Le acepté la invitación a Don José Cabezas. Hacía tiempo que quería ir a Río Grande. Sabía de sus truchas gigantes, sabía de sus ríos maravillosos, también de sus fuertes vientos que son un desafío para los cultores de la pesca con mosca. POR ESO QUERIA IR.

Cuando descendimos del avión con Tito Lunari (pichón de mosquero) nos esperaba Don José, siempre amable y cordial. No hacía frío, pero en cambio llovía esa tarde en Río Grande. El hotel nos recibió tibio y acogedor. Cansados del viaje, nos acostamos temprano. Al día siguiente sería nuestra primera salida de pesca.

Nos llevó Don José al Río Grande, a un lugar llamado La Herradura, él se volvió pues tenía trabajo y nos vendría a buscar a las cuatro de la tarde, a pedido nuestro. Procedimos a la ceremonia de vestirnos de “mosqueteros”, waders, zapatos con fieltro, ropa de abrigo, chaleco, armamos las cañas y realizamos una cuidadosa selección de moscas que, en mi modesta opinión, es lo que en definitiva pesca. Estamos en el comienzo de La Herradura, un enorme pozón con la forma que su nombre indica con una costa de playa y la otra, barranca de unos dos metros de altura. Hago unos tímidos lances sin mucha convicción, pues no me encuentro cómodo tirando desde la barranca. Tito cobra dos truchitas pequeñas. Por mi parte decido vadear, para lo cual remonto el río unos trescientos metros. Se me hace difícil porque no veo el fondo debido al agua un poco turbia, y además porque no conozco. No sin algunas dificultades logro cruzar y entonces sí, pesco bien metido en el agua desde la playa a la barranca. Bato el agua concienzudamente sin resultado. Por momentos el viento arrecia hasta levantar pequeñas olitas. 

Un verdadero acicate para el pescador, cuando estoy por hacer mi primer alto, un poco por el frío y otro poco para cambiar mosca, hago un lance justo frente a mí, hacia un pequeño derrumbe de tierra de la costa, dejo derivar corrigiendo línea lo mejor que puedo –el viento no te deja- y tengo mi primer pique. Gran emoción. El sitio es de truchas grandes, me dijeron. Pequeña corrida y salto, donde veo que no es grande pero igual me gusta. Es la primera. Nuevo salto acrobático y después de breve lucha se entrega casi de golpe, una linda plateada, gorda y sana. No pesará más de dos kilos y le desprendo el anzuelo aún en el agua para no tomarla con las manos, para no lastimarla. Luego de un corto descanso insisto en el mismo lugar y con la misma mosca: una Zulu Badger ya un poco maltrecha. Misma técnica, mismo pique y misma trucha. También la devuelvo y ahora sí, salgo del agua porque el viento castiga con fuertes ráfagas. Voy en busca de Tito, no se atrevió a cruzar el río y lo perdí de vista. En eso veo que viene campo traviesa una pick-up y cruzo nuevamente el río, ahora sin dificultades al final del pozón para ver quién es, pues lo presiento al Chiche Aracena. Un flor de tipo que conocí un año antes en Correntoso. No podía ser otro. Don José le sopló que habíamos llegado y nos rastreó hasta encontrarnos. Trajo comida, vino, gaseosas y chocolate para un regimiento y la intención de llevarnos a otro lado más protegido del viento. Devoramos parte de los emparedados, los rociamos con bastante tinto y partimos para LA VUELTA DE GAUNA, pero antes a instancias de Chiche hicimos unos tiritos en el puente del río, un lugar hasta donde llegan las mareas, pues este río desemboca en el mar y en esos momentos se encontraba bajo. 

Nos ubicamos unos 30 mts arriba de una corredera que adivinamos con grandes piedras debajo. Absorto en mis intenciones me interno río adentro para –creía yo- ubicarme mejor, cuando a mis espaldas y a no más de 2 mts de distancia salta limpiamente del agua una hermosa plateada que había tomado la mosca de Tito, una Chimehuin Amarilla que demostró andar muy bien en esa zona. La trabajó muy bien para ser “Pichón” y logró, después de espectacular lucha dado que éstas que vienen del mar están muy fuertes, arrimarla a la costa con maestría de pescador nato. Fue sacrificada y pesó 3.200 Kg, que es la trucha más grande que ha cobrado Tito hasta el momento, lo que fue alegremente festejado y rociado. Continuemos el viaje hasta el sitio alegado ¡qué correderas bárbaras en la VUELTA DE GAUNA!, es tan grande el lugar que pueden pescar 10 a la vez sin molestarse en lo más mínimo. Con Chiche vadeamos y nos fuimos hacia arriba. El viento me daba para tirar al revés, lo que hice alternando con algunos lances de zurda. Como mi compañero es zurdo no tuvo problemas. Cobramos varias piezas chicas, chicas es un decir, pues todas pesaban más de 1 kg, y Chiche tuvo una impresionante subida que si la toma, todavía la está peleando. Eso hizo que nos quedáramos hasta el oscurecer, lo que allí ocurre bastante tarde. Yo estaba cansado, la verdad, después de 12 horas de pesca continuada, estaba cansado. Por ser el primer día, le había dado con todo. En el lugar conocí a otro mosquero de la barra de Río Grande, Pepe García Alievi. ¡Qué flor de tipos hay en la Tierra del Fuego!

De vuelta, cenamos con otro mosquero, Willy Eyerachar, con quien hicimos programa para el día siguiente. Esta vez fuimos bastante arriba, siempre en el Río Grande. Nuevamente, grandes pozones y rápidas correderas en un tramo del río que es vadeable en varias partes y que nos dio solamente truchas pequeñas en toda la tarde. Cuando volvía hacia el coche, siendo ya bastante oscuro, hago un corto lance desde una barranca alta y tengo un impresionante pique a flor de agua, rápida corrida y espectacular salto de una hermosa marrón bien pigmentada que luchó bravamente, pero que dado que el pozón no tenía ningún obstáculo, no tuve inconveniente en arrimar a una playita que se hallaba a unos 30 metros río abajo. Siempre que pesco una trucha tengo la costumbre de esperar unos quince minutos y luego realizó el mismo lance. No siempre se repite el pique, es más, diría que esporádicamente se repite, pero es una costumbre, sin lógica pero costumbre. Por lo tanto volví a hacerlo y otra vez una marrón similar tomó casi en superficie. No cabe duda de que era la hora de comer y yo tuve la suerte de estar allí en ese momento. Mismo trabajo hasta acercarla a la playita, donde con todo cuidado también fue desprendida y vuelta a su elemento. Ambas eran sanas y fuertes y muy pigmentadas, de unos 3 kg aproximadamente. Al llegar al coche nos esperaba la alegría del hijo de Willy y un amigo de ese, dos jovencitos futuros pescadores de mosca que habían pescado su trucha para comer.

El jueves a la mañana lo dedicamos a hacer compras y caminar las calles de Río Grande, está bastante fresco y amenaza lluvia. Los comercios son grandes y están bien surtidos, las calles limpias, anchas avenidas cruzan esta pujante ciudad. Un lugar que debe verse.

Por la tarde nos llevan a otro lugar célebre de este incomparable Río Grande: LAS BARRANCAS DE ALLEN. Somos seis en total y no molestamos para nada, tan amplio es todo. Tomamos algunas truchas chicas, pero lo extraordinario de la jornada le toca a Tito. Está ubicado al terminar una barranca y hace un largo lance frente a él, en un remanso; la mosca, una bárbara de hundido rápido, toma profundidad e inmediatamente un fuerte sacudón hace vibrar la caña. El grito de triunfo de Tito se le corta súbitamente cuando aparece chillando en la superficie un enorme y negro Biguá que había tomado la mosca debajo de la superficie. En el inevitable y nervioso forcejeo, se desprendió el asustado animal al tiempo que los que habíamos presenciado la escena, pasado el estupor inicial, rompíamos a reír y hacer toda clase de bromas al aún sorprendido pescador.

La jornada terminó de golpe al comenzar a llover torrencialmente y con fuerte viento, lo que nos hizo desistir de nuestros más optimistas propósitos. Como pudimos, y sin cambiarnos, nos dirigimos a los vehículos para emprender el regreso a casa. Esa noche cenamos todos juntos. Aracena se lamenta de que todavía no hayamos pescado una verdadera grande. Nos habla de truchas de 5.6 y más kilos. Don José, hace unos veinte días pescó una que pesó 7.600 gr.

Están un poco descorazonados, no saben por qué no hay actividad de truchas grandes por la tardes. Un poco tímidamente, ya que cuando no conozco un lugar me gusta respetar las ideas de los locales, le sugiero a Chiche que me interesaría hacer una salida a la mañana bien temprano.

Me confiesa que ellos, primero por razones de trabajo, y segundo porque honradamente no se les ocurrió, no pescan al amanecer. Encantado con la idea, nos viene a buscar al Hotel a las seis de la mañana y salimos para La Herradura. Es completamente de día, dado que en Tierra del Fuego amanece muy temprano. Personalmente hubiera preferido comenzar la pesca con las primeras luces, pero no quise insistir sobre el tema para no parecer pesado. Llegamos a la zona de pesca a las seis y media, ya vestidos adecuadamente. Lo único que tuvimos que hacer fue armar las cañas. Por consejo de Chiche, até una Marabú Muddler negra. Me gustó la idea porque la mañana estaba clara, con el cielo limpio y hacía buen contraste. Él se quedó al principio del pozo en la barranca y Tito y yo vadeamos al fondo de La Herradura para pescar toda la barranca desde la playa. Le pongo glicerina al leader y mojo bien la mosca, todo para que se hunda lo más rápido posible. Mientras voy entrando lentamente al agua, alcanzo a divisar frente a mí el lomo y la cola de una grande. La emoción me hace contener la respiración. Están tomando a flor de agua, pienso, acordándome que acabo de preparar las cosas para pescar en profundidad. No obstante, resistiendo la tentación de cambiar de equipo, hago mis primeros lances lo más suavemente posible metros antes de donde vi el lomo. Tito, que está unos 20 metros delante de mí, me hace más señas que el penado 14. Evidentemente también ha visto lo suyo. En ese momento salta otra y bien grande, posiblemente de 4 a 5 kilos, ¡qué fiesta para los sentidos! En esa quietud, poder ver truchas grandes en plena actividad. Hago un nuevo lance y dejo derivar corrigiendo lo más sutilmente que puedo. Cuando la línea se pone recta siento un pequeño toque. Me preparo. Los nervios en tensión; después de lo que he visto, no puede ser chica. Inmediatamente el fuerte tirón. Clavo para asegurarme, pensando que si se tiene que ir que sea al principio. Violenta corrida río abajo, que para, recién a los 40 ó 50 metros con gran borbollón. Nueva corrida esta vez hacia mí y pasa delante mío, dejándome la fea sensación de tener toda la línea floja. Nuevamente se curva la caña. Nuevamente la alegría. El borbollón es esta vez unos 30 metros río arriba. El pozón es profundo y no tiene obstáculos a la vista, eso me tranquiliza algo. Se clava en el fondo y no se mueve para nada. Se arrima Tito y me pregunta “¿clavaste un caballo?”. Sí. Evidentemente es grande, lenta y pesada y no me da ahora gran trabajo. Solamente tengo que esperar. Levanto la vista y lo veo a Chiche unos 100 metros más arriba que también tiene su trucha. Nos saludamos con el brazo. Pasa el tiempo sin sobresaltos. Tengo el suficiente para alcanzarle a Tito una mosca. El no tuvo pique y quiere una igual a la mía. Lentamente la voy acercando y por primera vez la veo, mejor dicho, veo una cola enorme. La siento vencida y me decido a arrimarla a la costa. Centímetro a centímetro la voy acercando, cuando al tocar las piedras de la playa, sale disparada nuevamente hacia el fondo del pozo. La impaciencia casi me cuesta cara. Pero si ya no se fue, ahora estoy seguro que será mía. Otra vez la traigo a la costa. Se ve que el esfuerzo anterior le quitó todas las fuerzas, porque la deposito sobre las piedras tomándola de la cola y se queda quieta, como muerta. 

¡Qué hermoso animal! Miro el reloj, son las 7.30 hs. La he tenido enganchada más de media hora. Pienso en seis kilos, tal vez siete. No me atrevo a pensar en más porque no quiero desilusionarme. Es casi totalmente plateada, con el enorme lomo muy oscuro y unas pocas tintas en los flancos. Es hembra y está muy gorda. La coloco sobre un mantón de césped y me siento al lado para contemplarla. Estoy más que satisfecho. Casi emocionado. De algo estoy seguro, aunque aún no la pesé, esta es la trucha más hermosa que he cobrado y me costará mucho superar esta pesca. En la camioneta de Chiche, hacemos el primer festejo, él también tiene una grande, aunque es visiblemente más chica que la mía. Ya él pasó los 4800 gr., ¿entonces, cuánto pesa ésta que aún sostengo con mi brazo cansado? No lo puedo creer, ¡OCHO KILOS Y MEDIO! Pienso que la balanza anda mal. En el pueblo la volvemos a pesar. Sí, “MI TRUCHA” PESO OCHO KILOS Y MEDIO. Esa noche festejamos todos en el restaurant del Hotel Yaganes. Digo festejamos todos, porque si yo estaba contento, ellos lo estaban más, querían para nosotros una grande y ésta colmaba la medida.

El sábado fuimos todos a comer un asado al campo, cerca del río Fuego. Este es un río chico y muy difícil de pescar dado que tiene mucha vegetación acuática. Junto con unos enormes bifes de chorizo y exquisitos chinchulines de cordero, estaba una trucha marrón, de buen tamaño, que Pepe García pescó en el Fuego para deleite de todos nosotros.

Debajo de un enorme toldo que los muchachos colocaron porque por momentos llovía, aunque no fuerte, pasamos toda la tarde entre cuentos de esta buena gente y las anécdotas inolvidables de este personaje increíble que es DON JOSE CABEZAS, un verdadero trozo de historia de la TIERRA DEL FUEGO.

Buena gente, buena pesca, no tengo dudas de que volveré. Hay otros ríos, otros lugares por conocer, pero el RIO GRANDE es sin lugar a dudas uno de las mejores pesqueros de truchas del mundo.