Fd: ¿Cómo nace la relación entre la familia Rocca Rivarola y la pesca con mosca en un principio?
Manuel: 
La relación inicial surge con la pesca en general. Mi abuelo fue fundador del Club de Pescadores de la ciudad de Buenos Aires. Mi tío Joaquín, autor del libro “Caminos de la intemperie”, fue presidente de dicho club y mi padre Julio fue fundador y presidente de la Asociación Argentina de Pesca con Mosca. Quizás todo se haya originado en nuestras raíces italianas, porque cuando nos cruzamos con un río, con un lago o un simple arroyo solo pensamos cómo pescarlo.

La pesca con mosca en la Argentina se origina a partir de varios grupos de amigos, uno que se va formando en Junín de los Andes a través de la llegada de Jorge Donovan y el Bebe Anchorena a la “Hostería del Chimehuin”, que luego formaría la Asociación Argentina de Pesca con Mosca, otro a través de Felipe Larriviere y sus amigos en el “Club de Pesca Norysur” en el Lago Meliquina, y también pescadores en varias provincias como Mendoza , Neuquén, Río Negro, Córdoba, Buenos Aires. Nuestra familia, a través de Joaquín, se acercó por amistad al grupo de Junín a fines de los años 60.


Fd: ¿Cómo fueron tus comienzos en la pesca con mosca con maestros como tu padre Julio, el Bebe Anchorena y Jorge Donovan?
Manuel:
Desde que recuerdo, parte de todos mis veranos fueron en el sur, llegábamos a Junín de los Andes después de un viaje agotador de tres días, en aquel momento Junín era un pequeño pueblo de frontera, muy especial y poco acogedor, nos esperaba Doña Elena y el turco José Julián, dueños de la Hostería del Chimehuin y compartíamos con unos 15 a 20 locos y sus familias un mes de pesca, y de qué pesca...

Las mañanas luego de reunirnos en el desayuno salíamos a pescar, siempre avisando a donde. Algunos aguas abajo caminando el Chimehuin, a la carnicería o Matadero, al Manzano, Larminat, los pozones del Currhué, otros aguas arriba al basural o al Lady’s Pool, la Usina, la Balsa Vieja, Puesto Manteca, otros partían al Malleo, al Collón Cura o al Aluminé; teníamos muchos ríos para pocos pescadores y desde ya cada ingreso al río estaba abierto, no existían las llaves en las tranqueras. Por la tarde y luego de una siesta interminable, todos, y todos los días, partíamos a la Boca, donde te encontrabas pescando con tipos como el Bebe Anchorena o Jorge Donovan , Eliseo Fernández, Pedro Guisasola, los Matarazzo, los Sacconi, el príncipe Radziwill, el Mono Villa, Willy Pate, entre tantos otros.

La vuelta ya era de noche, con frío y mil anécdotas, para llegar a la Hostería y reunirse en esos copetines interminables en lo del Bebe y Carola Anchorena.


Fd: ¿Qué recuerdos te invaden cuando releés el libro “Caminos de la Intemperie” de tu tío Joaquín?
Manuel:
El libro de Joaquín lo leo y vuelvo a leer cada verano en el Sur, describe vivencias increíbles, tal como era Joaco, es sumamente auténtico, por momentos nostálgico pero lo cierto es que describe una época que se fue, con sus virtudes y defectos. Me invaden cientos de recuerdos, lugares, momentos, sensaciones y desde la visión de un niño, ya que en mis primeros viajes al sur tendría unos 3 a 4 años y luego tuve la oportunidad de estar cada verano.

Hay capítulos del libro que te ponen la piel de gallina, los preparativos del invierno, el viaje con la llegada a Junín, los colores, los olores, los sabores de cada asado al borde el río. Las entradas al agua, los piques y peleas, es maravilloso.

Es impresionante la cantidad de pescadores que lo han leído, el otro día al terminar de dar una clase de pediatría en la facultad un alumno se acerca y me pregunta: “Doctor, ¿es usted algo de Joaquín, el que escribió “Caminos de la intemperie”? No sabe lo que es para mí ese libro, pude fotocopiarlo, es espectacular, lo leo y releo.”

Es increíble como a personas tan jóvenes les interese esa historia.

Fd: En el libro de capturas de la Hostería Chimehuin se puede leer Rocca Rivarola muchas veces. ¿Recordás algunas de esas capturas?
Manuel:
Hay una discusión que a veces se genera desde los nuevos pescadores, sobre un juicio de valor al conservacionismo de aquellos pioneros. Ellos fueron los primeros conservacionistas, nos enseñaron a amar y cuidar nuestros lugares, nuestro país, la vida a la intemperie, la pesca, las truchas.

Un día al acompañar y vadear juntos el Chimehuin con Eliseo Fernández desde la hostería hasta la curva del manzano podías verlo sacar más de 30 truchas y muchas superiores a dos a tres kilos, todas devueltas al río. El objetivo del libro de la hostería, hoy historia, donde uno anotaba las truchas, era para saber cómo se estaba pescando en los ríos, qué moscas eran las más pescadoras, no para competir entre ellos y desde ya describe la punta del iceberg, unas pocas truchas se anotaban, la gran mayoría se devolvían. Aquellos pescadores amaban la pesca con mosca como una forma de disfrutar vida, genuina y auténtica; en la actualidad, como pasó con el golf u otros deportes, mucha gente se acerca de manera errónea a la pesca con mosca como una forma de status.


Fd: ¿Alguna anécdota de pesca que sea para vos imborrable?
Manuel:
Muchas cosas agradezco a mi padre y una de ellas es haberme hecho pescador con mosca. Nunca olvidaré mi trucha récord en la Boca del Chimehuin. Una tarde de mucho viento llegamos a la boca, yo tendría unos 12 a 13 años y como preadolescente quería ir a pescar al cajón. Estaban dos o tres pescadores, el viejo me comenta, “Empezá a pescar unos metros antes de la curva y seguí bajando el río, no molestes a los grandes.”

Yo quería pescar en el cajón, ir a buscar las truchas grandes, pero luego de una discusión por supuesto terminé, de muy mal humor, donde él quería. “Entrá despacio y tirale, abajo del sauce de en frente vas a pescar”, me comentó. Con poca expectativa y mucho enojo realicé mi primer tiro que, con la ayuda del viento, cayó a unos diez centímetros de la costa de en frente. Momento sublime donde sentí esa fiebre de la boca, cuando una arcoíris peleadora casi me parte la caña en el primer sacudón. Como comenta Joaquín en su libro, esa Boca Fever que no quiere decir otra cosa que ese castañeo de dientes, esa sensación de escalofrío, de asombro, de incredulidad, que se siente cuando se saca una grande allá en la Boca del Chimehuin. Resultado final, unos 4,200 kg y fue la única trucha sacada ese día.

No hay en el mundo otro lugar igual, con tal concentración de truchas grandes. Decía Eliseo Fernández, “La Boca del Chimehuin es el altar mayor de la catedral de la pesca con mosca”.

Fd: ¿Seguís volviendo a pescar La Boca?
Manuel:
Sí, cada año por lo menos una tarde voy con alguno de mis hijos a enseñarles a pescar la Boca, recuerdo cómo me enseñó mi Padre a caminarla, a pescarla, a entrar cuando hay mucha agua.

No existían en aquella época los guías de pesca, pasaba el Bebe o cualquiera de esos maestros pescadores y te decía cómo mejorar tu cast, recuerdo siempre el “no bajes tanto la caña atrás, no le pegues palazo adelante”, o cómo entrar con mucha agua y tirar para el lago, al cajón, cómo pescar la curva, la piedra del Bebe, la de Radziwill o simplemente era quedarse mirando a los que saben, que es la mejor manera de aprender.

¡Sé que las grandes truchas todavía están en la Boca! Por ahí esperando a alguien con el cast maravilloso que con su zurda tenía el Bebe Anchorena, o como cada año cuando llega el roll cast de Pedro Guisasola, gran pescador de la Boca; les cuento, verlos pescar era increíble.


Fd: ¿Hoy el fanatismo por la pesca con mosca sigue presente en toda tu familia? ¿Comparten las salidas al río?
Manuel:
Sí, cada año todos mis hijos pasan unos días por nuestra cabaña en Meliquina; como padre de cuatro hijos varones y como médico pediatra recomiendo siempre pescar con nuestros hijos y desde muy chicos enseñarles esta manera de vivir. Hay que sembrar valores, caminar los ríos, compartir anécdotas, risas por la enorme trucha que se fue, que siempre es la más grande. Disfruto del caminar y vadear un río los cinco, mirar hacia atrás y ver cuatro mosqueros con igual fanatismo. Sin duda hay que invertir mucho tiempo y algunos equipos pero vale la pena.

Agradezco a Dios también por mi gran compañera de estos 25 años, amante de la naturaleza sureña, que nos espera cada noche con la salamandra prendida, un whisky y una sopa caliente a la vuelta de esas frías salidas de pesca.

Cuando llegás a los 50 la pesca se disfruta más en familia, con hermanos, hijos y amigos. A pesar de que es un momento sumamente individual entre el pescador y la búsqueda de la trucha, siempre tenés momentos inolvidables de encuentro; en el río, en los descansos, en los almuerzos, o en la vuelta a casa.

Como contaba Joaquín, lo importante no es pescar, sino estar pescando; y mirá que pescaba... Pescar es disfrutar y respetar la naturaleza, el fantástico entorno de nuestra Patagonia que me hace recuperar fuerza y motivación para volver cada año a mi querida profesión de médico.


Fd: Para ir cerrando, ¿cómo ha influido la pesca con mosca en tu vida?
Manuel:
La pesca construyó parte de mi vida, de mi pasado, presente y no la pienso descartar para mi futuro. Nunca olvidaré una salida en particular: en noviembre, estábamos los tres, Julio (mi hermano, un gran pescador), mi Padre (ya más grande y unos meses antes de enfermarse) y yo. Fuimos a Junín juntos por última vez, a pedido de Joaquín, su hermano, a dejar sus cenizas en el río Chimehuin y desde ya abrimos la temporada de pesca. Las charlas, las lecciones de vida, la amistad… qué recuerdos, cómo no puede influenciar una vivencia de esa magnitud en tu vida.

Por eso disfruto ver y sentir a mis hijos pescadores, al aire libre, esperando un asado cerca del fuego o cuando nos estamos cambiando y por entrar a pescar un río, y te hacen la pregunta típica, “Viejo, ¿qué mosca ponemos hoy?”