John Donaldon Voelker, fue un eminente novelista cuyo libro mas conocido es “Anatomía de un homicidio” llevado mas tarde al cine. Además de esta actividad, era fiscal de distrito y por sobre todas las cosas un muy entusiasta pescador de truchas. Con el seudónimo de Robert Traver escribió el conocido “testamento de un pescador” donde explica su pasión por la pesca y su necesidad de vincularse a la naturaleza a partir de ella.

Sobre esta misma línea, una vez un afamado pescador dio una conferencia en uno de los congresos de pesca realizados en Bariloche en los ’90. El título de la conferencia era “Por qué pescamos”, y gran parte de su presentación estaba basada en la “necesidad de escapar del stress de la ciudad, vincularse con la naturaleza, caminar los ríos, sentir la grava en los pies, el perfume de las plantas en el atardecer, el canto de los pájaros, el viento en la cara…” y otros, aunque ciertos, poco elaborados argumentos. Luego de la conferencia, Silvia, mi esposa, le hace notar que todo eso lo puede hacer sin necesidad de maltratar un pez, ensartándolo con un anzuelo, a lo que el pescador respondió sincerándose que su vínculo no es completo si no siente, a través de la línea el contacto con el pez, en una suerte de evolución no completa o atavismo no reprimido, mitigado éste por la devolución posterior del pez capturado con el menor daño a su medio natural.

Puede sonar simple, pero ninguno de los dos pescadores planteaba, en este contexto de modernidad, la pesca como una cuestión de necesidad alimentaria como la que guiaba al hombre primitivo, que consideraba a la naturaleza como un medio hostil pero con la que tenía necesidad de interactuar en la búsqueda de alimento, refugio y abrigo. Los pescadores mencionados arriba consideraban la pesca sólo desde un aspecto recreacional, pero pone de manifiesto cuestiones mucho mas complejas, como el evidente mayor "poder sobre la naturaleza", que ha ido venciendo los temores al entorno y avanzar en su sometimiento.

En este devenir a los tiempos actuales una gran cantidad de variables entran en juego en una dinámica en el que pesan cada vez mas los aspectos económicos, políticos, éticos, religiosos, educativos, localismos y otros, y cada vez que ocurre un problema ambiental, esto se pone de manifiesto.
El caso de la presencia de Didymosphenia geminata en los ríos patagónicos, califica como un problema ambiental, en el que un organismo invasor, de gran poder dispersivo ha colonizado exitosamente varios ríos, y el hombre es su principal vector.

Pero vale la pena hacer algunas reflexiones sobre esto, dado que, a pesar de haberse advertido el riesgo muchísimos años antes de su aparición, aún en el reglamento de pesca con claras recomendaciones para evitar o dilatar su introducción, cuando llegó el momento de actuar quedó en evidencia un gran desconocimiento y una consecuente improvisación. Y aunque no se pretenda identificar a los responsables directos, sería muy bueno evitar ignorar las falencias, los errores, las omisiones, y aprender de éstos dado que otras amenazas se ciernen sobre los ambientes y sus comunidades de peces.

La reflexión Martiana “A las aves alas; a los peces, aletas; a los hombres que viven en la Naturaleza, el conocimiento de la Naturaleza: esas son sus alas”, pone en relieve la importancia del conocimiento para una mejor relación entre el hombre y su entorno natural. Sobre esto se aprecia, en forma alarmante, el avance sobre cargos de conducción y gestión pública, sobre áreas netamente técnicas, por parte de personas que carecen de idoneidad, conocimiento o profesionalismo para ello. Dicho en otras palabras es el avance del “punterismo político” sobre áreas de enorme responsabilidad, con poder para tomar decisiones trascendentes y que comprometen la administración de, por ejemplo, los recursos naturales. A menudo se argumenta que en la conducción se debe ubicar una persona leal al equipo de gobierno, con perfil de administrador y apoyada por un cuerpo técnico. La realidad muestra que en general la ignorancia genera actitudes tiránicas y arbitrarias y de sometimiento a los grupos técnicos.

En el caso de dídymo, se desconoció el nivel de agresividad y capacidad de dispersión del organismo, para el cual ya existen conocidas prácticas de bioseguridad aplicables. Es más, se buscó minimizar el problema a efectos de no “generar pánico”, y esto impidió dimensionar objetivamente la magnitud de la situación. Las medidas que se tomaron, si bien demandaron un gran esfuerzo por parte de algunos sectores, estuvieron muy por debajo de lo requerido. En algunos casos se detectó una oportunidad de protagonismo y presencia mediática que dificultó la búsqueda del nivel de coordinación regional requerido en una circunstancia como ésta para generar acciones adecuadas y una óptima estrategia de defensa.

Sin embargo, en todo esto, la mayor responsabilidad recae en la responsabilidad individual. Esta es instransferible, se nutre de decisiones propias basadas en convicciones, conocimiento y esfuerzo personal. Fue frecuente escuchar en reuniones, en publicaciones y foros de internet fuertes críticas a los administradores del estado, soslayando el compromiso individual que implica incorporar nuevas conductas en los usuarios de los recursos acuáticos.

Es cierto que faltaron puestos de desinfección o no cubrían las expectativas. Pero en términos de responsabilidad personal, cada pescador debe asumir un total compromiso en evitar la dispersión de este flagelo. También las hosterías, los guías de pesca y de turismo, los docentes, los lugareños, y todo aquel que tenga algún vínculo con el uso de los recursos acuáticos.

La experiencia de esta temporada fue muy desalentadora en este aspecto. Sobre un puesto de desinfección organizado en el camping del lago Cholila, fuimos sorprendidos por el nivel de desaprensión e irresponsabilidad de muchos pescadores y guías de pesca. Dos de cada tres guías mostraban un alto nivel de conocimiento y disposición a la limpieza y desinfección de sus equipos. El tercero se resistía sobre argumentos tales como “hagan lo que hagan viene igual”, o “lo transportan las aves”, o “la pesca es mejor cuando está el alga” o “no quiero incomodar a los clientes” u otros que rayaban en lo ridículo o revelaban su falta de información.

La aparición en lugares tan distantes entre sí confirma lo que dice la bibliografía: el hombre es el principal agente de dispersión. De hecho lo ha trasladado de hemisferio. De éstos, los pescadores son los que tienen mayor contacto con el alga. Tratándose de un organismo unicelular resistente, la desinfección no ofrece garantías suficientes. Siempre es posible que en un pliegue o costura, en la balsa, en las almohadillas del tráiler, en los waders, permanezca una gota de agua conteniendo las diatomeas. Sólo el secado profundo es seguro.

La confirmación oficial de hoy, de la aparición de Dídymo en el río Rivadavia, un ambiente emblemático de la comarca Los Alerces, y donde se centraron los mayores esfuerzos de contención (insuficientes), indica claramente que en breve, gran parte de la Patagonia estará invadida. Por ello escribo esto con profunda tristeza, enojo, frustración y otros sentimientos parecidos y sé que muchos comparten este desánimo. El hecho de que ríos tan bellos, insertos en tan magníficos paisajes sean transformados en ambientes con aspecto de aguas servidas implica una gran pérdida, que trasciende el simple hecho de arruinar un destino de pesca.

Ojalá que, por lo menos, sirva para enseñarnos algo.