El que cree que basta con tirar más o menos mal una mosca para lograr un pique, está muy lejos de la realidad. Nunca podré olvidar mis primeros 8 días en el sur… y eso que más o menos me las arreglaba para hacer un casting discreto. Cambiaba a cada rato la mosca y suponía que cada fracaso era la mosca y no yo; volvía a cambiarla y nada. Al tercero o cuarto día estaba al borde de la desesperación añoraba las aguas marrones del Baradero, las bogas que por lo menos picaban mis anzuelos y aunque cueste confesarlo ganas tenía de sacar cualquier cosa del agua aunque fuera un bagre… Esta reacción se repitió después en amigos y en mis hijos. Es una experiencia frustrante pero necesaria, el que la supera y aprende a sacar truchas se envenena; el que abandona difícilmente jamás aprenda a pescar. Mi martirio duró como digo 8 días, me había convencido de mi masoquismo y me martirizaba pensando que las tan esquivas truchas no eran para mí pero seguía tirando desde la mañana hasta la noche, caminando kilómetros tirando y tirando. Llegaba rendido al campamento pero volvía a la mañana siguiente con nuevos bríos. Andrés Gordon, mi maestro, sacaba todos los días y me alentaba a seguir probando suerte; me enseño bien, porque ahí y para siempre la gran lección: “que haría si fuera una trucha, donde me pondría, donde tendría más facilidad para comer y a mi vez defenderme de los enemigos” eso se llama, leer el río.

Eran las 6 de la tarde del octavo día y había pescado desde las 10 de la mañana infructuosamente; el Malleo, corría manso, había una leve brisa aguas abajo, el sol aún alto ya no calentaba. Había caminado río arriba más de dos horas y volví al lugar de cita “Puesto Paja”. Me senté al borde del río, no recuerdo que pensaba pero miraba el agua, y en eso vi un borbollón casi al final del pozón. Allí –pensé- hay una trucha, que comerá? Como esta pregunta no podía contestarla decidí olvidarla; al rato volvió a subir entonces, lleno de determinación, tomé mi caña y entré al agua. Parecía un loco corriendo, resbalando en las piedras, levantando columnas de agua y provocando desmoronamientos en el fondo. Finalmente me quedé quieto, no se movía nada más que la corriente en el pozón, y entonces recién pensé: “No son las moscas, soy yo, qué bicho puede seguir comiendo tranquilo con semejante terremoto?”. Saqué línea y empecé a tirar mi mosca (digo mi mosca porque había puesto lo que más me gustaba a mí y no a los peces) en ese momento creo que era un pescador. Tenía todos los músculos en tensión y estaba atento como un pointer cuando ha olfateado la presa… y sucedió. Como estaba en la cola del pool, la línea flotaba lentamente y la podía seguir en todo su recorrido; creo que la mosca no estaba hundida más que dos o tres centímetros, por lo tanto no la veía pero la adivinaba. De golpe la línea se quedó quieta con mi corazón y al segundo tenía un endiablado pez saltando mientras en el otro extremo un loco gritaba, saltaba, se caía, se enredaba en la línea, bajaba la caña cuando el pez tiraba y la subía cuando este saltaba afuera del agua. Esta sería mi primer trucha, y por más que hiciera todo mal terminaría en la parrilla. Recuerdo que después de mil peripecias, la pude arrimar a la orilla pero lejos de mí; empecé a recoger hilo sin darme cuenta que entre ella y yo había un gran sauce y que ese gran sauce!!! Había soportado muchas crecientes y no iba a salir del paso así nomás. En eso se enrieda la línea en una de sus ramas “la trucha contra el sauce”, pensé y me precipité a desenredar el ovillo, pero en vez de llegar a la rama, llegué al fondo del río… La línea salió sola –igual que yo- por fin estábamos cerca desprendí la red del cinto, la armé, la sumergí de un golpe seco, y lleno de terror, la saqué del agua y -¡Oh! Placer divino- la trucha estaba adentro. La mosca casualmente la conservo, jamás la volví a usar, y tiene en mi caja de moscas un lugar de privilegio, es una “Tippet and Silver” atada por Hardy. Después de esta gran experiencia, no recuerdo de aquella temporada ninguna otra, la primera y eso que no era la más grande, quedo para siempre “la trucha del primer año”.

Jorge Donovan