Siempre he pensado que la pesca se lleva en la sangre, tal vez por ser una actividad ancestral ligada a la supervivencia humana ó quizás porque somos un tanto sádicos…afortunadamente, algunos hemos tenido la oportunidad que aflore en nuestras vidas de manera apasionante, como una enfermedad incurable.Pescar y además con mosca artificial, se considera el tope máximo de la pesca como deporte. En esta práctica, se encuentran el arte, la técnica y la aventura, en una combinación poco frecuente. Presentarle a un pez que se encuentra al acecho en un paraje agreste y aislado, una mosca que semeja su presa, atada finamente a una delgada línea e impulsada con destreza utilizando caña y carrete, constituye un momento muy especial. Este relato, plasma la realidad de este encuentro y la proeza de mi gran amigo Juan Diego Sanint, que logró “tocar el cielo” y culminar un sueño, al enfrentarse a una especie esquiva y audaz; todo un depredador de altísimo nivel. He aquí el relato de esta hazaña deportiva, cuyo podio y medalla dorada, fueron otorgados por la naturaleza misma.

Transcurría mediados de Junio, mes en que la famosa y diezmada “subienda” ha culminado y las especies protagonistas de este genial acontecimiento en Colombia, permanecen en sus lugares de origen repitiendo el ciclo de sus progenitores. Muy temprano por un camino enmarañado logramos llegar al río. El agua estaba cristalina como un diamante y el día comenzaba a despuntar. Un tenue reflejo violáceo pintado en la superficie, contrastaba con un verde intenso como una esmeralda de Muzo. Majestuosas rocas grises circundadas por árboles milenarios, parecían brotar del fondo hacia la rivera, como simulando una calle de honor. Algunos peces agrupados sobre el lecho tapizado en mármol, se delataron sin sospechar peligro alguno. Hipnotizados, observamos este hermoso cuadro a la espera de la aparición de una “Salminus Affinis”, especie que por su carácter salvaje y belleza incomparable, encabeza la lista de los sueños de muchos aficionados a este deporte. Comúnmente la llamamos “Picuda”, por sus prominentes mandíbulas provistas de unos dientes afilados, que no respetan ninguna mosca, ni línea; los corta como si fuesen mantequilla y escapa a la vista del pescador, que sencillamente queda atónito y decepcionado, pues las oportunidades que brinda no son muchas por su comportamiento desconfiado y notoria disminución de su población, como consecuencia de los atropellos frecuentes a su vulnerable hábitat.

Alrededor, algunos loros comenzaron a levantar su vuelo, produciendo sonidos mágicos en una increíble sinfonía orquestada con el croar de pequeñas ranitas. Contemplamos este hermoso espectáculo, mientras lentamente preparábamos nuestro equipo para “invadir” el paraje. Minutos después una violenta “explosión” acompañada de un seco chasquido, ocurrió en la superficie del agua, justo sobre donde habíamos observado aquellos peces descuidados…¡una inmensa picuda había cazado su primera presa del día! El sonido similar al de un tambor, rítmico y acelerado, apareció inmediatamente…era el corazón, que se nos quería salir del pecho. La ansiedad se apoderó de nosotros. Un temblor en las manos y en los pies nos obligó a hacer una pausa y respirar profundo. La verdad, esta imagen para un pescador puede compararse con la de un paracaidista a punto de saltar al vacío.

Llegó nuestra hora…despacio, nos aproximamos a la orilla y entramos al agua agazapados, como un par de felinos. Con una mirada y un simple gesto, mi querido colega tomó la iniciativa. El sonido rítmico de la línea saliendo del carrete, subió los ánimos. La mosca, imitación de aquel pececillo recientemente atacado, fue lanzada con determinación hasta lograr la distancia adecuada. Cayó al agua con naturalidad y se le dio acción con movimientos cortos y disparejos de la línea, pensando en la ilusión de un pique inmediato, pero…nada. La corriente arrastró la mosca, obligando nuevamente a levantar la línea como si fuese el látigo de un cochero, con una plasticidad única. Nuevamente la mosca, fue puesta más arriba del lugar donde se había intentado anteriormente y se hundió sin perderse de vista. De pronto, intempestivamente, como un fantasma en medio de la oscuridad, una picuda enorme salió de la nada e irrumpió en la superficie de manera implacable. Con fluidez tomó la mosca y se hundió con una fuerza asombrosa. La imagen de su cabeza, la aleta dorsal sobre ese lomo esbelto y la cola color rojo carmesí, quedo congelada en nuestras mentes. El pez se perdió por unos instantes, pero la línea templada como la cuerda de un violín, apuntaba hacia el fondo señalando donde estaba. La caña se dobló a punto de reventarse, transmitiendo a su mano una tensión desmedida. Acto seguido, una brusca carrera hacia la orilla opuesta del río, obligó la salida de la línea del carrete, despidiendo un sonido maravilloso. Al aplicar el freno con mucho tacto y evitando la huida corriente abajo, el animal dio un salto impresionante y se sacudió en el aire mostrando toda su grandeza. El alma de nuestro héroe quería salirse del cuerpo; la excitación no era para menos. Lentamente y sin desespero, Juan comenzó a retroceder para buscar aguas más calmadas y poco profundas, con el fin de dominar al codiciado ejemplar. Recuperando la línea con calma y ayudado con la palanca ejercida por la caña, poco a poco acercó la picuda, pero el “shock tippet” cerca de la mosca, estaba mordido y por la presión ejercida no permitió llevarla al alcance de su mano. Nervioso se fue hacia atrás, tropezó y cayó sentado. Yo estaba filmando y la picuda pasó por delante de mis pies y sin dudarlo, la atrapé por el pedúnculo caudal. El exhaló…ya no podía mas y me miró con una sonrisa de satisfacción como si le hubiese salvado la vida. Llevó la caña a la boca para sostenerla, tomó la picuda dentro del agua con las manos y la levantó, exhibiéndola con desbordante emoción. Los rayos del sol que en ese momento atravesaron el follaje, convirtieron nuestro magnífico pez, en un destello de plata. Finalmente, ayudado de unas delicadas pinzas como un cirujano, retiró la mosca de sus temibles fauces y lo sumergió suavemente en el pozo a donde pertenecía. La picuda, agotada, y respirando en forma constante, pareció entender el noble gesto de soltarla y sin forcejear, se dejó manipular. Al abrir la mano para liberarla, salió con ímpetu hacia el centro del río y desapareció entre las sombras.

En siglo XV una noble dama europea, Juliana Berner´s, en el primer tratado escrito sobre pesca, describió al pescador así : “…contempla las garzas, los cisnes, los patos y muchas otras aves con sus polluelos; y si además atrapa un pez, no habrá en efecto un hombre más feliz que el pescador con su deporte”.