero no importa, fueron las dos más grandes en mi memoria.

La primera fue en la boca del Chimehuin, mucho antes de que aprendiéramos a sacar las grandes. Estábamos pescando con el Bebe Anchorena, era muy tarde, no recuerdo que hubiéramos sacado nada interesante. Yo estaba pescando en la parte final del pool grande, muy distinto de lo que es ahora; había después de la piedra cuadrada hundida, una playita protegida por un matorral de Michais y por dos lindos Maitenes. La verdad es que mucho no los quería por que molestaban para tirar una línea con más o menos posibilidades de pique. A pesar de estar en traje de baño, no me decidía a entrar más porque el agua estaba fría y era casi noche. El ruido de cada “rise” me tentó más que el frio. Mi nuevo tiro cayó justo. No había recorrido dos metros cuando sentí el tirón, segundos después saltó. La vi enorme y debía ser; el Bebe oyó el ruido, le pareció grande. No tiró mucho al principio, se vino mansa hasta cerca de la playa, allí se asustó, de un solo saque me llevó toda la línea y parte del backing. En ese tiempo, plena guerra, era imposible conseguir una línea de mosca, la que estaba usando era la única que tenía. Tampoco sabíamos del “nudo del clavo”, así que al backing lo cosíamos a la línea, después lo atábamos (splice) con hilo de coser. Nunca le tuve mucha fe a este sistema, así que cuando empezó a salir el backing yo empecé a temblar, el monstruo sacaba línea sin ninguna intención de parar. Aplicaba los frenos sin mucho entusiasmo; en una de esas se paró. Con más paciencia que fuerza la di vuelta, la empecé a traer. Cuando hube entrado la línea, respiré. Sosteniendo la linterna entre los dientes, revisé la atadura. Había resistido bien. Me dio gran confianza y empecé a poner presión. Fue del todo contraproducente. En cuanto la quise forzar se dio vuelta y se largó río abajo; cuando miré el reel me quedaban muy pocas vueltas de hilo, de nuevo sufría por mi única línea. No había más remedio que seguirla. Salí apurado del agua, empecé a correr. Cuando quise acordarme la trucha estaba debajo del puente. Agarré el hilo con la mano, me quemó los dedos, pero había que tirarse el lance. Sentí el chasquido de hilo cortado, recogí despacio, con miedo, hasta que vi la línea. ¡Qué suspiro de alivio! Cuando la entré revisé el splice: estaba “al cortarse”. Me salvé, pero se me fue la más grande!!!

La segunda en el pool siguiente de la carnicería. Había salido después de la siesta. Recuerdo que dejé el auto en el camino, pasé el alambre y caminé hasta el pool de “las piedras blancas”. Allí empezó la pesca aquel día. Llegué hasta el último pool de esa parte del río (mushroom pool). La pesca en general fue buena, pero indiferente en cuanto a registrar hechos notables. Ya oscuro, volvía al auto, cuando al pasar la corredera chica del lado sur del río (la buena es la norte) oí un pescado que subía con fuerza. Parecía grande, lancé con la mosca que traía, no recuerdo cuál era, el primer cast, bastante corto por cierto, me tomó y antes de que pudiera hacer nada cortó. Al día siguiente volví con artillería pesada; una Salmón de Luxe de nueve pies y medio, modelo antiguo, reel “Saint John”, 200 mts. De backing, línea G.A.F., 8 libras en la punta de la tanza. Ese día empecé como a las cinco de la tarde explorando el río, ya que nunca había pescado en ese sitio.

Me metí al medio y descubrí, para mí, se entiende, un pool que hasta hoy es uno de mis favoritos, aunque en los últimos años poco he sacado. Recuerdo que esa tarde saqué 6 ó 7 marrones entre uno y medio y dos y medio de kg. Al anochecer, pero con luz, cambié de sitio; es decir, en vez de tirar al norte empecé a tirar al sur; después de cambiar varias moscas puse una Mickey-Finn, bastante grande para la época.

Al primer tiro se prendió. El pique metió la puntera en el agua; trate de levantar la caña. . . no podía, el reel echaba humo, el bicho nadaba corriente abajo con velocidad supersónica. Yo trataba de frenarlo y el reel quemaba mi mano; con el agua hasta la cintura apenas avanzaba siguiendo al pez lo más ligero posible. Llegó un momento que no podía avanzar más; el río se divide ahí en dos brazos, el agua corre hacia el sur con fuerza y hacia el norte, donde iba mi pez, se hace hondísimo. Me paré al borde mismo del pozo, y puse toda la fuerza que me animé en el reel y caña. Entonces sentí que aflojaba, eso creí yo, luego un salto descomunal doscientos metros río abajo. Era muy grande, parecía muy gordo, cayó al agua, siguió sacando hilo, se acabo el hilo en el reel y simplemente cortó, perdí mosca, tanza, línea y backing, Cuando todo hubo acabado, yo seguía estúpidamente mirando el río que se llevaba todo mi mejor equipo pesado. Al día siguiente armado de un artefacto consistente en un plomo al que una vez derretido habíamos incrustado seis anzuelos triples, una rebaba, y cincuenta metros de lienza (hilo trenzado). Rastreé la cola del pool, arrojando esta plomada con toda mi fuerza. Para gran alegría, recuperé línea, backing, y tanza. La mosca también, pero el monstruo se fue y nunca más supe de él. Que yo sepa, nadie lo prendió de nuevo, por lo menos con mosca, en ese pool.

El río Chimehuin desde que nace hasta que vuelca en el Collon Curá tiene cientos de pools donde se puede y muchas veces se aloja una trucha enorme.

Dejemos la boca, ella merece párrafo aparte, pero desde los rápidos para abajo, empezando tal vez en Las Viudas, donde muchas han salido, siendo la más famosa aunque tal vez no la más grande la que sacó Tonino Soldati. La balsa, extraordinaria por su belleza y por los misterios que en ella se encuentran. Días de pique increíble, he sacado 30 ó 40 truchas, años ha, en una tarde, varias marrones de 3 y 4 kgs. Y sé que una vez el Bebe Anchorena con Fito y Ricardo Zuberbhuler sacaron una cantidad enorme de pescados.

“El Rincón”, hoy “La media luna”, pool favorito de Horacio y Morena Quirno lo he pescado poco, pero siempre he sacado bueno o he visto grandes; La loma, Puesto Manteca y varios más sin nombre, hasta llegar al más famoso, el “Pool de las señoritas”, pool magnifico donde Ada Taylor sacó su trucha de 7 kg. Se sigue por todos los Pools de la Hostería; esta también merece párrafo aparte. Hasta aquí estamos en Chimehuin arriba, después pasamos al Chimehuin abajo, donde no sé si han salido tantas grandes, pero estoy seguro que en el mundo no hay otro río de truchas que iguale esta parte. Hay cientos de lugares buenos, algunos de excepción: la carnicería, debajo de la carnicería, las piedras blancas, el pool chico, la isla, el Currue, el Manzano, la pileta, la Marquesa, la Confluencia, el Tintero, el puente colgante, el pool de los chambones, la media luna, la catedral, frente a la estancia, el mimbre, el alambrado, los paredones y Putkamer todo. Sólo he nombrado los que alguna vez tuve grandes o mucho pique, quedan cientos sin nombre. A medida que escribo se me van refrescando los recuerdos, vuelvo a vivir el mejor día de cada uno de ellos, y se amontonan tantas anécdotas de ese río en mi mente, que no sé cuál elegir para poner en blanco y negro.

Creo que hay muchos cuentos de pesca, que no son cuentos y que servirían para el fin que persigo, pero hay tres aventuras distintas que valen mucho en mi memoria, dos porque son episodios que compartí con uno de los mejores amigos que he tenido, compañero irremplazable de aventuras de pesca. Juan José Silvestre Blaquier, quizás esté en algún Arroyo de la “Trapalanda” de los pescadores esperándome. El otro, porque nunca, aunque mucho viva, sentiré la emoción intensa que sentí aquella noche. Estaba haciéndole de guía a dos viejos americanos, muy simpáticos pero malos pescadores. Pasé el día tratando de que consiguieran pique, habíamos hecho un pic-nic en “El Mimbre”. Ya cansado y aburrido los metí a los dos en el medio del pool. Yo me senté en una piedra al final del mismo, frente a un mimbre que hay en la otra orilla. De golpe veo saltar una marrón grande; tuve que apelar a toda mi voluntad para no meterme al agua. Marqué bien el lugar. A la tardecita volvimos a la hostería, ni bien los desembarqué, subí a mi cuarto, de dos saltos tomé mi equipo grande, una Battenkill de 9 pies con una línea G.A.F., reel S. John de Hardy. Subí al auto y a escape llegué a la vuelta “al Mimbre”, ya de noche y con bastante luna. No tardé cinco minutos en entrar al agua, puse una Honey Blonde y con mi mejor “Double Haul” (lo hacía muy bien en esa época) empecé a tirar lo más lejos posible, pasé la mosca una o dos veces muy cerca de donde la había visto saltar. Nunca olvidaré ese pool aquella noche, la magia nocturna de la patagonia cordillerana me envolvió, mi mente se apartó de la pesca y empecé a soñar. No corría ni la más pequeña brisa, el murmullo del agua era música celestial en mis oídos, no sé cuánto tiempo estuve sumergido en ese ensueño, pescaba mecánicamente, hasta qué un violento tirón me despertó. Ante mi vista millones de gotas se deshicieron en una fuente mágica de agua y luna, una forma solida, negra, de trucha hechizada había roto la magia y el encanto. Caminé lentamente para atrás hasta la orilla, la batalla se libraba allá en el medio del río. Sabía que esa trucha no se me iría, la peleé casi con desgano, por fin la tuve varada en las piedras de la orilla, la levanté de las agallas y me fui. No quería darme corte, sólo mostrar a mis guiados como son las marrones del Chimehuin, pesó exactamente 4kg. Así era el Chimehuin y si lo cuidamos volverá a ser igual.

Otro día, pescando con Silvestre, un poco cansados del poco pique de la Boca, nos largamos de tardecita al Manzano, cruzamos el río, empezamos a pescar para abajo, picaban bien pero no movíamos o no había grandes. Ya bastante oscuro volvimos al Manzano propiamente dicho, Silvestre adelante, yo atrás. Estaba tirando bien y lejos con la Ted Williams de nueve pies; colocaba la mosca en la orilla apuesta, rastreaba el pool con poco éxito. Pasaron dos patos volando (a esa hora vuelan bajito sobre el agua), aunque por la orilla contraria de donde estábamos. Se me ocurrió tirarle al próximo, al rato había levantado, tenía línea en aire. Vi venir otra yunta, hice un buen shoot para atrás y calculando el tiro como una escopeta, tiré hacia adelante con mucho “Haul”: voló mi línea, segundo de expectativas y violento tirón hacia arriba, batuque de gritos desconcertados del pato, carcajada alegre y ruidosa de Silvestre, yo metido en un berengenal con un pato que hacía una fuerza loca en la punta de mi línea. Al rato lo saqué, lo había enlazado de un ala; el anzuelo apareció clavado entre las plumas. Silvestre estaba tan divertido que lo mató y se presentó en la cocina de Doña Elena, ante el desconcierto de todo el personal de la hostería, y el anunció que Jorge Donovan había pescado un pato con ¡caña de mosca!

La tercera anécdota del Chimehuin fue también con Silvestre y José Julián. Esa tarde de marzo llovía bastante; estábamos en “Los paredones”. El río, muy bajo, permitía ver muchas truchas comiendo en las piedras de enfrente, cada buen cast era un pique. Silvestre iba adelante, José con una horrible caña de acero de una mano tirando cucharas al medio y yo último. Por ahí José prende una que le saca mucho hilo, a los gritos anuncia una grande. Ninguno se movió, seguimos pescando. A los diez minutos José acusa gran fatiga, no ha podido recoger más que un par de metros, ya se empieza a estimar que tiene uno grande de veras. Silvestre sale del agua y se pone al lado de José, al ratito José le da la caña. En cuanto Silvestre la toma me avisa que es grande porque tira mucho. Sigue lloviendo a cántaros y se está poniendo oscuro, no tenemos ni linterna ni bichero. Después de cierto tiempo José resuelve caminar al auto en busca de elementos útiles para sacar al monstruo del agua. Son como 6 cuadras entre mallín y pampa, cuesta arriba pero igual va. Yo sigo pescando, es la hora ideal y hay mucho pique. Silvestre anuncia que la grande afloja algo y la trae. Salgo del agua y me arrimo, llega José con la linterna, me la da, enfoco el río y busco una sombra; no se ve nada, sin embargo está muy cerca. Por ahí veo una arco iris tamaño kilo. Pero, esta nadando río abajo! ¡No es lo que busco, sin embargo es raro, porque nada para atrás, río arriba, pasa la cola adelante! Me resisto a creer, pero es. Digo en voz alta que es muy chica pero enganchada de la cola, mis compañeros no creen; por fin está en la orilla: es como yo decía, sólo 1 kg. de trucha enganchada de la cola. . .