El mundo perdido de Sir Arthur Conan Doyle todavía existe en la meseta basáltica que rodean al lago Strobel y todas las lagunas de su cuenca. Por lo menos un mundo perdido donde con solo cerrar los ojos se nos presentan las figuras de cazadores del Holoceno esperando escondidos tras los parapetos de piedras el paso de los guanacos jóvenes en la primavera.


Nunca imaginé al aceptar la invitación de Luciano y Beto Alba, dueños de la estancia Laguna Verde, que una simple salida de pesca para relevar un sitio ya famoso por su pesca se iba a convertir en un punto de partida para conocer la forma en que se fue poblando de humanos la Patagonia, proceso que comenzó hace más de 10.000 años.

La primera imagen que asociamos a la Patagonia es la de infinitas llanuras barridas por el viento como relata Darwin, o los bosques de Nothophagus y la cordillera con sus ríos y lagos azules.


Ahora puedo decir que la imagen es correcta pero necesariamente incompleta porque los paisajes patagónicos son bastante más variados incluyendo vastas mesetas de lava que se formaron en épocas violentas a lo largo de millones de años. En estas mesetas, diferentes procesos geológicos dieron lugar a depresiones que formaron lagunas y lagos muchos de los cuales permanecen hasta nuestros días como el lago Strobel y el Cardiel ambos de origen bien diferente a los lagos glaciarios de la cordillera.


Llegar al Strobel nunca fue sencillo, en un momento pasamos del ripio de rodados patagónicos a una huella sobre el basalto mismo de la meseta que nos hace pensar en las enormes penurias que tienen que haber sufrido los primeros ocupantes modernos del lugar al tratar de transportar sus animales y los materiales para construir algún tipo de vivienda que les permitiera pasar los inviernos.


Algunos restos quedan esparcidos en la forma de enormes ruedas de carro y puestos olvidados en los faldeos más alejados del campo. Que animales tirarían las enormes carretas sobre ese pedregal duro e infinito y como soportaba esa gente los crudísimos inviernos es sin duda una historia que los actuales dueños de la estancia tratan de recuperar de los dueños anteriores y los vecinos cercanos. Esos relatos van a ser una parte muy importante en la experiencia de pescar este lugar tan particular y motivador para el espíritu.


Los primeros habitantes de la meseta, muy anteriores a los Tehuelches y los blancos, comenzaron a cazar en ella posiblemente hace más de 4000 años. Viajaban livianos y estaban acostumbrados a un clima muy cambiante, ocupaban la meseta en primavera y verano, justo en la época de cría de los guanacos para aprovechar la abundancia de chulengos sencillos de atrapar. No tuvieron los problemas de querer ocuparla en forma permanente.


Posiblemente el uso que hacían de la meseta era estacional aunque no es fácil probarlo ya que cualquier resto de asentamiento que hubiera quedado expuesto a los elementos difícilmente podamos descubrirlo hoy, porque la erosión debe haber convertido cualquier resto en polvo en unas pocas decenas de años. Los restos en aleros de piedra y cuevas se conservan al estar protegidos y por diversos datos se sabe que estos sitios no eran morada permanente pero hasta hoy no sabemos claramente si algunos grupos permanecían durante el invierno en algunos faldeos protegidos del viento y zonas bajas.

Sin duda el lago Strobel lo conocen todos por sus enormes truchas arco iris pero sería una lástima quedarnos solo allí porque tiene mucho más que ofrecer que buenos peces, el pasado remoto está presente en cada piedra, faldeo o valle y no hace falta un ojo demasiado despierto para encontrar miles de detalles que nos transportan sin necesidad de una máquina del tiempo, miles de años hacia atrás, cuando tallar una simple piedra de vidrio marcaba la diferencia entre la vida y la muerte.


El río Barrancoso que lo alimenta a comienzo de temporada puede fácilmente convertirse en el atractivo principal por su geografía apasionante y el tamaño de las arco iris que podemos sacar con mosca seca. El río corre por un cañadón formado entre dos coladas basálticas sobre un lecho re rocas volcánicas del mismo basalto que las paredes, profundamente fracturadas y en todos los tamaños posibles. Salvo que llueva de golpe e intensamente, las aguas del Barrancoso son muy claras y bajan a lo largo de muchos kilómetros formando correderas y pequeños pozos donde descansan las truchas.


En la meseta donde descansa el lago Strobel abundan las lagunas, se han contabilizado unas 1500 lagunas. La gran mayoría son bajas y se secan rápido durante el verano pero algunas son de buen tamaño y profundidad. En ellas se han sembrado truchas que como las del lago crecen rápido basadas en una dieta de anfípodos, muy abundantes en toda la meseta. En cada laguna la avifauna es abundante y en muchas lagunas podemos encontrar al raro macá tobiano, un zambullidor curioso y divertido. A pesar de la dureza de la meseta las aves han encontrado formas inteligentes de aprovechar los recursos y todavía las poblaciones son notables. No es difícil ver ñandúes cuidando sus charitos en todos los sitios de buen pasto.


Las lagunas se comunican mediante cortos tramos de arroyos como el Moro que en algunas secciones semejan un verdadero spring creek. Con agua suficiente podemos pasar días pescando estos tramos y en ellos podemos usar equipos sensiblemente menores que en el río Barrancoso o el lago donde cañas 7 y 8 son la norma adecuada al tamaño de los peces.


Los últimos años fueron muy secos pero esta temporada el arroyo Moro empezó nuevamente a llenar las lagunas de la cuenca y las que visitamos en el cauce superior ya estaban con los niveles máximos enviando buena cantidad de agua a las lagunas inferiores. Con un poco más de lluvia todo el sistema recuperará niveles óptimos.


Cuando miramos detenidamente la meseta del Strobel es fácil pensar que en otros tiempos existió mucho más agua sobre ella, las depresiones secas que blanquean al sol son incontables, pero esto no es anormal ya que en los tiempos geológicos los períodos secos y húmedos se alternan periódicamente a pesar que los tiempos a escala humana suelen ser demasiado largos para que veamos el cambio.


Muchos piensan que el lago Strobel como el Cardiel se están secando pero hay pruebas geológicas que indican que hubo períodos cuando estuvieron mucho más bajos y lo mismo sucedió en el lago Argentino y prueba de ello son bosques que hoy están bajo el agua en el lago Argentino con árboles de más de 100 años de edad por lo que la sequía y la bajante de ese lago duró tanto que permitió el crecimiento de un bosque en la orilla. Luego las aguas subieron nuevamente y el bosque murió al quedar inundado.

Algo similar sucedió en las costas patagónicas, el mar subió cuando los glaciares se derritieron cubriendo gran parte de la costa que hoy está bajo las aguas y antes estaba expuesta.


El viento, un compañero constante sobre las mesetas de basalto, ayudaba mucho a los cazadores del holoceno para no ser detectados pero a nosotros los pescadores de mosca modernos nos crea un buen desafío. Tirar con viento es interesante, no hay que luchar contra el viento sino entenderlo como lo hace quien gobierna bien un velero aprovechando el viento en su favor. Para que luchar cuando tenemos viento de espaldas si podemos hacer un roll larguísimo. El viento tiene que ser un compañero y un amigo y si no nos deja pescar algún sitio pensemos que es bueno que las truchas tengan un santuario para descansar de nosotros.


La estancia Laguna Verde bordea el lago Strobel muchos kilómetros y puede ofrecer algunas bahías protegidas del viento aún en las peores condiciones. Un detalle a tener en cuenta en un lago donde el agua se vaporiza en torbellinos y las olas barren la costa los días de viento fuerte.


Para llegar a estas bahías hoy hay caminos tallados en los farallones de lava que permiten bajar hasta las playas en cuatriciclos o camionetas. Antes había que bajar y subir los ásperos acantilados a pie. Desde abajo mirando el pedregal y la altura de las paredes se agradece mucho el nuevo camino que permite ir y volver sin quedar extenuados.


La primer bahía cercana a la hostería es un verdadero oasis en el viento. Basta mirar una punta rocosa cercana y ver como el agua del lago se trasforma en una bestia fuera de control para reconocer que estamos un sitio muy raro y especial. Sucede que una colada de lava basáltica protege esa bahía del viento, solo un viento suave de espalda se manifiesta de a ratos como final de algún remolino que alcanza a colarse en la bahía. Al contrario de molestar ese viento de espaldas ayuda a ganar distancia con la línea de flote, única línea que necesitamos en ese lugar.


Una de las curiosidades de la pesca en el lago es lo efectiva que resulta la pesca con líneas flotantes. Las grandes arco iris patrullan lentamente veriles y mantos de algas llenándose de anfípodos sin demasiado esfuerzo. Recoger como normalmente lo hacemos no es una buena idea ya que conseguimos muchas más tomadas cuando la mosca se mueve realmente lento.


Por supuesto que ni bien llegué arme una línea transparente, teóricamente de hundimiento muy lento que me permitiría pescar sin que vieran la línea y trabajando la mosca despacio. Pues bien, en ese tipo de aguas el hundimiento lento de la línea transparente no fue lo suficientemente lento obligándome a recoger la mosca algo más rápido que lo ideal para ese ambiente para no enganchar en las plantas.


Algunas truchas sacaba, pero un par de pescadores Ingleses que coincidieron con mi visita, muy acostumbrados a pescar en lagos me aventajaban ampliamente usando líneas flotantes y recogiendo con un movimiento en forma de ocho de la mano.


Recién cuando cambié la línea transparente por una flotante unida a un leader de 15 pies las cosas mejoraron aunque me costó bastante recoger la mosca a una velocidad tan baja.

Tan lento había que recoger que parecía que el próximo lance no llegaría nunca pero únicamente recogiendo así teníamos piques que no eran nada fáciles de detectar.


Estas truchas no atacaban la mosca, se limitaban a succionarla con suavidad si la encuentran delante de ellas en su recorrido.


En otra oportunidad en una bahía baja del fondo del lago donde cada trucha se veía como si flotara en el aire pude ver que en un momento la mosca estaba delante de ellas y en el siguiente no, ni un movimiento había anunciado el pique, ni una aleta se había agitado solo la mosca había desaparecido en medio de una discreta succión de los opérculos. Solo sentimos una diferencia en la presión de la línea sobre los dedos y el primer cabeceo de la trucha cuando trata de escupir el engaño.


Afortunadamente los anzuelos modernos son tan agudos que en alguna parte de la boca se enganchan pero si no estamos viendo a las truchas creo que muchos piques pasan totalmente desapercibidos. Sin molestarlos y sin que se dieran cuenta aproveché para ver como pescaban sus moscas los dos pescadores ingleses. Uno sin duda por haber intervenido en muchos campeonatos pescaba de un modo más que el otro.


Me di cuenta por la posición en que ponía la caña que trataba en todo momento de mantener una línea recta con la mosca para sentir los cambios más sutiles que pudieran indicar una tomada. Las moscas que usaban a diferencia de las nuestras están pensadas para recoger muy lento, son modelos sencillos atados con una larga cola de marabou, un anzuelo bien corto no mayor a uno tamaño 6 con un cuerpo de chenille y dos vueltas de hackle como collar. Más tarde en la hostería ate varias en tonos olivas y negros que pescaron muy bien los días siguientes si bien por momentos se enredaban un poco al lanzar.


En general las moscas tipo Buggers no muy cargadas y las Rabbit cumplieron muy bien especialmente en tonos oliva. No me pareció que el tipo de mosca fuera esencialmente importante y es un sitio interesante por la cantidad de truchas para probar todas esas moscas que nunca usamos por miedo a fracasar.


En las bahías protegidas la fauna local ya no recuerda a los viejos cazadores del holoceno, los chingolos patagónicos sin mucho esfuerzo de nuestra parte comen pan de la mano y los zorros dormitan cerca del fogón esperando la hora del almuerzo donde reciban golosinas que no consiguen en la estepa. Sin embargo son criaturas salvajes, algunos días están y otros sencillamente se han desvanecido por algún llamado más fuerte que nuestras tentaciones.


Poder interactuar con criaturas salvajes de ese modo nos sumerge en un mundo de sensaciones dormidas hace mucho. En pocos lugares he sentido la sensación de una ruptura en el tiempo presente que nos lleva directo al pasado como en la meseta volcánica del Strobel. Será que íntimamente asociamos las zonas volcánicas con lo primitivo, no sé, pero que uno siente algo especial mirando esas rocas es muy real.


Volviendo de una bahía lejana con Juan Pablo, uno de los guías de Laguna Verde, paramos en una zona alta de la meseta que luego formaba un cañadón que llegaba directamente a un vallecito y al lago. En la parte alta decenas de parapetos de piedra a los que el viento castigaba de frente ilustraban la forma en que cazaban hace miles de años. Escondidos tras los parapetos esperaban que pasaran las tropillas de guanacos para arrojarles a los más cercanos sus proyectiles con punta de obsidiana.


Los parapetos son agrupaciones de piedras colocadas unas sobre otras en forma de media luna no demasiado altas pero capaces de ocultar una figura humana. Los recorrimos uno por uno y donde uno se sentaría a esperar aparecen esquirlas pequeñas de obsidiana que son los restos dejados por los cazadores al reparar las puntas de sus proyectiles, que ellos eligieran las mismas rocas para sentarse que las que elegimos hoy eriza la piel porque achica la brecha de tiempo trayéndolos al presente por lo menos en forma de imágenes de la mente. Cerrando los ojos mientras oíamos el viento pasar por arriba casi podíamos imaginar a esos cazadores envueltos en piel de guanaco esperando, sin prisa y mimetizados hasta que un guanaco pasara al lado.


Más allá de los parapetos y en forma aislada se encuentran algunas puntas completas que dan lugar a buenas teorías sobre porque están allí. Pueden haberse salido de un astil en un tiro fallido o quedar clavadas en partes de guanaco que se desechaban, algo más en que pensar cuando tengamos tiempo.


La obsidiana de puntas y restos que aparece en la meseta del Strobel es de color negro y proviene de un sitio ubicado a unos 50 kilómetros al norte, la Pampa del Asador donde hay un buen yacimiento de este vidrio volcánico. Esta obsidiana se ha encontrado en proyectiles en muy variados sitios de la Patagonia lo que indica que el acceso a su fuente de origen tiene que haber sido bien conocido por un gran número de cazadores. Incluso es posible que se usara como elemento de trueque por otros productos. Junto a los restos de puntas de obsidiana aparecen raspadores que ya no están hechos de obsidiana sino de otras piedras como las de sílice. Es evidente que reservaban la obsidiana para puntas de lanzas y flechas usando materiales menos nobles para otras herramientas menos importantes.


Evidentemente la zona de caza era la parte alta de la meseta especialmente los pasos de animales de los cañadones a la parte alta.


Cuando bajamos pescando el Barrancoso no vi restos de arreglo de puntas ni marcas en las piedras pero tampoco pude mirar mucho porque las truchas me mantuvieron muy activo tomando una Fat Albert anaranjada con la regularidad de un reloj suizo.


Caminar aguas abajo el Barrancoso durante todo un día es un programa que haría una y otra vez. El terreno es complicado y hay que moverse con cuidado pero no he visto otro sitio donde truchas de 2 a 5 kilos tomen una seca grande con tanta tranquilidad. La subida es suave, tan suave que vemos la mosca entrar en la boca como si el agua que la transporta pasara a través de la trucha. No hay apuro para clavar y vale la pena disfrutar cada subida al máximo. Si una se suelta a los pocos metros encontraremos otra todavía más grande. Podemos elegir tirar o no, a veces con solo saber que podemos hacerlas tomar es suficiente.


Son tan buenos los piques con secas grandes y ratones que no vale la pena intentar con otras moscas. Como son truchas que suben a desovar atacan sin dudarlo a cualquier mosca que invada su posición bajo el agua, con una seca tenemos que trabajar algo más y no todas suben lo que agrega desafío a cada tiro. Con moscas hundidas el pique es inevitable y uno ya no se siente bien porque no hay Fair Play.


Es interesante pensar porqué estas truchas que vienen del lago donde prácticamente solo han consumido anfípodos todavía recuerdan sus tiempos juveniles en el río y suben a tomar una seca como si comieran un mayfly.

Con los ratones es diferente, son moscas que las molestan y tratan de sacarlas de su posición, el rise es violento y muchas veces ni siquiera agarran el ratón con la boca sino que lo empujan de un cabezazo. Pican menos con los ratones pero cada subida se transforma en un recuerdo especial.


Las truchas del Barrancoso no son selectivas, pero como hay muchas y son grandes lejos de resultar aburrido es un campo ideal para probar cosas nuevas. Es un río donde el mosquero puede elegir como pescar y cuales pescar limitándose de acuerdo a sus sentimientos. Me encantaría volver solo a filmar y fotografiar tomadas con una mosca sin anzuelo, no creo que haya otro sitio mejor para lograr unas imágenes únicas.


El viento que nos acompaño siempre como debe ser en un sitio que rejuvenezca el espíritu no es muy pesado en el Barrancoso. El río al encajonarse bastante interrumpe la regularidad del viento permitiendo un tiro preciso entre racha y racha. Los tiros son cortos porque el río es angosto pero tienen que ser precisos por la forma en que se ubican las truchas bastante pegadas a las piedras.


Afortunadamente no son truchas que al sentirse agarradas exploten bajando el río descontroladas, más bien pelean en su pozo sin intentar cambiar de lugar. Una bendición con pescados tan grandes que no podríamos correr río abajo sin rompernos todos los huesos.


Juan Pablo me comentó que el río tiene muchas truchas en Noviembre y Diciembre y luego en Marzo y Abril. Durante Enero y Febrero las aguas bajan y gran parte de las truchas grandes vuelve al lago sin embargo el río con cientos de truchas residentes menores y algunas grandes sigue siendo una opción apasionante y tal vez en esos momentos tengamos más chances de explorar los alrededores buscando vestigios de un pasado remoto que ha dejado señales disimuladas en toda la meseta.


El último día no pesqué, con Beto recorrimos las lagunas de altura mirando partes del río Moro donde todavía había truchas grandes. Había sacado todo lo posible en el lago disfrutando bahías donde la soledad era tangible y capaz de transportarnos a otra realidad, del barrancoso me llevaba las mejores imágenes de truchas subiendo a una mosca seca, por estas razones no hacía falta armar la caña ni una vez más.


Solo me faltaba un último contacto con el pasado de la meseta y este fue en un sitio llamado Faldeo Verde donde miles de petroglifos nos llevan directo a un pasado remoto contando una historia que ha sobrevivido miles de años. Huellas de puma que se achican y se agrandan casi nos hacen sentir el mismo miedo ancestral que habrán sentido esos cazadores por la noche cuando el fuego se apagaba sin aviso, huellas incesantes de guanacos marcan un objetivo primordial, figuras de pies adultos, pies de niños y mujeres dando a luz nos hablan de juegos y de una familia no tan diferente a la actual.


Alejándome unos metros del faldeo me di cuenta que cada petroglifo estaba en una posición ideal para ser visto, cada uno tenía que informar algo, contar una historia. Busqué piedras donde yo me hubiera sentado a vigilar la laguna y la pradera que se extendía abajo y en la base de cada piedra encontré nuevamente fragmentos de obsidiana dejados hace miles de años por un cazador arreglando y afilando la punta de sus flechas y lanzas.


Sentado en esas piedras mientras el viento silbaba por arriba del faldeo me sentí bien, muy bien.