Enero 2011, llego de vacaciones a Bariloche. En mi memoria estaban frescos los cuentos de Nico Schwint del cierre de temporada anterior. Marrones gigantes lomeando en la boca del rio Limay, delante de la barda, lago adentro. Cuentos de distintas capturas que dejaban mi imaginación corriendo a toda velocidad y despertaban un sueño más de pesca.

 

He ido toda mi vida a pescar a Bariloche y nunca había mojado una mosca en histórica boca. Era hora de revertir esta situación! Llamé a “el negro” Carlitos Vidal, para quien la boca es el jardín de su casa. Vive tan solo a un par de cuadras entre las calles “Salmon”, “Fontinalis” y “Arcoiris”. Al día siguiente, ahí estábamos. Pacientemente me mostró como pescar la boca, como subir a la piedra de Baruzzi con aguas altas, entre muchos otros detalles. Pescamos dos días seguidos y salvo por un pique del negro, nos tuvimos que conformar con verlas tonineando a varios metros, lago adentro.

 

Llego el último día de mi estadía, y ya tenía que enfilar para la jungla de cemento nuevamente. Carlitos no podía venir por compromisos laborales. Salí de Bariloche con el lago prácticamente planchado, y mientras manejaba no para de pensar en hacer subir uno de esos submarinos. Todo era adrenalina generada por mi propia imaginación.

 

Minutos más tarde, llego a la boca del lado de Neuquén, y entre una cosa y otra se había empezado a levantar mucho viento. Me quería matar! Entre las olas, el nivel de agua, la corriente y el viento, llegar a pararme a la piedra de Baruzzi para tirar al chupón iba a ser difícil.

 

Entré al agua a las 16hs para hacer un par de pasadas río abajo, entre la boca y el puente. No paso nada! Luego entre una cosa y otra, la tarde se fue pasando y ya entrando en la última hora, decidí hacer la guardia en la piedra de Baruzzi solo contemplando la boca. Tenía el presentimiento o bien unas ganas tremendas de que dejara de soplar.

 

Miraba impaciente, ya que se acercaba la noche y el viento no paraba. Cuando se hicieron las nueve, empezó a calmar. Aún había bastante ola, pero me metí al agua igual. Subo a la piedra y empiezo a castear. Al cuarto tiro pica una que sale corriendo para el lago y me suelta ...lo siguiente solo fueron suspiros de lamento. Seguí casteando pensando “mañana me estoy yendo, dame otra oportunidad”.

 

Quedaban unos 25 minutos para que se fuera la luz definitivamente, y abajo de la piedra ya se empezaba a ver poco. Esta vez no lo tenía a Carlitos para que me dijera donde pisar para salir de ahí y no terminar nadando aguas abajo. No importaba nada, las ganas de otro pique eran más fuertes.

 

En eso, sigo casteando y pica otra. Ahí nomás, a toda velocidad enfilo para el lago, pego un salto para después seguir con una segunda corrida larga. No lo podía creer! mi caña arqueada y el ruido de la estrella era la mejor música de despedida.

Baje de la piedra como pude. Estaba entre que pensaba que no me chupara el rio y que no se me escapara mi primer marrón de la boca. Finalmente, estire el pie y pise la piedra correcta entre la corriente. Seguí peleándola y la puse contra la costa, una marrón cilíndrica perfecta, un pescado absolutamente sano, plateada, de tamaño mediano. Le saque la mosca y la deje ir, lo siguiente fue pura alegría. Faltaban 10 minutos para que se fuera la luz definitivamente y para mi ya era suficiente, guarde mi mosca y me fui caminando al auto feliz de la vida! solo, ya que en la boca no quedaba nadie. Pensé “finalmente la encontré”, y supe que sería el comienzo de algo sin retorno….

 

Ya de vuelta en Bariloche, tire los bártulos y agarré el teléfono; “Nico, no sabes que linda la marrón que saque en la boca… tenemos que venir para el cierre de temporada” …no podía disimular la emoción que traía encima, después de ver ese pescado saltando en contraste con un atardecer espectacular. Ahí nomás estábamos pensando en las fechas posibles.

 

De vuelta en Buenos Aires, empezamos a organizar el viaje. Dos días en Junín de los Andes, a pescar el río Chimehuín, de ahí a Bariloche cinco días a pescar el rio Limay, para finalizar el viaje en Piedra del Águila en el Limay medio.

Martin Tagliabue, nuestro amigo y compañero de innumerables pescas, no pensó ni un minuto y era el tercero del viaje. De ahí en más empezó a correr el cronómetro de nuestra ansiedad.

 

A fines de marzo nos subimos al auto con carga como para un mes. Llegamos Junín, y los primeros tímidos álamos marcaban la llegada del otoño. Cruzar el puente del Collón Cura y sentirse como en casa. Luego de unos kilómetros más, el rio Chimehuín, tan espectacular como siempre nos llenaba de ilusiones.

 

Al día siguiente madrugamos y arrancamos para la boca, no encontramos las marrones entrando como otros años donde habíamos concurrido un poco más tarde. El guardapesca nos informó que un par de días antes había entrado el primer cardumen, pero al menos nosotros no pudimos encontrarlas aguas abajo. Quizá muchas otras estarían amontonadas cerca de la boca en el lago, esperando entrar con la primer tormenta. Fuimos entonces a hacer unos tiros desde la embocadura hacía el lago, donde solo sacamos una marrón y una arcoíris chica.

 

Antes de salir para Bariloche, tuvimos el placer de encontrarnos con Rolando “Cachin” Roa, jefe de guarda faunas de Junín y gran conocedor de la zona. Verlo castear en la boca lo deja a uno sin aliento, y aún con mucho viento hace parecer todo muy fácil. Hizo una pasada y dijo, no están! Estaba claro, Cachin conoce ese lugar y sus truchas a la perfección.

No había nada que hacer, fue así que invitamos Cachin a almorzar a Junín. Escuchar sus anécdotas sobre algunas de las truchas que más recuerda fue tan espectacular como estar pescando. Un verdadero maestro de maestros.

 

Por la tarde emprendimos viaje hacia Bariloche. Nos hospedamos en “La posada del Camino”, una cómoda cabaña a 800mts de la boca, estratégicamente ubicada para estar a primera hora pescando. Los primeros días arrancaron ásperos, sin piques, aunque día a día veíamos cardúmenes que iban tomando distintas posiciones en el rio. Era cuestión de seguir insistiendo.

 

Después de un par de días dedicados a pescar la boca y los primeros pozos aguas abajo, llego la hora de agarrar las bicicletas para ir río abajo por la margen de Rio Negro. Fue durísimo entrar en estado, ya que a la pedaleada con pendiente se le sumaba la caminata de aproximación al río y el vadeo.

 

Pescamos toda la tarde sin tener un toque. Llegando a la última hora empezaron a moverse y nuestra ansiedad se reflejaba en nuestras caras. En eso Martín prendió una pequeña marrón como para animarnos. A los pocos minutos, Nico sacó una mediana haciendo underhand con su equipo de dos manos, técnica que le valió el nombre de “el Zorro”. Quedaban veinte minutos de luz, todo era silencio interrumpido por el murmullo del río y el silbido de nuestras líneas volando por el aire. 

En frente nuestro, a unos 40 metros, vemos subir una grande. Nos miramos con Nico y sin hablar sabíamos que los dos habíamos visto lo mismo. A continuación empezaron a subir varias a solo 15 metros nuestro, se habían activado! y se movían por todos lados. Unos minutos después Nicolas y Yo perdemos otras tomadas que no parecían ser muy grandes. Casi sin pausa, escuchamos el grito de Tincho “tengo una grande!”, enseguida nos arrimamos para ver el pescado que estaba sometiendo tanto su caña y sacarle alguna foto. La pelea fue sin darle tregua y en algunos minutos había arrimado a la orilla una marrón picuda perfecta, con una pigmentación espectacular. Con Nico coincidimos en que tenía unos 5 kg. En eso cuando estamos por tomarla para sacar una foto, pega un cabezazo consigue deshacerse del anzuelo y sale salpicándonos como un torpedo al medio del río. No podíamos creerlo, los tres lo lamentamos en simultáneo, ya que sentíamos esa captura como un triunfo del equipo después de tanto buscarla. Ya de vuelta para buscar las bicicletas, no podíamos parar de resaltar la perfección de ese pescado y como se había escapado. Una anécdota más para nuestros recuerdos.

 

Al día siguiente, otra pedaleada hasta abajo del Rincón Chico y las truchas no se activaron. Estábamos lejos, en medio de una noche oscura, fría, y empezamos a volver. Después de pedalear tres horas y un par de caídas de Nico arriba de unos espinillos, llegamos a la cabaña,  a las 11 de la noche al límite de nuestras energías.

 

Al día siguiente, ya repuestos de tal esfuerzo, después de un buen desayuno, con un huracán de 80km/h de viento soplando, nos fuimos a visitarlo al Pelado Ricigliano, un fuera de serie y probablemente uno de los mejores armadores de cañas del mundo. Escuchar sus anécdotas, sus explicaciones acerca de las acciones de las cañas, las correctas ubicaciones de los pasa hilos y detalles de terminación fue algo sumamente intenso y atrapante.

 

Por la tarde, el viento seguía haciendo de las suyas y el cielo plomizo con algunas gotas empezaba a amenazar. El lago con sus olas no se quedaba atrás. Bien empilchados, empezamos a pescar aguas abajo de la barda desde el lado de Rio Negro.

Después de sacar algunas fotos, empecé a castear. En el tercer tiro, un par de strips y el inconfundible tirón de una marrón. Una corrida río abajo con un par de saltos, llevaron mi emoción al extremo. Pude arrimarla a la costa después de algunos minutos de pelea. Ahí estaba la marrón con la que venía soñando desde enero. Después de unas fotos, la devolvimos al agua. La alegría era de los tres, el desafío se había transformado en una cuestión de equipo.

Unos minutos más tarde, Nico aguas abajo clava otra marrón que después de una corrida donde parecía que se le pasaba por entre los pilotes del puente, finalmente se dio la vuelta y encaro río arriba. Después de un rato, logro sacarla del agua. Unas fotos y era hora de coronar el día con un buen asado.

 

Al día siguiente nos fuimos para la boca nuevamente. Nos encontramos con Claudio, el Colo y Ramiro, fue como si nos conociéramos desde siempre. A última hora, el viento era tremendo, el lago una furia de olas y el cielo que amenazaba con empezar a tirar unas gotas. Condiciones perfectas! Entramos al agua con una expectativa enorme. Llegaron varios pescadores más, y se desato un infierno de pique. A cada rato escuchábamos algún grito y enseguida veíamos saltando un pescado tratando de deshacerse de la mosca. Entre tanto, siento el grito de Nicolás “tengo una, es buena”, y acá los invito a leer su relato….

 

“Jueves 31 de Marzo de 2011, el viento sopló incesante durante  toda la noche, me despierto transpirado en medio de la oscuridad… lo he pescado nuevamente!

 

Hace casi 30 días vengo soñando día y noche con un pez  grande, feroz e inmaculado. Una marrón que muy pocos ambientes en el planeta pueden albergar, una marrón migratoria del Limay. He dado a conocer esto públicamente con el fin de registrarlo.

 

Es algo muy loco, he soñado todo tipo de peces y situaciones de pesca que luego ocurrieron.  Seguro a muchos de ustedes les habrá pasado.

Entro al agua a primera hora, sólo pica una marroncita chica. Le hacemos unos tiros al pool del guardapesca que viene con pescados hace varios días, nada. Volvemos con mis amigos a por un buen desayuno. Este se extiende en una larga charla y sesión de atado donde afloran algunas genialidades y otros engendros para el olvido.

A eso de las tres de la tarde me entran cosquillas y un ligero sudor en las manos, es el llamado del pez.

 

Apuro a mis amigos para ir al río. Cargamos de agua caliente el termo y vamos a la boca, situada a menos de 1000 metros del hotel. Al llegar hay un pesto infernal con ráfagas de viento intensas y el lago ha virado a un color azul intenso.

 

Nos ponemos a observar un cardumen de marrones desde el puente carretero. El grueso de los peces tiene entre 3 y 4 kilos y se ubica aguas arriba del centro del cauce hacia la costa neuquina. Se mueven mucho, están activos. Un pescador clava una que salta espectacularmente. Nos acercamos a felicitarlo y tomamos fotos.

 

Durante los últimos días noté que muchos pescadores usan moscas blancas. Viendo cómo presentan he encontrado más virtudes  que defectos. Mi amigo Carlos Vidal hace unos días perdió una grande que cortó al saltar como un delfín entre las ramas del árbol situado bajo el puente.

 

Cuando escrudiño el sector delante del árbol no veo al pez, no hace falta, ya estamos conectados de alguna manera.

Vuelvo al auto y armo el equipo. Cambio el tippet por un Máxima de 20 libras. Ato una mosca de unos 15 cm, articulada, color negro. Me la regaló Carlitos el año pasado aseverando: “Con esta levantamos las grandes”. La mosca es tan grande que la ato con un improved clinch en vez del clásico lacito, quiero que responda rápido a los comandos del leader.

 

Bajo del lado rionegrino porque sé que desde ahí  lograré la mejor presentación al pez que espera delante del árbol. Estudié durante los días previos las corrientes y mire pasar plumas y más plumas.

Siento el pulso acelerado, el río me transmite sensaciones fuertes, cuesta mantener la calma y racionalizar lo que estoy viviendo. Si se transforma en euforia, seguro no pesco. Reviso una vez más los nudos y estiro el running de monofilamento con cuidado. Me posiciono en una piedra que parece iluminada pese a su color negro. No sé porqué pero el asunto es desde “esa” piedra. Detrás está la barranca alta, aprovecho la ocasión para ejecutar un tiro que hace muchos años me enseñó el Pelado Ricigliano y hoy disfruto luego de tanta práctica.

Carlitos clava una enfrente, me detengo a observar la situación que me pone muy feliz.

 

Hago varios tiros, la línea desciende del back muy alto y viaja paralela al agua, la mosca llega tan lejos como imagine. Agradezco la lidocaína que mantiene mi mano del haul en paz, hace unos días me quemé feo con agua caliente.

Llega Luis que viene sacando fotos y charlamos unos instantes. Se va y hago un tiro más…

 

Unos 25 metros  en ángulo de 45° aguas abajo, la mosca cae 10 metros aguas arriba del árbol. Al tratar de moverla veo un tremendo lavarropas delante del árbol, asoma su cola enorme.  Aseguro jalando con la izquierda mientras el pez vuelve pesadamente el fondo. No da tiempo a pensar y arranca aguas abajo entre el árbol y el pilar, sujeto al máximo para darle vuelta la cabeza con la caña apuntando hacia mi costa aguas abajo. Da vuelta (100% suerte) y sale para arriba.

Un metro más y me ganaba…

 

Le pego el grito a Luis para avisarle! Veo la línea pasar llorando ante tanta presión mientras el pez supera mi posición antes de fondearse unos 20 metros aguas arriba. No lo presiono mucho como para girarlo aguas abajo, sólo le quito balance y  dejo que se canse nadando contra corriente. Le molesta mucho la situación y pega varias corridas cortas aguas arriba y hacia el centro del río. De golpe pega su único salto, extra heavy.

 

Varios minutos después logro arrimarlo. Si camino barranca arriba para vararlo no llego a tiempo o tomarlo de la cola, por otro lado, si lo arrimo con la caña me arriesgo a quebrarla por un mal ángulo. Decido jugarme la caña antes que darle chances a semejante bestia de revolcarse en aguas bajas.

 

La jugada me sale bien y lo tomo de la base de la cola al primer intento. Varias fotos rápidas tomadas por Luis y me despido. Festejamos invadidos por una alegría enorme y genuina.  Hace varios días venimos trabajando el río en equipo.

Era esta trucha, no otra. No puedo explicarlo ni racionalizarlo, son cosas que de vez en cuando pasan.”

 

A la noche no podíamos parar de mirar las fotos y contar los detalles. Volaban escamas para todos lados! Una emoción que solo ustedes, pescadores, entienden.

 

El sábado empezamos a pegar la vuelta, rumbo a Neuquén. Pasamos por Pichi Picún Leufú, a encontrarnos con Alejandro Beckmann, Domi, Hernán y Daniel. Pasamos una tarde espectacular, no había una gota de viento. Aprovechamos para pescar unas horas. Vimos subir un par de truchas que nos quitaron el aliento con solo ver sus embestidas contra desprevenidos pejerreyes. Un lugar espectacular al cuál seguramente volveremos, no solo a pescar, sino a visitar amigos.

 

Después de algunas horas, seguimos viaje para Neuquén. Teníamos previsto pasar a visitar  Chiche Aracena por su campamento. Finalmente hicimos una comida en Neuquén. Realmente es un placer escuchar a alguien que siente el Limay y conoce las marrones como nadie, y además dispuesto siempre a compartir sus conocimientos. Uno aprende con cada una de sus palabras.

 

Sin lugar a dudas, el Limay es un gran río, donde insistir da sus resultados y las marrones se hacen valer kilo por kilo. Ojala nuestras autoridades se dieran cuenta del recurso que tenemos.

Saludos a Todos!

Luis M. San Miguel.

24 de abril de 2011