Corría el año 1953 cuando el Bebe Anchorena planeamos una aventura, en busca de lugares de pesca desconocidos por nosotros. Munidos de mapas, estudiamos durante todo un invierno, hasta que nuestro itinerario estuvo decidido. Según “conocedores” el viaje era poco menos que imposible, hubo quien nos habló de la “Meseta de la Muerte”, impasable; alguien contó que la ruta 40 quedaba cortada por un alambrado, como si fuera “El muro de Berlín”. A pesar de todo, un 3 de enero salimos de Bs.As, en un Chevrolet que ya tenía gran experiencia en caminos patagónicos… Nuestra velocidad máxima será setenta en el pavimento, y cuarenta en la tierra; evidentemente, no eran dos tuercas los que iniciaban el raid.
Nuestra primer etapa fue Tandil, ahí completamos nuestro equipo y una tarde emprendimos finalmente la marcha. Cuánto tardamos hasta “Paso Flores” sobre el Limay, no sé, tal vez 2 días , tal vez más, por supuesto que eran días de 24 horas, ya que nos deteníamos más que a cargar nafta. Íbamos muy despacio, al punto que pasando por la plaza de Allen pinchamos una goma, yo oí el ruido que hizo al desinflarse y le digo al Bebe, “Pará que pinchamos una goma” y me contesta tranquilamente, “no puedo parar porque estamos parados”. Que había sucedido: íbamos tan despacio y tan entretenidos conversando, que nos habíamos detenido y yo no me había dando cuenta. A pesar de eso llegamos a la hostería Paso Flores sobre el Limay, e inmediatamente saltamos dentro de los waders y al rio, y estrenaba, casualmente una “Salmón de Luxe” de “Hardy”, modelo antiguo, un cañón impresionante, mas en esa época que utilizábamos líneas muy pesadas, una G2AF, gruesa como un lápiz. Como hacíamos mucho “Roll Cast” me parecía sensacional, aclaro que al Bebe nunca le gusto. Todavía tengo la caña y tirando una línea Nº 6, no es tan mala como otras cañas de esa época, aunque sigue pesada. Recuerdo que pescamos un ratito y sacamos varias arco iris “tamaño Kilo”, pero más grandes que los tamaño “Kilo” actuales…
Comimos, e hicimos el plan de viaje a pesar de encontrarnos en el Limay (palabras mayores en aquellos días) y resolvimos tomar la ruta 40 al día siguiente. La intriga nos impulsaba hacia el “Cardiel”. No era para menos: el Bebe se había agenciado una foto que mostraba una “pila” y no es exageración, de truchas arco iris, donde las mas chica pesaría 4 kilos. Viajamos todo el día para llegar de noche a Esquel. Hicimos noche en un viejo hotel y a la mañana siguiente fuimos a la “Importadora y Exportadora de la Patagonia”, cuyo gerente nos daría cartas e instrucciones para llegar a algunas estancias. Al día siguiente seguimos viaje con intención de quedarnos en el Senguerr, pescar y visitar la zona. Salimos de madrugada, así que paramos en Tecka a tomar desayuno. Era como si hubiéramos viajado al siglo pasado a algún lugar del Far West; en aquel momento no aprecié bien al pueblito fronterizo. Hoy a la distancia me lo pinta mucho más bonito y romántico. Cómo lamento no tener una pluma florida para describir lo que entonces vi. Las casas de madera, las veredas elevadas de madera y la ruta 40 que lo “cortaba al medio”. Seguimos y llegamos al Senguerr al mediodía. El viento era brutal, peor que lo peor que habíamos visto.
Lamento no recordar todos los detalles de aquel viaje, realizado hace ya muchos años. No tomé las debidas notas de lugares y paisajes. Recuerdo una madrugada, una hora antes de “Bajo Caracoles” nos quedamos sobrecogidos por el paisaje. Era una noche de luna llena, y atravesábamos una serranía baja, por un camino muy sinuoso entre enormes piedras de variados tonos que iban del rojo vivo al verde tenue del pasto recién nacido. Recuerdo con nitidez que cruzo la huella un enorme zorro colorado cortando el encanto, en que el silencio de aquel paisaje nos había sumido. El Bebe comentó: “parece que estamos en la Luna” y faltaban años para el Apollo. Después de atravesar la Provincia del Chubut y parte de Santa Cruz, llegamos por fin a Cañadón León (hoy Gobernador Gregores) donde almorzamos e inquirimos datos sobre el camino al Lago Cardiel, primer objetivo de nuestro viaje. Los informes fueron vagos y desconcertantes y finalmente nos indicaron una huella. Iniciamos nuestro viaje llenos de confianza y optimismo. A medida que avanzábamos el camino se hacía cada vez peor; por fin descubrimos que nuestra huella, era el lecho de un rio seco. Marchamos un par de horas así, hasta que la huella empezó a mejorar, pero a cada paso topábamos con tranqueras de alambre; jamás he abierto tantas como las de aquel día.
Al promediar la tarde, serian las cuatro o las cinco, no podría precisar, avistamos por fin el lago, en aquella soledad, rodeados por la “terrible meseta patagónica”, aquella sabana color turquesa era de una belleza inenarrable, nos quedamos atónitos ante aquel enorme lago perdido en el mismo centro de la Patagonia. Renació la fe y la esperanza, habíamos alcanzado nuestra meta, sólo nos restaba encontrar la huella de bajada. La huella empezó a costear el lago, al que veíamos allá abajo, que aunque parecía cerca estaba mucho más abajo y a varios kilómetros de distancia. A medida que avanzábamos no alejábamos del lago hasta que dejamos de verlo, aunque sabíamos que lo estábamos bordeando; la huella, se hizo cada vez más fea. Había que bajarse para apartar las enormes piedras que nos cerraban el paso. Veíamos continuamente grandes manadas de guanacos, que mansos y nerviosos, se arrimaban muy cerca del automóvil. No sé si me imagino o es cierto que vimos una tropilla de caballos salvajes, crinudos y porrudos, galopando por las sierras. Se estaba haciendo oscuro, y eso que era Enero y el Sol se pone bien pasado las diez de la noche. Imaginen lo que pasaba dentro nuestro, después de ver y gustar del lago, no podíamos llegar a la orilla. Ya pasábamos hacer noche en plena meseta, cuando al bajarme del coche, para apartar unas piedras del camino, descubrí una tenue huella que iba en dirección del lago, la seguí lleno de esperanzas y descubrí la bajada. Pero que bajada!... Arena pura y totalmente a pique. Lo llame a Bebe, cambiamos impresiones, y llegamos a la conclusión que bajar se podía, volver a subir, jamás; la decisión fue unánime e inmediata, bajaríamos. Cuando íbamos por la mitad en la penumbra de la tarde avistamos dos o tres ranchitos a orillas mismas del lago y sobre la boca de un rio. Esto colmaba nuestras esperanzas de pescadores, ¿pero quién habitaba allí? Perdido en la Patagonia, sin comunicación aparente con el mundo exterior, pensábamos que podrían ser cuatreros, así que había que tomar precauciones, esconder el dinero y colocar las “45” bien a mano. Seguimos bajando y por fin llegamos. Aparecieron dos hombres vestidos de paisanos, que resultaron ser gendarmes; uno casado con una india, tenía varios chicos.
No sé quien estaba más sorprendido, ellos o nosotros. Al informarles que íbamos a pescar, lanzaron exclamaciones de asombro, pero mucho mayor fue el nuestro, nos informaron que la temporada del Róbalo había pasado y que no había pescados en el rio. A pesar de ello armamos las cañas enseguida y nos largamos a La Boca; creo que las dos primeras moscas lanzadas al Cardiel fueron las nuestras. Enseguida sacamos, pero no las enormes Arco Iris de la fotografía, sino modestas Brook Trout de alrededor de 1 kilo. El Bebe cambio de caña, armo una Víctor y empezó a lanzar una enorme cuchara noruega, sin éxito. Cuando se hizo noche cerrada, volvíamos al rancho donde vivía la familia, llevando las truchas que habíamos pescado, entramos a la cocina, donde el humo y el olor rancio de las frituras hacían de aquel ambiente un lugar inhabitable.
Nos alojaron en el rancho de al lado. Armamos nuestros catres de campaña, uno a cada lado de la puerta, no había ventana pero el ambiente era pasable. Nadie vivía ahí. Comimos las truchas fritas por la india y nos fuimos a dormir. Por supuesto que nos acostamos semivestidos, dentro de las bosas de dormir, yo por precaución en estos casos, ponía la “45” en el cinto de manera de tenerla siempre muy a mano… Ni bien nos acostamos nos quedamos dormidos, profundamente. Me desperté al oír abrir la puerta, la reacción fue inmediata, salté en el catre y encañoné la puerta. Entre sueños vi a Ferro, que así se llamaba el radiotelegrafista, que gritó, “no tiren, no tiren”; terminé de despertarme y lo vi al Bebe que también le apuntaba. Pobre Ferro, sòlo venia a hablar por radio al cuartel, necesitaban víveres y tabaco, también ropa…..
Ese día seguimos sacando Brooks, pero vimos en el rio una enorme Arco Iris, le hicimos unos cuantos tiros, pero el agua muy baja la tenía muy nerviosa, así que en una arremetida salió al lago y la perdimos de vista. Total nada digno para contar. A las mañana siguiente reanudamos la marcha, cruzamos con el auto un vado muy bajo en el rio y por la margen opuesta encontramos un camino buenísimo que recorrimos en un par de horas para llegar al lugar donde dos días antes habíamos avistado el lago por primera vez… de ahí pusimos proa a Nacimiento. Qué de ilusiones, íbamos convencidos que encontraríamos otra “Boca de Chimehuin”. Menos mal que el paisaje cambiante nos entretenía. Pinchamos dos gomas, de modo que pensábamos arreglar pernoctar en Nacimiento, antes de salir a explorar. Llegamos por fin y, ante nuestro asombro, aquello era más triste y más pobre de lo imaginable. El hotel, bueno no se movía por milagro, porque la cantidad inmensa de insectos parásitos era impresionante; fue así que después de dormir unas horas, decidimos seguir adelante, nos vestimos y a medida noche partimos rumbo al lago Viedma donde pararíamos en una estancia. Llegamos ya anochecido, nos esperaban. ¡Qué baño nos dimos! Hacía como ocho días que no nos bañábamos, además, que comida, ni la Reina de java comió mejor y con mas apetito que nosotros esa noche. Además dormimos en buenas camas, con sabanas limpias. Nadie se imagina qué placer es éste.
Al día siguiente teníamos una nueva meta: el río Leona.
El paisaje era muy cambiante. De meseta y desierto a cordillera y bosques, pasto verde, lagos inmensos y glaciares. No llevábamos espíritu turista y no apreciábamos demasiado. El río Leona no fue lo que esperábamos, un río enorme y muy correntoso; lo cruzamos en balsa y seguimos. Lago Argentino, un mar enorme, aceleramos a la marcha, pasamos una noche en Estancia Anita, muy bonita pero los informes de pesca no eran lo que esperábamos. Nuestra próxima meta, Estancia Glen Cross y Río Penitente. Otra desilusión; sacamos pero todo chico. En este lugar ocurrieron dos cosas dignas de narración. Había un escocés ovejero, bastante entrado en años, que era pescador y que sería nuestro guía. Nos mostró su equipo, se ve que lo trajo en su juventud cuando llego a América, era obsoleto y muy mal cuidado. Se parecía mucho a su dueño; resolvimos probarlo. Llegamos al río, el Bebe le prestó una enorme caña de 2 manos de 14 pies, y le dimos entre ambos varias moscas. El escocés armo y se dirigió al río, sabia tirar sin duda, después de su primer lanzamiento dio vuelta, nos miró, y en su mejor escocés dijo: “This is what I call a Rod!! Enseguida nos separamos, uno río abajo y otro río arriba. Cada tanto venia el escocés y me pedía una mosca, como el rio da muchas vueltas yo no lo veía al Bebe. Cuando nos encontramos de nuevo, el Bebe me dice, este escocés no se qué hace que pierde todas las moscas. ¿Cómo? Dije yo, “no he hecho otra cosa que proveerlo”, nos miramos y largamos la carcajada. El viejo no había tomado el pelo y se había armado de moscas para una temporada.
En el Penitente sentí por primera vez la violencia del viento, como la parte del río donde yo estaba tenia piedras grandes, me costaba mucho vadear, era bastante hondo y tenía un barranco que me protegía del viento. A medida que pescaba iba subiendo y bajando grandes piedras, llegue así a un lugar que no podía pasar, si no trepaba varias piedras, el fuerte viento en la cara. No le hice mayor caso, el río daba vuelta y tenia agua poco profunda de mi lado; me paré y arrimé para ubicarme, cuando una ráfaga más fuerte que las otras me levanto en el aire, y fui a parar al fondo del río; por suerte había poco agua aunque el golpe fue grande y la mojadura también.
Pasamos una noche en Glen Cross y seguimos a la mañana siguiente a la estancia “Bella Vista” sobre el río Gallegos.
La casa, bastante nueva, muy simpática y confortable estaba colocada sobre el río. Tomamos contacto con los “Sea Trout”. El río Gallegos, en esta parte, no es muy grande y corre bastante lento.
La tarde que llegamos apenas nos ubicamos nos largamos al río. Había un viento respetable. Como de costumbre uno fue río abajo y el otro en dirección opuesta. El pique fue inmediato y saque varias marrones de alrededor de 1 kg. en sucesión, llegué así a la cola del pool, era hondo y corría poco. Al segundo o tercer lanzamiento tuve un pique muy suave, me hizo acordar al pique del salmón, enseguida, larga y veloz corrida rematada con saltos y cabriolas. Desconcierto, no saltó como un salmón, pero era de un color plateado brillante. Evidentemente era lo más grande que había sacado en el viaje hasta ahora, creo que pesaba 2 ½ kg. Mi desconcierto era total. Nunca había visto un pescado así, lo levante y empecé a correr río arriba en busca de Anchorena, él venia en dirección opuesta, me gritaba algo, pero con el ruido del viento, no oía nada, hasta que estuvimos al lado no nos entendimos. Habíamos secado al mismo tiempo un “Seatrout” cada uno. Nuestra excitación subió de tono habíamos entrado en materia y las grandes nos esperaban.
No sacamos nada muy grande pero lo pasamos muy bien, aunque yo rompí el 2º tramo de mi “Salmon de Luxe”. Por suerte el 2º tramo de una vieja caña de “Green heart” que llevaba, andaba bien, así que pesque el resto del viaje con ese híbrido.
De “Bella Vista” procedimos a viajar hasta Río Gallegos, final de nuestro viaje en automóvil. De ahí volaríamos a Río Grande.
En Río Gallegos paramos en un hotel (creo único en su época) cuyo dueño era fanático de la pesca. Nos hizo tantos elogios del Río Gallegos, y non contó de tamaños tan exagerados, que una vez instalados nos fuimos al río, 20 ò 30 km de vuelta, de donde no regresamos hasta muy entrada la noche. Sacamos algunas marrones, pero nada extraordinario.
A la mañana siguiente abordamos un DC3, ¡Qué emoción!, sobrevolar el estrecho, como había mucho viento; volamos bajo y como era amigo del capitán fui adelante, así que pude observar muy bien la travesía. Cuando estuvimos en Tierra del Fuego, al avistar el Río Grande sentí un cosquilleo en la columna que me depararía ese río. El Bebe lo conocía y me lo había ponderado mucho. Bajamos, nos esperaba el Señor Duncan Mackay, entonces mayordomo de la “María Behety”. Llegar por primera vez a “Maria Behety” es un espectáculo que no se olvida. Al dar el último recodo del camino sobre una altura, se divisa un “pueblo”, en el llano, protegido por los cerros, sobre la derecha un inmenso galpón. Es el galpón de esquila y debe ser el más grande del mundo, creo que en otra época esquilaban 300.000 ovejas. Alineados a ambos lados de una calle ancha, una serie de casas y edificios donde viven capataces y empleados, a la derecha una plaza y calles verticales a la primera, que son alojamientos de personal, almacén, club, biblioteca, etc. Un verdadero pueblo pasando este, se dobla a la izquierda y se llega por fin a la casa principal. Una autentica casa Fueguina, cómoda y con todo el confort moderno, ahí nos recibió la Señora de Mackay, y pasamos unos días inolvidables.
Ese primer viaje al río Grande, es tal vez el mejor que hice, aunque en otras oportunidades saque más grandes. El río Grande es distinto a todos los demás ríos conocidos por mi; aguas más lentas y no cristalinas por el lecho de arena seguramente.
En aquel viaje pescamos mucho “el basural” y sus adyacencias. Hasta hicimos un raid de caminar desde “El Basural” hasta “El Tropezón”. Tuvimos excelente pique, aunque con mosca no salieron monstruos, salieron después, cuando vino Brooks y nos enseño a sacarlos, pero en cambio, creo que nunca pescamos tantas horas seguidas como en esa ocasión. En Tierra del Fuego en enero casi no se pone el sol, aun a media noche la oscuridad no es total íbamos al río a la mañana y volvíamos a la casa a las 11 de la noche o más tarde. De aquel viaje conservo recuerdos muy gratos, un monstruo que perdí en el “Puente de Fierro” que cruza al río camino de Ushuaia y el viento.
Por motivos de la administración, nos habían trasladado a la “Estancia José Menéndez”, estaba entonces de mayordomo Don Jesús Menéndez, viejo habitante de la Isla, que nos recibió con la cordialidad y hospitalidad característica de la Patagonia. Como la estancia queda río abajo de la “María Behety”, es lógico que pescáramos mucho por la zona del puente. Una mañana, nos habían dejado en el puente, yo empecé a pescar justo ahí, mientras que el Bebe se había ido a pescar a lo que denominábamos el “pool de barro”. Yo tenía en mi caja de moscas, un artefacto que alguien me había regalado y que se parecía bastante a los actuales “Muddler Minnow”, nunca lo había usado. Esa mañana, por esas cosas de la pesca, la puse, después del 2º o 3º tiro, pensé sacarla, porque no se hundía, tenía demasiado pelo de ciervo que la hacía flotar plácidamente, cuando de golpe se hizo un gran borbollón en el agua. No me di cuenta de lo que pasaba, hasta que la vi saltar, sentí el tirón y el reel que “chillaba su canto de guerra”, aun no creía que el pescado estaba prendido; pero cuando disparó y se fue al fondo supe que mi rival era poderoso. Se había empacado abajo, yo tironeaba despacio y bajando la caña recogía hilo, repetí dos o tres veces la maniobra. Entonces, cuando salía un poco de lo hondo o de la corriente, con dos o tres golpes de la cola, me sacaba el hilo que yo había recuperado. Duró un rato el juego, por ahí se enojo y de una corrida me sacó todo el backing. Así, a la distancia, parecía más pesado. Vuelta a luchar, creo que lo arrimé unos treinta o cuarenta metros, y empecé a forzar la lucha, presentí que iba a saltar, y recuperé hilo a toda velocidad. Pero él fue más ligero; su salto fue un poema, en la mitad de su vuelo se cortó la tanza, la línea estaba tan ahogada que no cedió, el peso del bicho fue demasiado y cortó. Se fue mi esperanza de sacar uno grande de verdad este es otro grande que se fue y no lo olvido.
En los últimos días de estadía, estábamos una tarde pescando arriba del Tropezón, no había viento y yo exploraba el río, pescando desde la orilla de la “María Behety”, trataba de llegar a los barrancos, donde por experiencia, sabía que siempre había buenas truchas.
Engancho una chiquita, no más de 100 grs para hacerla soltar, empiezo a agitar la caña, lo cierto es que el pescadito saltaba como loco, en eso siento un tirón muy firme, pero muy raro, ya que veía que la línea, en vez de hundirse salía del agua, levanto la vista y veo que una gaviota grande llevaba mu truchita en el pico, cuando sintió la resistencia del hilo la dejó caer, casi de 10 mts de altura, después de eso recogí la trucha, estaba muerta, casi la había cortado en dos del “picotón”.
En ese misma parte del río, nos toco un día de viento realmente increíble, llegó a tal extremo, que tuve que acurrucarme dentro de un pozo para descansar del ruido en los oídos. El viento era tan fuerte, que con mi caña híbrida no podía tirar, había que hacer Roll-Cast y tenía miedo de romperla, así que armé la caña de Bebe de dos manos de 14 pies, y empecé a sacar línea, toda la línea, y a gritos, le demostraba al Bebe lo bien que tiraba. En eso levanto la línea y ante mi sorpresa, sin hacer ningún movimiento, el viento coloca mi mosca en la orilla de enfrente…
A los quince días regresamos a Río Gallegos y a casa por la costa. Me alegro de haber hecho ese viaje, no creo que lo repita, pero esa fue una experiencia de la que jamás me arrepentiré.