El Caro: donde terminan los caminos   La primera vez que supe de este lugar fue sobre un mapa en una inmensa coloración verde, salpicada de montañas y llena de ríos naciendo o llegando de todas partes. Unos setenta kilómetros al suroeste de Coyhaique donde los ríos viajan hacia el norte (como el paloma o como el desagüe del Caro: el río Blanco) o de oeste hacia el este (como lo hace el Río cajón Bravo que nace en las faldas del furibundo Hutson y luego se une al Blanco camino a Aysén). Ahí se ubica este riñón de doce kilómetros de aguas transparentes.

La maravilla verde de esta zona, es su riqueza natural: la contundencia de sus montañas con esa verticalidad que las sumergen en una selva verde o en el agua. Por todas partes, se adivinan antiguos glaciares que dotaron de esta drasticidad a las laderas a los montes de piedra desnuda y oscura.Llegamos un jueves por la tarde hasta la sede social de Lago Caro, construida a pulso entre los comuneros, con una manito del FOSIS. Ahí nos arreglamos, nos calentamos con unas buenas estufas a leña y partimos a pescar.

El primer día, la pesca anduvo floja. No dábamos con el patrón apropiado, no se veía actividad de ninguna especie y la poca luz de una tarde nublada no nos ayudaba mucho. Así es como se termina en las ninfas o en los stremers y hasta en las conocidas wooly buggers. Tuvimos dos o tres capturas; después la noche nos capturó a nosotros. Volvimos a la cabaña con el desafío lanzado, haciendo planes para doblarle la mano al destino al día siguiente.

Amaneció nublado con llovizna y así se mantuvo casi todo el segundo día. Fuimos esta vez remontando el paloma y el desaguadero hasta el famoso sector de "La Poza". Como el viento fue aumentando de intensidad, nunca abandonamos la protección de los árboles, por lo que decidimos no entrar en los juncales del lago Elizalde. Atracamos el bote, agradecimos la pericia de nuestro guía y comenzamos a vadear las orillas del río.

El escenario debe ser conocido por algunos afortunados: a fines de temporada, con poca agua, el fondo plagado de troncos y las orillas orladas de matorrales y kilas. Entre los arbustos y ramas nos asomábamos al espectáculo de ver en las transparentes aguas, ondear los cuerpos de sendas arco iris y farios de varios kilos en actitud hierática, a sus anchas, muchas veces contrastando contra el fondo de arenas blancas.

Tantas veces hemos escuchado que si una trucha llegó hasta ese tamaño es porque no se dejó pescar las temporadas pasadas (o porque un pescador consciente la devolvió al río para su suerte y nuestro placer). Así sabíamos que no sería fácil.Caminamos unos trescientos metros, pero la vegetación resultó ser infranqueable para nuestras cañas. Así es como se llega a la hora de acordarse de la comida en muchas memorables jornadas de pesca.Almorzamos nuestros sándwich de salami con queso y aceitunas (preparación personal, por si alguien quiere la receta). Pero no sacamos los pies del agua: nos faltaba lo más importante.

Antonio Millacura fue y se las arregló para llegar con el bote hasta esa orilla, subimos esperanzados y ¡ahí se armó la cosa! Fernando, mi compañero, tuvo un par de capturas memorables: un par de farios. Un macho de mandíbula ganchuda, que para nuestra sorpresa se entregó casi sin dar pelea. Cuando lo sacamos con la red, pudimos ver que se había enredado el líder alrededor de la cabeza, así es que prácticamente no podía abrir la boca ni las agallas. Afortunadamente no se dañó y se fue tan tranquilamente como si se viniera despertando de la siesta, para nuestra sorpresa y para su suerte.

Desde el bote, el corazón nos latía con fuerza mientras intentábamos atraer a algunas de esas truchas que divisamos desde la orilla. Teníamos pique, pero nada concreto. En eso siento unos piques y acelero la recogida, entonces veo al torpedo plateado que mordisqueaba mi mosca, sin atreverse a picar, como un rayo la atacaba desde un flanco y luego desde el otro, la examinaba, pero con sospecha a punto de decidirse, una dos, tres veces, hasta que ya cerca del bote desistió dejándome con el alma en un hilo:“¡¡¡@#*#*@ de tu madre...!!!”-¿la vieron, la vieron?

Antonio la había visto, así es que me contenté con eso, pero después agregó con voz distraída -para mi desgracia: -"casi pica ¿no?".

Río abajo, desembarcamos en un islote que formaba un brazo acomodado contra un murallón de tierra. Parecía un lugar interesante y así fue; pescamos sus corrientes y posones y cosechamos bien.

Pero la más notable fue una pesca "a la vista" como no muchas veces se puede hacer en estos grandes ríos. En un pequeño recodo justo pegado al murallón de tierra, una trucha interesante daba cabezadas o asomaba su cola de vez en cuando, sin abandonar ese metro cuadrado en el que se encontraba.La llovizna dejaba escurrir unas gotas por el ala de mi sombrero. Limpié las gotas con el dedo y desde la otra rivera, lancé una primera vez, pero la línea se fue muy abajo, como metro y medio más abajo, recogí unos treinta metros de línea y lancé haciendo las correcciones necesarias; esta vez iba bien.El equipo que estaba usando era uno pesado, realmente "heavy duty", capaz de vencer cualquier viento patagónico y según mi amigo, de romper una casa, pero a mi me acomoda.

El asunto es que tratar de hacer una presentación delicada con semejante cosa, me preocupaba. Lancé: la presentación no fue muy elegante, pero afortunadamente, no mató a la trucha, derivó medio metro y la atacó decididamente. Peleó con energía, sacudiendo la línea e intentando todo lo que estuvo a su alcance. Peleó como una campeona, lo que siempre se agradece. Insistimos un poco más en el río, pero se nos hizo tarde.

El descenso por ese río plagado de troncos y corrientes, no era fácil, pero de noche, fue bastante peligroso. Antonio Millacura se ganó un lugar en nuestra memoria, cuando bajamos esa noche cerrada sanos y salvos en la tranquila playa que quedaba justo abajo la cabaña.

Esa noche llovió como no había llovido. Mientras más llovía, más leña le poníamos a la chimenea. Ese recuerdo es maravilloso: el calor de la leña quemándose tranquilamente, mientras nos embriagaba un estado de sopor como si el paisaje limpio, los bosques inmensos y los ríos avanzaran por nuestras venas, así como un relajo, un masaje del alma, un estado de bien vivir y de bien estar.

Así se despierta con energía; desayunamos preparando nuestro equipo para el agua y resignados a pescar por las cercanías; sin embargo, cuando nos embarcamos, comenzó a despejar y hacia media mañana, teníamos un sol radiante sobre nuestras cabezas y ni una sola nube en el horizonte. Volvimos al paloma, descartando el desagüe del caro en atención a las condiciones cambiantes del clima.

Remontamos unos quince minutos y comenzamos la pesca. Tuvimos algunas capturas, pero nada importante. El viento nos hizo la vida difícil a ratos. A veces cuando era más intenso, comenzaba a ondear mi línea en el aire, haciendo “eses” mientras el viento la arrastraba y conseguía sacar una buena porción sobre el agua.

Mientras nos acercábamos al lago, capturamos algunos arco iris de alrededor de un kilo, lo que hizo bastante entretenida la tarde. Llegamos a un posón profundo donde el río hacía una curva de noventa grados. El fondo se veía verde -nos recordaba el Limay con sus remansos memorables-. Habíamos tenido buenos resultados con wooly buggers de un color verde brillante y no mayores que anzuelos número cuatro. Las ninfas u otros streemers no nos habían funcionado para nada. Lanzamos aprovechando el lento remolino y tuve una captura pequeñita, lo sorprendente fue ver como al lado de la pequeña arco iris (de unos 500 o 700 grs.) aparecieron otras dos de unos dos a tres kilos que vinieron directamente del fondo. Les lanzamos de todo lo que traíamos en la caja, pero prefirieron la seguridad del fondo. Nosotros ante tanto desprecio, nos retiramos dignamente.

El final de la jornada fue en el lago. Buscamos un paredón de piedra y lanzábamos desde el bote hacia la orilla. Desde el bosque que estaba más arriba, debían caerle toda clase de alimentos a las truchas así es que aprovechando la luz de la tarde, tuvimos una muy buena cosecha con farios y arco iris de entre uno y dos kilos. Nuestro compañero más joven enganchó una bonita fario, que se nos escapó cuando intentábamos atraparla con la red. Así es que se la dejó jurada para un próximo viaje.

De regreso, puntual como siempre, Guido nos esperaba con su camioneta. Respiramos hondo llenándonos los pulmones del aire fresco de la Patagonia.

Ya en camino, le pedimos que nos contara mejor la odisea que pasó bajando el paloma con una lancha nueva. Tomó su tiempo antes de empezar, comenzó lento mirando hacia afuera como buscando los objetos con que compondría esta historia.

Luego de un silencio nos dijo que no había encontrado a los ayudantes que quería, el río estaba muy bajo; los troncos estaban muy asomados; la corriente tiraba la lancha contra los troncos y las orillas. Pero la tragedia se les vino encima cuando uno de sus marineros -por desesperación- ató la lancha a una rama justo en medio de un recodo con mucha corriente. "Yo la tiraba con todas mis fuerzas y no entendía por qué no salía, le metimos todo motor y no se movía, entonces empezó a cabecear y a balancearse, una, dos y a la tercera se dio vuelta de campana. El agua la metió debajo de los troncos y la presión nos aplastó contra la cubierta debajo del agua. No sé cuanto estuvimos, pero salió sola por el otro lado.-¿Y se rompió?Ya en la primera vuelta se le salió la cabina y de ahí se fue rompiendo para abajo. Yo salí un poco a la orilla y la tenía sujeta de la cuerda. Le pedí al otro que me diera la mano, pero me dijo que no, que ahí nos ahogábamos los dos. Así es que la solté. Se dio un par de vueltas más y se fue con la corriente.La encontramos más abajo y la dejamos bien amarrada. Quedó p'a la históra. Se perdió la cubierta del motor que sale súper cara.

Como no volvimos, pensaron que nos habíamos muerto. Esa noche la pasamos caminando y fuimos a decirle al jefe. La gente les dijo que nos habíamos dado vuelta con la lancha. Pensaban que nos habíamos ahogado. No sabían cómo decirle a mi señora. Nadie quería decirle.Llegamos de noche y ahí le dijimos: "jefe, tuvimos un accidente".

Miraba por la ventanilla mientras manejaba como si no manejara; como si esto fuera un fogón y nos tomáramos un mate juntos. Parecía distraído. Nosotros no podíamos evitar pensar que era el mismo río que habíamos recorrido unas cuatro o cinco veces los últimos días. Así es que sólo atinábamos a pensar en silencio ¡Grande Millacura!

Llegamos al aeropuerto y de vuelta a Santiago.

Podríamos contarles la historia de cómo el OS7 con agentes encubiertos y helicóptero incluido hicieron un despliegue de película en un potrero de una región cuya densidad poblacional es de 0,8 habitantes por kilómetro cuadrado, pero esa es otra historia y quedará para el próximo capítulo. Así es que recuerden, Lago Caro: cuando se terminan los caminos o donde la vida empieza.   Joseph Bandet