La Boca no es un mito, tampoco es infalible; por el contrario, es simplemente una pasión, una enfermedad que el veterano escritor y pescador americano Joe Brooks bautizó como “Boca Fever”(fiebre de la boca). Creo que no existe quien, pescando con mosca, no vibre ante la aparición de este espectáculo, al salir del paredón que rodea la parte final del camino de acceso. Se enciende la esperanza y se aceleran los latidos ante las posibilidades del majestuoso lago que se vuelca, y nos invade la sugestión de lo primitivo. No sé si a otros les sucede, pero yo sueño muchas noches de invierno con “ella”, que, de tan femenina, es misteriosa y esquiva; confieso que la añoro todos los días de mi vida a La Boca, meca y fin de todo pescador con mosca.

Pero no se haga ilusiones, tiene pescados inmensos, pero es difícil, muy difícil, llegarles con la mosca. En pocos lugares se puede tirar “de arriba”, o sea, normalmente donde es posible, el viento se lo impide. Para pescar en La Boca hay que ser un buen caster, dominar el “roll cast”, el cambio de dirección y el tiro “de revés”.

Todas las horas son buenas; hay que estudiar los horarios de actividad: nos siempre son fulminantes las primeras o las últimas horas, sólo son cómplices, en esos momentos la falta de luz y la soledad. Joe Brooks sacó su trucha de 9 kilogramos a las tres de la tarde, con un sol bárbaro y sin viento; la mejor mía, de 6,100 kg, fue a las 11, entre una cantidad de gente alborotada que acampaba en las cercanías.

Veamos cómo se desarrolla una jornada en La Boca. Supongamos que hemos llegado, cruzado el puente, observamos el agua e inquirimos a los pescadores circunstanciales sobre el pique, nos colocamos los waders y armamos la caña de 9 pies con línea flotante, acorde con el poder de la caña, y vamos a hacia el lago; supongamos que “La Piedra de Radziwill”, a unos 50 metros a la derecha de la boca real. No corre la menor brisa, el lago es un espejo donde se refleja el fuego del sol que se hunde entre los picos corpulentos del fondo, a la izquierda del majestuoso Lanín, con sus nieves eternas de tintes anaranjados.

En el lugar elegido el agua nos llega a las rodillas, y cuando comenzamos a sacar línea se ve una subida (rise), a unos 15 metros de distancia, y como en un juego hipnótico, nuestra vista queda fijada en el centro de esos círculos que parecen rebotar en la rigidez de la superficie y se acercan hacia nosotros.

Atamos una skatting spider de cola de ciervo, y con dos falsos cast hacemos centro en el círculo; la enorme mosca se posa como un paracaídas. La dejamos unos segundos y a tirones de mano
y con la punta de la caña la hacemos patinar sobre la superficie, cuando esta se hace añicos provocando un fugaz arcoíris en contraluz. Fugaz porque nuestros ojos se posan sobre 4 kg de marrón que volo sobre nuestra mosca, pero que al levantar la caña comprobamos que no ha tomado. Erró o no la quiso, es una performance a la que nos tiene acostumbrados esta mosca, pero nos indemniza con el espectáculo acrobático.


Al otro lado

Nos encontramos en la margen oeste del río Chimehuin, en La Boca, y próximos al lugar en que ésta se forma, o sea, la boca real o el volcadero. Sale una fuerte correntada del lago que arrastra, en el declive, nuestra línea que se hunde en la marejada espumosa.

Nos cuesta ubicar la mosca. Ha oscurecido, y al ponerse tensa la línea pienso que estoy enganchado en las piedras de enfrente; una trucha salta y presiento su gran tamaño por el ruido que hace al caer. La línea permanece tirante pero en otra dirección, y de golpe busca la profundidad en el centro del río. El pez ha tomado la mosca muerta; nado contra la corriente y la fuerza del agua en la panza de la línea le incrusto el anzuelo, luego salto y se clavó firmemente.

Seguía conectado con el animal, que buscaba siempre la profundidad del centro de la correntada; pero una fuerza oculta la empujaba hacia arriba y con la necesidad de sacarse lo que le molestaba en su boca optó por subir y seguir la corriente. Comenzó con unos tirones firmes y cortos que sólo sacaban 2 o 3 metros de línea, hasta que, decidida, emprendió una larga carrera que me obligo a poner el máximo de presión en el freno para obligarla a pasar de mi lado frente a la Piedra Cuadrada, pues de otra manera la perdía en el enganche con ese obstáculo. Supero el escollo, la seguí río abajo hasta La Media Luna, donde la profundidad me obligo a salir del agua. A esta altura tenía más de la mitad de mi reserva (backing) afuera. Al trepar el escalón perdí pie y caí estrepitosamente, lo que hizo que la línea perdiera tensión. Cuando me recuperé, no sentí al pez y creí que se había escapado, pero, despierto, lo siento saltar detrás de mí. Había buscado subir la corriente debido a que al aflojar la línea esta descendió y formo una panza en dirección río abajo hacia donde ejercía fuerza la correntada. La trucha, entonces, nado río arriba para oponerse a la tracción, como es característico.

Estaba entonces con mi trucha gracias a esta accidental maniobra, y lo demás fue fácil. Con linterna la “bicherearon”, y resulto un macho de arcoíris de 6 kilogramos que significo el segundo en tamaño en mi haber.

La mayor, casualmente la obtuve a corta distancia del lugar donde nos encontramos, precisamente bajo el puente viejo. Fue en enero, a las 11, con un sol radiante y rodeado de gente.

Acompañaba a dos norteamericanos que se hospedaban en lo de José Julián y me había ofrecido a llevarlos a La Boca, para indicarles lugares destacados.

Mientras descansaban, algo desairados por la cantidad de gente, quise probar una de las cañas que utilizaban, una Leonard, de 9 pies, que tenía atada una mosca streamers mediano blanco, con la que tiraba sin dirección fija a través, llegando cómodamente a la costa de enfrente. Los acampantes eran como diez, y muchos de ellos se encontraban dando un saludable baño, bastante próximos a mí, y hacían un ruido tremendo. Por eso no le daba mayor importancia a los lances ni a la recuperación, haciéndolo demasiado apurado, “arranco por arriba”, como llamaba a esto Sam Wagner, tal vez el mejor guía de aquellos tiempos. Estaba la mosca cerca y me disponía a comenzar otro lance cuando debajo de la cornisa en que me encontraba parado surgió una sombra enorme con ferocidad. Pensar que se trataba de mi record y la presencia de tanto público, deslució la captura, tanto que solo recuerdo que me rodearon haciéndome mil preguntas y hasta dándome consejos. Los americanos, fascinados, me ayudaron a sacarla, me tomaron muchas fotografías y después la disecaron para llevarla a su país y embalsamarla. Pesaba 6,100 kilogramos, jamás vi una fotografía, y la heroína debe estar colgada en alguna pared del hemisferio norte.

Llegamos ahora al pozón del tronco hundido, lugar donde he batido otro récord, el de perder. De esos que escaparon, recuerdo el más grande. Los últimos momentos de luz y tire bien arriba, lejos del peligros obstáculo; clave una grande e hice la máxima presión para evitar que se agarrara al tronco, como es común en las marrones, que siempre buscan maderas. Dos veces la desarrimé, dos veces volvió al tronco; entonces se me ocurrió que me ayudaran tirando unas piedras, con el objeto que se diera vuelta y regresara río arriba; pero mi compañero ocasional se equivocó y en lugar de tirarle adelante lo hizo atrás, obligándola a meterse en la madera, que fue la tumba de mi mosca y la liberación de mi contrincante.

El último “pool” o pozón pasando Los Bushes es hondísimo y con un variado surtido de troncos en su fondo. Hace años, pescaba en ese lugar, que tiene además la característica de poder observarlo desde arriba de la barranca, a la que se puede subir por el sendero, había atado una Mickey Finn grande y mi compañero me contaba lo que pasaba; la seguía una trucha gigante y sus palabras ponían en mi ánimo una emoción desesperada … “te toma, te toma…te tomó”.  Al mismo tiempo sentí el pique pero no me pareció tan grande; adivinaba perfectamente sus movimientos, sus coletazos, su peso que, en fin, llego a 2,5 kilogramos. La explicación vino luego. Cuando la trucha grande estaba por tomar, apareció la otra como un rayo y le robó la mosca. Así es la pesca. Cuantas veces nos habrá sucedido lo mismo. Pero no siempre se tiene un apuntador.

Para terminar con el Chimehuin, indicaré el equipo que me parece indicado: caña semirrígida de 9 pies, reel con 200 metros de reserva, y línea WF6 flotante, tambor de repuesto con línea WF 7 y fast sinking, utilizando con preferencia la línea hundida cuando hay mucha agua. A pesar de tantos inconvenientes o desatinos, sigo con la fiebre de La Boca; en este momento tengo un ataque muy agudo.

Jorge Donovan

Este artículo fue publicado por la Revista Safari N°6 en noviembre de 1972.