Córdoba, actualmente insignia de la pesca ultra light en Argentina por el tamaño promedio de sus truchas, al igual que Patagonia, también tuvo sus años de gloria cuando éstas alcanzaron tamaños desproporcionados para sus aguas; inconcebible hoy en día si tenemos en cuenta no sólo el impacto que han causado los furtivos sino también al mal manejo de éstas por parte de los pescadores deportivos, y permítanme que sea en nosotros en quien repare ya que somos los primeros que pretendemos que se cuide y respete, aunque con ciertas actitudes no podamos sentirnos orgullosos de dar el ejemplo.

Con el siguiente artículo no sólo deseo compartir la anécdota de mi reencuentro con truchas que sobrevivieron a las manos del hombre sino también concientizar humildemente a los que están empezando que no basta con devolverlas sino también hay que saber cuidarlas. No soy un gurú de la pesca con mosca ni un embajador de greenpeace, simplemente un devoto mosquero que con su poca experiencia pudo apreciar que la pesca va más allá de quien saca mas, que wader es superior y que caña tira más lejos, la pesca sin peces no es pesca, debemos empezar a valorarlos y tratarlos mejor, incluso a su hábitat si queremos seguir disfrutando de ésto que tanto nos apasiona, lo demás es puro esnobismo y marketing que, al igual que una may fly, en un día se desvanecen si nos quedamos sin ellos.

La oportunidad de formar una familia y una propuesta laboral diferente me distanciaron de Córdoba. Extrañando la montaña, no he dejado de volver a mis pagos para visitar a mis padres y hacer alguna pesquita por las inmediaciones del pueblo pero la afluencia de pescadores irresponsables se hacía notar en la merma y tamaños de las capturas des motivándome cada vez más salir a pescar. Añorando aquellos años de adolescente sin más compromisos que buenas notas, en los que me internaba por días en las altas cumbres con la caña y la mochila en busca de indomables arco iris, esta temporada decidí esquivarle a un viaje a la Patagonia y organizar una excursión hacia unos remotos y distantes riachuelos de Achala. Debido a los rumores locales de que aquellos preciados tesoros habían sido descubiertos y saqueados por piratas del río a lo largo de estos años, hasta el momento sólo me entusiasmaba la idea de rememorar aquellas osadas excursiones pero conocía muy bien la capacidad de recuperación de esos ríos y sabía que a ciertos spot no se los podía vulnerar más que con una mosca, es por eso que por dentro mío todavía había una llama de esperanza encendida que me hacía pensar en la posibilidad de reencontrarme con alguna trucha que haya sabido trascender la avaricia humana. Aún así sería una lotería.                                                          

Para llegar hasta allá iba a necesitar de un aliado, un compinche que pesque, entienda y piense igual que yo, ese sería mi compadre Esteban Psenda, mosquero fino y estudioso, camina las sierras desde niño y promueve la conservación constantemente como presidente del Grupo de Los Espinillos.   

Debido a las lluvias constantes de este año, fue difícil hacer coincidir la fase lunar con un buen clima y el río en condiciones normales. El reporte del tiempo no era un referente, allá arriba el clima es muy cambiante. Con los informes de algunos lugareños que contacté saqué conclusiones que teníamos una ventana para aprovechar. Sin perder tiempo pusimos en marcha este periplo; 100 km de camioneta hasta un lugar, 3 hs a caballo hasta otro y luego de una larga caminata arribábamos al que sería nuestro punto de acampe entre torres de alta tensión y cerros ásperos por el paso del tiempo.       

El río recién terminaba de bajar de la última crecida, tenía un color té y aún traía un poco de limo en suspensión. Armamos el campamento y rápidamente salimos a explorar el cauce principal. La idea en un principio sería tratar de verlas primero, ya sea en el fondo o divisando algún rise y después plantear la estrategia que se adecue a cada situación. Caminábamos por lo alto, sobre los barrancos a orillas del río, manteniendo una distancia prudente con el posible ángulo de visión de una trucha, aprovechando los pastizales y tabaquillos para ocultarnos y cuidándonos hasta de no hacer sombra sobre el agua. Como custodias del valle, unas nubes frías y cargadas descendían al galope hacia nosotros. Antes de que nos propinaran los primeros gotones pudimos ver una trucha. Era buena, de las que caracterizaban a este lugar. Levitaba sobre el veril del pozo al final de un agüita que aceleraba un recodo del río; como anfitreando la jornada, le sedo el primer intento a Esteban, no sin antes ubicarme en una posición estratégica para marcar la situación. Desde atrás de un joven mimbre ejecutaba las señales a mi compañero quien no daba un paso sin mirarme primero. Esteban se fue acercando de rodillas por detrás del arenal, lento y cauteloso. Enseñándole la palma de mi mano abierta entendió que hasta ahí debía llegar. Su GPX trout voló 45° río arriba colocando la mosca justo a 1 m. frente de la trucha; ésta la vio, la esperó y tomó con decisión la que creyó era una larva en deriva. Salí eyectado de atrás de los mimbres para ayudar a Tebi, al que no le entraba la sonrisa en la cara y que por poca ventaja llevaba la pelea a su favor. Para no extenuarla demasiado, tomé el copo y aceleré el resultado. Un macho bien picudo y pigmentado que retratamos con mínimo manoseo nos esperanzaba el viaje pero la lluvia tenía otros planes para nosotros frustrándonos la tarde y la ilusión de conectar, quizás, con otro eslabón de una cadena que hasta el momento parecía haber sido vulnerada. Por suerte sería pasajera y no fue lo suficientemente cruel como para enturbiarnos el rio. Aunque ese día ya estaba perdido. Unos giácomo con salsa, agua del arroyo y un tía Maria como bajativo recargaron nuestras baterías para encarar el siguiente día con fuerzas y entusiasmo. 

Con la primera luz del día salimos de la carpa, tomamos nuestros equipos húmedos por el sereno serrano y caminamos aguas arriba hasta un flat largo, de fondo arenoso y roca madre expuesta. Me quedé parado atrás y Esteban se dio una vuelta por arriba para ver si lograba divisar algo. A mitad del pool había una merodeando; el ancho de su lomo delataba su buen porte. Estudiando su recorrido, Tebi me hace señas que va y viene siguiendo un patrón casi triangular; contrario a las agujas del reloj. Agazapado como gato que acecha a un ratón me fui arrimando y esperé la orden de mi guía. Hice unos falsos paralelos a la costa y cuando ésta se dirigía hacia mi, un cambio de dirección en el aire bastó para que la cassual dress se interponga en su camino. El ¡ahí tá! de Esteban fue acompasado por un lavarropas que rompió el espejo de agua. Tensión, corridas, saltos y mucha felicidad. Celebrábamos el trabajo en equipo y agradecíamos a la Pacha Mama por tanto. Con manos de cirujano le quitamos el anzuelo a aquella digna contendiente de 50 cm. mientras se recuperaba debajo y contra la corriente.                       

El curso comenzaba a estrecharse formando pasadas más profundas y oscuras contra las paredes de piedra. Siempre agachado, por si se aparecía alguna patrullando, y en perpendicular al río, Esteban puso la mosca en la cabeza de un pozo y con un mend aguas arriba dejó que entre libremente al cauce principal; así fue que otra imponente arco sucumbió ante su dragon. Luego llegaría la frutilla del postre, un doblete que hizo cantar al unísono a nuestros reeles como dos jilgueros. Nos sentíamos bendecidos. Era como pescar en el pasado, cuando las truchas no conocían los señuelos y había de todos los tamaños. Ese inquietante acertijo que me había estado errumbrando la cabeza todos estos años parecía resuelto. El río había resurgido de las ruinas como el ave fénix de las cenizas. En términos empíricos, era evidente que por los rumores de que no había quedado nada, hacía rato que por aquí nadie pasaba y Esteban lo reconfirmó cuando, peinando largo y prolijo una barranca, de abajo de un tabaquillo sacó una soberbia trucha que jamás olvidará ni el ni su Boron II t. Culminando el día lo volví hacer yo con otro bonito ejemplar que cerró una jornada para el recuerdo.                                         

Era la mañana del tercer día y ya debíamos emprender la vuelta. Un arroyo meandroso que escurre entre pajonales y tabaquillos del que se murmuraban anécdotas de anzuelos abiertos  y cortes en seco, desembocaba de pasada. Jamás le había movido un pescado pero sabía que si todavía tenía una, ésta sería una leyenda. Casi dado por hecho, decidí jugarme una carta más. Una pareja de cóndores vigilaban con recelo nuestro ingreso. Chato y monótono por varios metros no denotaba signos de vida. Un trecho más adelante erosionaba la pampa formando zanjones con caprichosos recovecos ornamentados con puñados de berro donde el agua se aquietaba. El lodo sedimentado a lo largo de su lecho camuflaba cualquier cosa que pudiese haber acechando ahí abajo. Confiado del spot al que había llegado repasé los enchufes de la caña, calibré el freno del reel y alargué el Máxima Chameleon de 3X, puse una Hare ear negra del #12, sin lastre pero voluminosa, no quería que haga ruido al caer, simplemente que baje de forma natural con el agua que absorba. Pisando suave sobre las champas pescaba la barda con levantes y tendidos precisos y delicados, daba dos pasos más y repetía la operación. Esteban seguía atento toda la situación desde unos pajonales pero no veía más que un canal barroso y sin fondo por el que se paseaba mi mosca. En ésta estaba solo, sin salvavidas adicionales más que mi intuición y mi mano meramente adiestrada. Donde el agua se ponía nerviosa por la entrada de una vertiente, sin llegar a dar el primer streap, salió de la nada enseñándonos todo su flanco. Enseguida supe que se trataba de algo serio al sentirse como un balde de agua y con un saltó que nos dejó calculando su porte lo confirmó.  La acción media de mi Thomas & Thomas LPS II me permitía trabajar con seguridad a esta hembra desproporcionada para su escueto entorno que con carácter decidido y vigoroso buscaba librarse. La pelea seguía a la vez que comenzaba otra batalla en mi cabeza entre el no perderla pero tampoco agotarla. Esteban trataba de darle algún tipo de uso al copo pero éste era insignificante para la ocasión. Con el último aliento del anzuelo antes de terminar de abrirse, logramos landear a la soberana. Nuestros ojos vidriosos hubiesen descrito mejor que Neruda lo que sentíamos en ese momento. Sus proporciones constataban que era una veterana sobreviviente que había sabido como burlar la suerte que corrieran en otro moemento sus pares, sólo era cuestión de tiempo para que llegasen dos pseudos conservacionistas a doblegar su instinto indómito enmascarádole su alimento. La admiración no debía prolongarse más y este fósil viviente ya merecía regresar a su hábitat con su vitalidad intacta. 

Ese majestuoso día fuimos testigos de la capacidad de adaptación y subsistencia de la naturaleza ante el egoísmo y la codicia humana. El hecho de ser pescadores con mosca y predicar el catch and release no es suficiente para lograr que nuestros ambientes no se degraden. Es nuestra responsabilidad tomar los recaudos necesarios para minimizar el impacto inevitable que causamos al pasar. Usar tanto un numero de caña como  tippet apropiado para cada situación a fin de no estresar demasiado al pez, fotografiarlo exponiéndolo el menor tiempo posible al aire y que al manipularlo lo hagamos en el agua, son sólo algunos ejemplos que podemos citar. Si realmente nos interesa preservar, debemos involucrarnos tomando compromisos personales sin esperar a que otros lo hagan por nosotros.

No hay una ciencia exacta sobre esto pero nos contenta si han tomado nota de como tentar a este tipo de ejemplares y con esto no queremos pecar de presumidos, de hecho no somos unos eruditos del fly cast, simplemente en nuestra corta experiencia hemos recabado información y cometido los errores suficientes como para que hoy la balanza se incline a nuestro favor en estos ambientes pero lo que sí deseamos que tomen es el mensaje sobre el cuidado que debemos tener al pescarlos y sostenerlos si realmente queremos ver y disfrutar de su crecimiento año a año, e incluso que nuestros hijos lo disfruten, así algún día esas notas que tomaron de nosotros, o de otros, se las puedan transmitir a ellos y que aún las puedan emplear, como esperamos que hoy lo hagan ustedes también.