Hace ya algunos años mi gran amigo Buby Collo, ingeniero agrimensor que posee la dicha inefable de tener todo el país para andar sin apuro, todo su tiempo, me presento un increíble y pintoresquísimo personaje: Shasha Turbanoff.

Vale la pena hacer de él una pequeña semblanza. Ruso Blanco de nacimiento, llegó al país como integrante de aquel coro de cosacos del Don que arribó a nuestras costas hace añares, procedente de la Rusia del Zar Nicolas II. Vasta cultura. Finos modales. Muy cuidada presencia.

Todo ello, al decidir quedarse le valió una serie de actividades muy disímiles entre sí. Fue –por ejemplo- maitre en aquel sensacional restaurante de los años cincuenta, Le Glonde Noire, que quedaba en la calle Salguero, donde Shasha, con su imponente presencia, su dominio de varios idiomas, y su indudable buen gusto, aparecía vestido de cosaco, con un sable llameante donde venían clavados deliciosos trozos de riñón con panceta mientras los comensales elegían sus comidas.

Este notable personaje, partió luego, buscando nostalgioso el reencuentro con los bosques helados, hacia Bariloche en donde se dedicó a ser guía de pesca. Conoce todos los lugares posibles, es un buen mosquero, pero lamentablemente nunca tuvo base económica y esto le impidió arrancar. Así es como hace ya algún tiempo trabaja en la Dirección de Turismo de Río Negro, y en las horas libres, su bohemia estupenda lo hace trenzarse en interminables charlas y apasionantes partidas de ajedrez en el Bar América.

Uno de esos días me lo presento Buby.

De inmediato, por lógica, el tema fue la pesca. Y duró varias botellas de buen vino argentino…

Amigos ya, me llevó a pescar a la zona de Río Repollo, donde nos fue muy mal pues la aguas bajaban turbias en aquel frío mes de noviembre. Pero conversando, entre bocado y bocado de asado, y ya entrados en confianza me dijo: “El día que usted quiera sacar grandes, pero grandes en serio váyase a la Boca del Ragintuco, sobre el Lago Nahuel Huapi, acampe, y pesque solamente al amanecer y al oscurecer… ¡Ya verá lo que pasa!”.

Volví a Buenos Aires a sufrir de nuevo como siempre.

Pero ese invierno, en las largas noches, muchas veces recordé el consejo, la sugerencia de Shasha. Sin embargo, cuando llegaba la temporada, año a año, me tenía que limitar al Chimehuín y al Futalaufquen, porque para andar por todos lados y probar lugares nuevos, se necesita tiempo, eso que siempre nos falta a los imbéciles personajes que vivimos en las ciudades tumultuosas.

Pero esta dicho que a los pescadores, cuando nos dan un dato de esos y con esa procedencia, rodeado de misterio y con una adecuada dosis de aventura, es como si nos clavaran una aguja en la cabeza, y hasta que no nos damos el gusto de hacerlo, seguimos sintiendo el pinchazo…

Y hace cinco temporadas, fui con todo lo necesario.

Se trata de una playa estupenda, donde las esposas e hijos no se quejan, pues las primeras toman abundante y “arenado” sol y los segundos juegan a sus anchas. Es decir, que gracias a ello nuestra pasión pescadora no les molesta para nada.

Como Shasha me había dicho que no pescara de día, que no golpeara el agua inútilmente, me pase el día asando carne, durmiendo al sol, revisando leaders, eligiendo moscas, y ya por la tarde, lejos de la boca del río, ensayando algunos lances como para “entrar pescando” a la noche.

Esa primer noche no había nada de viento.

Un silencio total hacía atronador el silbido de mi sinking 9 perfectamente adecuada a la Fenwick 109.

El streamer Morín amarillo se depositaba cast a cast a ambos lados de la corriente helada del Ragintuco, buscando el pique ansiado. Llegó el límite horario, y no se había registrado ni un pique, no había podido levantar un solo pescado de esos que cantaba Shasha…

La madrugada, maravillosa madrugada, no dio tampoco nada.

La noche siguiente… después de cambiar todas las moscas posibles siguió el silencio… tal como si no hubiera una trucha en muchas leguas a la redonda.

Pero en la segunda madrugada- ya de muy mal humor- tuve la primera emoción.

Había puesto una Honey Blonde (la mosca que es ideal, según dice Joe Brooks) cuando al lado mismo de donde cayó, un lomo impresionante mostró su esperada imponencia, al subir y errarle a la mosca!

Es muy difícil establecer pesos y tamaños en el agua, y en especial con las primeras y tímidas luces del día, pero sin duda había estado cerca de un pescado de esos llamados grandes, realmente grandes.

Amaneció del todo, y marche al campamento. Esa mañana los huevos con panceta y el buen jarro de café negro tenían gusto distinto.

El día pasó lento, cansino. Rato a rato consultaba el reloj.

Y a medida que fue transcurriendo, esperando la caía del sol, esa rara emoción fue aumentando en mí.

Porque una cosa es tirar la línea por si acaso, y otra muy distinta es saber que la presa esta merodeando… que es muy grande… que esta activa, que se mueve…

Es como la sensación del cazador, cuando encuentra el rastro en el monte, y lo va persiguiendo, cada vez más cerca…

Cuando el sol empezó a codearse con la altas cumbres inicié la siempre añorada rutina de calzarme los waders, las piñoneras, las zapatillas con fieltro, etc. etc.

El cigarrillo negro en la boca, mientras me alcanzaban los últimos mates de la tarde, entre pilcha y pilcha.

Los chicos tranquilos, con esa mezcla somnolienta que da la pureza del aire, el hambre de esa hora, y el cansancio de un día bien andado, me miraban con escasa curiosidad… una tarde como tantas… con ese sabor tan especial que solo la pesca con mosca nos da…

Lentamente fui caminando hacia el lugar. Quedaba atrás la carpa, el fogón llameante donde ya despedía una maravillosa fragancia un guiso sensacional, los chicos silenciosos, las primeras sombras largas.
Cuando llegué a la boca, o mejor dicho a la salida del arroyo, que ya para esa época (fin de enero) es un hilo fino de agua helada, observé el agua quieta, un verdadero espejo. Los ruidos del silencio, como el del agua que cae sobre el agua…

Cuando hice el primer lance estaba con el agua a la altura de la cintura, dejando el chorro de agua del río a mi derecha, justo como para irle tirando de manera tal que la mosca caiga sobre la margen opuesta y describa así una curva hasta encontrar el influjo de la corriente, y recién entonces entrar en mi margen.
Por supuesto que la Honey Blonde, para repetir…

Ya se había hecho de noche, cuando venía trayendo mi mosca por mi margen, sentí y vi en la oscuridad un nuevo e impresionante borbollón del otro lado del torrente. Estaba mosqueando…¡y había que buscarla!
Me metí más en el lago, hasta que sentí que el agua helada en la ropa debajo de los waders… y desde allí empecé con largos lances.

Después de un rato de mi silencio, deduje que mi sinking 9 era demasiado ruido en aquella agua tan mansa y silenciosa, y contrariando la sabiduría de muchos “largueros” puse una floating 8, casi nueva ahora con una Yellow Blonde.

Luego de realizar dos lances sin mucha fuerza, como para tomarle el pulso a la nueva combinación caña-línea ubiqué la línea como había planeado… ¡Y ahora sí!... un pique tremendo… seguido de dos saltos increíbles y un rush lago adentro con toda la bronca del mundo.

Indudablemente tenía un pescado de los de Shasha, que sacaba backing con una energía que nunca había visto, a pesar del agua quieta, es decir, sin ayuda de corriente alguna.

Cuando había sacado más de ochenta metros de backing, la peor desilusión: la línea floja…

Tras alguna irreproducible interjección, recogí la línea y comprendí la amarga verdad… la mosca ya no estaba. Unos pocos centímetros arriba del nylon 0.28 que por entonces usaba en el extremo del leader, el gran culpable: el clásico rulito que deja un nudo de viento al cortarse, que me miraba irónicamente como diciéndome: “tu perfecto estúpido eres el único culpable de esta derrota… por no revisar el leader… por no hacer el nudito de viento, a tus años de mosquero”.

Hay que aprender, da mucha bronca perder un pescado así…

Por una cosa o por otra no volví más al Ragintuco, pues desgraciadamente, normalmente hay mucha gente que no es pescadora… exactamente… radios… gritos…motores… en síntesis no es más aquello.

Pero se me ocurre que si no vamos en los meses pico del turismo bullanguero y depredador, y se eluden los fines de semana para no soportar a los barilochenses (menos escandalosos pero no lo suficiente) se pueden seguir los consejos del viejo cosaco zarista e intentarlo.

Si usted, lector, se decide, no olvide algunos consejos: 1) Cuide los nudos de viento. 2) Haga un pozo para tirar la basura. 3) No deje papeles tirados. 4) No deje el fuego sin apagar. 5) No haga ruidos innecesarios.

En nombre de la tan castigada naturaleza…

¡Gracias!