Finalizada la temporada truchera, ha llegado el momento de realizar el balance de la misma.

Hace tiempo que viene registrándose un deterioro de la pesca en el sur, pero esta temporada, sin lugar a dudas, debe ser calificada de desastrosa, en cuanto a resultados de pesca se refiere.

Esta drástica definición surge como consecuencia de varios elementos, a saber:

1) De las experiencias personales, que este año fueron desgraciadamente breves – apenas una quincena de marzo.

2) De lo que infinidad de amigos nos contaron de muchísimos lugares distintos.

3) De una correcta y verdadera evaluación de lo que sucedió y cómo sucedió en el Chimehuin, a través de la estadística y de los hechos concretos.

Resultados magros en todos los sentidos, porque la captura de ejemplares importantes fue escasísima, como así también, y esto es lo que más nos preocupa, la impresionante disminución de la pesca diaria de diversión, es decir esas alegre arco iris cercanas al kilo de peso, ésas que devolvemos al agua y nos llenan los maravillosos días de río.

Al comienzo de la temporada, allá por los primeros días de noviembre, pareció que todo iba a andar bien, y en el libro de la Hostería de José Julián, se anotan, en el mes de noviembre, 31 de las 71 truchas que se anotaron en toda la temporada.

Entre ellas –siempre hablando de noviembre- ese gran pescador y mejor amigo que es el mendocino Raúl Sanmartino anota tres marrones de 5.300grs, 5.100grs y 5.000grs, respectivamente, las dos primeras con Cat Fish en la boca y la última con Yellow Blonde en el río.
Y luego…. La debacle. 4 pescados en diciembre, 1 en enero, 16 en febrero (habría para entonces gran cantidad de mosqueros allá), 6 pescados en marzo y 12 en abril.

Tamaños contables como importantes (arriba de 5.000grs), Roberto Sacconi anota una de 5.000grs, Pedrito Guisasola otra igual, John Love obtiene el record de la temporada (7.500grs) en la Boca y el día 15 de abril, Kitchanman cierra el año con una de 5.000grs.

Año realmente magro para el lugar. 

Según José “Pepe” Delgado, que siguiendo su costumbre anduvo mosqueando en noviembre, para entonces solo Correntoso fue buen lugar. El resto, sapo tras sapo.

El Limay, pobre toda la temporada, incluso su bien afamada y tan mal castigada Boca. Se dice que en la zona de Alicurá, cerca de donde se construye el nuevo dique, paso primero del Proyecto Alicopo (Alicura, Collón Cura y Piedra del Águila) hubo buenas capturas, por supuesto que al baqueano pescar de los mosqueros barilochenses, profundos conocedores del Limay.

A propósito del recorrido de lugares, quiero hacer una referencia para l meditación serena de muchos.

Quizá por demasiado repetido, pueden hacerse obsesionantes las formas de pesca con mosca en el Correntoso. Ahí, una gran cantidad de pescadores, por no decir la mayoría, dejan llevar la mosca por la fuerte correntada, y luego, cuando la misma llegó a cien metros del lugar donde se encuentran parados, comienzan a recoger.

Que quede bien entendido: eso, lo haga quien lo haga, no es Fly Casting.

Es claro, son muchos los que ven hacer eso e imitan.

A los que no saben en realidad cómo es la pesca con mosca, con todo afecto les sugerimos hacer algo muy útil para ellos: acercarse a Palermo un sábado o domingo a la mañana, ahí donde la Asociación de Mosca está para eso, y aprender el buen lanzamiento. ¡No se arrepentirán, y la temporada que viene se divertirán en serio!

Alguno hay, que saben cómo es la cosa, pero prefieren hacer ese sistema que más parece trolling desde la costa…

Volviendo al tema inicial, es decir, el creciente deterioro de la pesca truchera, es evidente que se pueden esgrimir un sinfín de razones, más o menos poderosas, para explicar la importante merma.

Hay causas y efectos en todo esto. La formación del lago artificial Ramos Mejía –Chocón arriba- con las aguas provenientes de toda la cuenca del Limay, modificó en grado sumo las condiciones de vida de la misma.

En efecto, ya señalamos en algún Safari anterior con referencia a la temporada 74-75, sobre la aparición de marrones no comunes al Chimehuin y al Caleufu, por ejemplo. Y también hicimos hincapié entonces, sobre importantes mermas registradas ya para entonces en la población de arco iris pescables, en especial en el Chimehuin.

¿Hasta qué punto esos cambios de vida, de condiciones de vida, son determinantes de esos efectos?

¿Qué pasa en realidad con la pesca en el lago Ramos Mejía?

¿Puede ser que las modificaciones en la migración normal determinen un cambio en la actividad, en los movimientos, en el desarrollo?

Son muchos, demasiados, los interrogantes.

Y ellos además se agravan cuando aparecen teorías –a nuestro modesto entender antojadizas- respecto a lo innecesario de instalar escalas de peces en las obras hidroeléctricas realizadas y a realizar.

Esta referencia la hacemos como consecuencia de las afirmaciones hechas al diario Río Negro del 21-3-76 por un ictiólogo norteamericano, el señor Glenn K. Brackett, por intermedio de la empresa Hidronor S.A.

Entre otras cosas, dice el señor Brackett: “Las barreras para impedir el paso de los peces a través de los generadores o de los vertederos (se refiere a los diques) son innecesarias”, “la trucha solo se mueve aguas abajo o aguas arriba uno o dos kilómetros”, “no veo la necesidad de instalaciones pesqueras tales como desovaderos o escalas de peces”, etc.

No voy a discutir yo con un ictiólogo, pues no es mi tema, ni me considero nada parecido a un hombre de ciencia. Pero sí le haría una pregunta basada en el uso de lógica. En el mundo entero se han hecho y se hacen escalas. ¿Por qué, si es que no sirve, no son necesarias?

Reitero. Son muchos los interrogantes, muchas las dudas, variadísimas las opiniones. Pero también hay hechos reales, incontrovertibles. En algunos días de marzo tuve la sensación de desastre. La inactividad era total o casi total. Nunca en mis ya quince años de Chimehuin he visto lo que he visto este año. Horas enteras en él, cambiando todas las moscas habidas y por haber, modificando leaders y cambiando líneas, modos y estilos, kilómetros y kilómetros de río sin tener un mísero piquecito, aunque más no sea de una de las realmente chiquitas.

Una mañana, recuerdo, en un lugar noble, de los que siempre rinden, nos encontramos, llegando el mediodía, sin ninguna condición climática desfavorable, con el Bebe Anchorena y Nick Roth, es decir, gente que sabe pescar. Y al preguntarnos, ninguno había tenido un solo pique en toda la mañana.

Y otras veces lo mismo.

Por las noches, cuando nos encontrábamos en los tragos de Carola, casi nos parecía mentira a todos los hechos de que nadie trajera un pescado, salvo alguna excepción de Pedro Guisasola.

En el cuaderno de la Hostería, por primera vez en muchos no figuraron nombres como el de tres maestros como el mismo Bebe Anchorena, Charles Radziwill y Eliseo Fernández. Nada más y nada menos.

Personalmente, el Chimehuin me fue totalmente hostil, al punto que al final ya ni ganas tenía de pescar, y no lamenté demasiado tener que adelantar mi regreso para volver a mis tareas publicitarias ante el cambio de gobierno. Solo una escapada al Caleufu con Martín Brave y Mirta Julián, donde obtuve una luchadora marrón de 3.800grs, me salvó la temporada, con unos muy buenos veinte minutos de polvo en ese río bien generoso.

La Boca del Chimehuin, fría, helada, pareció el despojo de otros tiempos. Nada de nada. Ni un pique. Y para peor, como para no dejarnos siquiera el derecho de soñar, cada mañana que con Pedro Guisasola subimos al cerro de enfrente para ver desde allí las famosas grandes… no vimos nunca ninguna, salvo una de tres kilos a lo sumo, que por la displicencia con que se paseaba, debo suponer que era única en la zona y sus alrededores.

El viento Puelche sopló, pero no siempre, así que no vale como excusa.

Algunos –entre ellos Eliseo Fernández- da como posible razón de todo esto la gran cantidad de cañas que concurren al lugar, mosqueros en cantidades industriales, ferreteros munidos de tremendos aparatos, etc.

Puede ser que este ruido produzca la espantada del salmónido pero... Alguna vez dijimos que en esos casos se queda quieto. Allí no sucedía tal cosa. Simplemente no estaban.

No sé si toda esta desgracia será definitiva, progresiva o simplemente accidental. Lo que sí sé es que ya ahora mismo hay que legislar. Hay que capitalizar la circunstancia en que por razones obvias se han facilitado los accesos a los centros de decisión, y se han abierto los caminos a la coherencia y a las cosas bien hechas en el país.

No cometeremos aquí el desatino de dar más importancia a las cosas del deporte, frente a otras que hacen al todo nacional y que eso mismo son prioritarias. Pero cada uno en su función.

Hay que determinar la cuestión de las escalas de peces. Y actuar en consecuencia. 
Y acá va una propuesta urgente. De la cual asumo la responsabilidad.

Proceder a vedas alternativas de lagos y ríos, por sectores, año a año modificables.
Establecer condiciones de pesca en determinados lugares.

Exclusividad para mosca en la Boca del Limay y la Boca del Chimehuin, en la Unión del Paimún con el Huechulafquen, Bocas del Ragintuco, Pedregoso, Machete, Quilquihue, Filo Huahum, Caleufu, Meliquina, más todos los necesarios en Parque Nacional Los Alerces.

Establecer un riguroso método de control carretero en la ruta 22, a la altura de Gral. Roca, donde toda caña pague ya allí el correspondiente permiso de pesca, por el hecho de entrar a la zona pesquera.

Aumentar considerablemente los permisos en cuanto a precio se refiere.

Delimitar las zonas de pesca con trolling en los lagos, ampliando considerablemente las zonas vedadas (cercanía de las bocas), controlando realmente el cumplimiento de las reglamentaciones (Paimún) en cuanto hace a zonas vedadas, y disminuyendo el número de piezas. Desalentar la pesca con trolling es hacerle un favor al país todo y esto no es exageración: el trolling no es deportivo. Es asesinato, y por demás burdo.

Obligar al uso de un solo anzuelo en todos los tipos de pesca de salmónidos. Los triples, caimanes, demás afines matan todo lo que tocan.

Finalmente. Un parrafito para el Chimehuin.

Es lo mejor que hay, y lo estamos matando.

Propongo dividirlo en sus sesenta kilómetros (podría ser en seis partes iguales) y vedar dos partes por años, alternativamente. Vedarlo para toda pesca. Que las dos partes no sean una al lado de otra. Que se cumpla.

Y estudiar. Mucho, para poder saber qué pasa y actuar de acuerdo a las conclusiones.
El futuro lo hace necesario, más aun, imprescindible.