Después de varios días frustrados por el temporal que azotaba la cordillera, llegamos una mañana a la boca del Chimehuin mi estimado maestro don Eliseo Fernández y yo.- Durante el viaje desde la hostería de nuestro común amigo don José Julián, habíamos convenido en no hablar una sola palabra acerca del mal tiempo ni de nuestro pero enemigo, el viento, que durante una semana completa había castigado la zona sin cesar; hasta parecía que Eolo se burlaba de nosotros, ya que al salir temprano de la hostería no se movía una hoja, pero en cuanto llegábamos al lugar de pesca, comenzaba a soplar de tal modo que el Huechulafquen se transformaba en el Océano Atlántico.

En esta condiciones era imposible tirar la línea por más potente que fuese el equipo. Pero esa mañana había un poco de niebla, evidente señal de que el viento había cesado. Dentro del auto, el silencio era absoluto. Sólo pensábamos en la ansiada posibilidad de pescar sin viento. Y por fin llegamos: la calma era total. Don Eliseo detuvo el auto tratando de producir el menor ruido posible y de inmediato nos pusimos los waders y el resto de la indumentaria necesaria para entrar al río. Cada cual ató su mosca y nos acercamos lentamente a la desembocadura del lago. Eliseo, que es un caballero en todo el sentido de la palabra, intentó cederme la iniciativa pero, como corresponde, le dejé el primer lugar.

El maestro comenzó a sacar línea y para no molestarlo me desplacé hacia un costado, movimiento que no fue advertido por mi compañero; imprevistamente, cambió de dirección y … moscazo! en mi hombro derecho. Don Eliseo se acercó preocupado ante la posibilidad de haber lastimado pero por fortuna la mosca se clavó en el anorak sin pincharme siquiera. Intentamos sacarla pero resultó imposible. No hubo otra alternativa: Fernández debió cambiar de artificial lo cual me mortificó porque, como buenos pescadores, cada uno tiene sus cábalas. Finalmente, ató una mosca completamente diferente a la anterior, hecha con pelo de oso polar. No era lo que se dice un buen comienzo.

Explosión en el Lago. Decidimos entrar juntos al río para evitar accidentes, él por la derecha, yo por la izquierda. Una vez ubicados en los lugares de pesca nos turnamos para lanzar. Las líneas silbaban sobre nuestras cabezas, produciendo música para nuestros oídos de pescadores. El hecho de encontrarnos en ese lugar maravilloso no disimula nuestra tensión por el pique de la tan codiciada “grande”. Me corresponde tirar a mí y levantó la línea fuera del agua; Eliseo me indicaba probar a la derecha del lugar donde me encuentro. Realizo el lance pero mi mosca cae a la izquierda del sitio indicado. Recupero con tirones cortos, pero nada sucede. Mi compañero, entonces, intenta su tiro; dos falsos cast y el tercero parte como catapulta cayendo la mosca en el sitio exacto que mi cofrade me había indicado. No se alcanza a hundir el artificial cuando la superficie parece estallar en un borbollón impresionante; la caña del maestro se arquea violentamente, hasta vencer por completo su acción.

A partir de ese momento comienza un espectáculo que luego sería fuera de lo común … Retrocedo del lugar donde me encuentro para no entorpecer el accionar de los contendientes y observo desalentado que, de pronto, la caña pierde tensión. La mano del pescador se mueve a velocidad prodigiosa rebobinando línea; es tanto el entusiasmo al hacer girar el reel, que la vibración se transmite a la caña y se enrosca la línea en la puntera. Pienso que la trucha escapó. Pero el maestro no se da por vencido y con total rapidez y experiencia, desenreda la línea en un instante y vuelve a tomar contacto con el pez. Comprendo entonces lo que ha sucedido: la trucha nadó velozmente hacia la piedra donde se encontraba Eliseo, a quien la falta de multiplicación del reel, le impidió recoger con la misma rapidez. Empero, pescador y presa ya estaban nuevamente en contacto.

Un peso pesado. La trucha se había plantado debajo de la piedra, y comprobando que la primera artimaña no le dio resultados, emprendió otra vertiginosa carrera hacia el lago. El freno a zapata del reel Medalist 1495 ½ resultaba insuficiente para detenerla y mi amigo trataba de reforzar la acción frenante con el dedo, pero la fricción era tremenda. La trucha, como enloquecida por lo que la retenía, saltó completamente fuera del agua, sacudiéndose en el aire con violencia. El espectáculo era increíble. El salto se produjo a unos 60 metros de donde nos encontrábamos. Nos miramos: ¡es enorme! … sin embargo ninguno de los dos nos arriesgamos a calcular su peso.

Eliseo estaba preocupado. Esa zona del lago se caracteriza por numerosas plataformas y cuevas. Un roce puede provocar el corte. Por fortuna este verdadero titán decide acercarse nuevamente con renovado vigor. Otra vez la mano debía moverse a toda velocidad para rebobinar. La trucha pasó nadando a unos 4 metros de nosotros con su aleta dorsal fuera del agua y ya sin velocidad pero con fuerza. Se dirigía directamente hacia la emboquilladura del río. En ese lugar, las posibilidades se inclinarían a su favor pero fueron muchas las truchas pescadas por el maestro en la zona y la experiencia adquirida le permitió frenarla, aunque no sin murmurar “¡nacrita, aguántame”! ...es que era el nailon final de su leader. Pero las cartas estaban echadas y, moviendo despacio la caña, fue trayendo a la captura hasta pasarla nuevamente a las aguas tranquilas del lago. El final se acercaba. Por momentos la trucha mostraba la panza, seña de que sus fuerzas la abandonaban; intentó dos o tres corridas hacia el lago pero no llegó lejos en ninguna de ellas. Ahora su única defensa eran las piedras del fondo y los continuos cabezazos.

Ya estaba cerca de la orilla cuando imprevistamente emprendió una corrida hacial el río, ayudada por una suave corriente que la hizo pasar por sobre unas plataformas naturales de tosca y entrar a un sector donde la profundidad es muy escasa y el agua ya no están quieta como en el lago; pero una vez más Eliseo puso de manifiesto su experiencia y con la puntera de la caña la fue guiado haciéndole gambetear los piedrones que hay en ese lugar. Llegado el momento cumbre, sin bichero, ni red, solamente con la mano debe ponerla en seco; la trucha ya mostraba el costado, mi amigo y maestro se agachó lentamente e introdujo apenas los dedos en las jadeantes agallas y sin levantarla la arrastró suavemente hasta dejarla fuera de combate. Entonces nos invadió la euforia; era una marrón inmensa. Las manos nerviosas buscan la balanza en los bolsillos del chaleco. Eliseo trata de colgarla pero su carne se desgarra debido a su peso. Por fin logra engancharla en un sitio óseo y la aguja comienza a moverse … ocho, ocho y medio, nueve … nueve y medio, sí, ¡nueve kilos y medio!, una verdadera campeona. Personalmente, nunca había visto una trucha de semejante porte.

Final de fiesta. Cuando llegamos a la hostería, la algarabía fue general. Hasta don José Julián, que a mi entender es una de las personas que más truchas fuera de serie ha visto, quedó sorprendido ante este hermoso ejemplar macho de marrón (Salmo fario). Esa noche preparamos una gran cena para festejar. Doña Elena se esmeró con una torta decorada con un muñeco tratando de sacar una trucha más grande que él. No faltaron el buen vino, los versos y las dedicatorias, y, como de costumbre, el inefable Mono Villa hizo de maestro de ceremonias contagiándonos su buen humor y sus conocidas locuras.