Sin duda, la pesca con mosca en San Juan tiene su fuente originaria en las poblaciones de salmónidos introducidas en sus ríos a principios del siglo pasado. Por diferentes referencias, tenemos conocimiento que las primeras truchas llegan a San Juan aproximadamente en 1930, y si bien no son datos documentados, la historia de esas primeras siembras se encuentra teñida de misticismo y leyenda.


Dícese que fue Don Federico Cantoni, ex gobernador de la provincia, quien se abocó a la tarea de traer salmónidos a estas cuyanas aguas. Cuentan que trasladó ovas de Fontinalis en cajones con hielo y musgo, a lomo de mula, cruzando la cordillera desde Chile (resultaba más sencillo que encarar la extensa anchura de la cordillera frontal sanjuanina) hasta las nacientes del río Atutía, afluente del Castaño.

Relatan que una vez llegados al paraje elegido, siguieron las instrucciones de quien lo asesorara respecto de la siembra: armó pequeñas celdas de pedregullo dentro del cauce y depositó allí las ovas, apenas tapadas con gravilla y el mismo musgo en que las trasladaba. Y he aquí el detalle más pintoresco de esta reseña: por recomendación del piscicultor, Don Federico mandó a matar un mular y lo despanzó junto al lugar donde había hecho la siembra, para que al “amoscarse” el cadáver, sus larvas alimentaran a los pececillos que iban a nacer en breve.

Posteriormente, existen documentos -fundamentalmente fotográficos- y testimonios que dan cuenta de siembras de alevinos de arcoiris en las confluencias de los ríos Los Patos y Blanco, y Los Patos con el Castaño. Estas siembras se realizaron principalmente en las décadas del 50 al 70 y más esporádicamente en las décadas posteriores, a cargo de miembros de la Asociación Sanjuanina de Caza y Pesca, el Club Sanjuanino de Caza y Pesca, el Club de Pesca y Caza Departamentos Unidos (río San Juan y Dique de Ullum) y la Asociación de Pesca con Mosca de San Juan. Esta última institución fue la responsable de la presencia de salmónidos en el río Jáchal.

Paralelamente y fruto de la propia curiosidad por evolucionar que influye en todo pescador, se iniciaron las primeras experiencias de pesca con mosca en nuestras aguas. Muchos fueron los aficionados que se hicieron de un equipo de fly cast desde los años cuarenta en adelante, o que tentaron a la suerte tratando de capturar alguna que otra trucha en estos ríos, pero de esa minúscula comunidad surgen algunos cuyo protagonismo adquiere -sin duda alguna- carácter histórico.

El más antiguo quizá, y el primero en dedicarse profesionalmente a la comercialización de artículos para pesca con mosca en San Juan, fue Don Bruno Poniz, creador de las moscas “Bru-Pon” de gran difusión en los primeros años del fly cast en todo el país.

Otro de estos “libros abiertos” es Don Blas Erostarbe, “El Payo” para todo el mundo. Conocidos son los elogios que sobre él vertía Ginés Gomariz en su libro “Pescando Truchas”, y un orgullo para los sanjuaninos, que tenemos en él no solo a un pescador cabal sino también toda una autoridad en lo que a pescar truchas con mosca se refiere. Es un gran conocedor del Chimehuín, una cancha de pesca donde Blas “juega de local”.

Parco en palabras y gestos, sencillo y recto hasta lo inaudito, el “Payo” es un fiel representante de los pescadores de aquellas épocas en que la Patagonia era virgen y abundante, cuando “la fiebre de la Boca” atacó a varios y los tornó en fanáticos de sus marrones. Don Blas vive cinco meses de cada año de los últimos cincuenta pasados en Junín de los Andes, donde posee una casita. Allí, en compañía de su esposa, espera a las seis de la tarde de cada día para arrimarse en su R6 blanca a algún punto del largo Chimehuín para encontrarse casi indefectiblemente con alguna de las “abuelas del río”. Empleando su vieja Fenwick, siempre con línea de flote y moscas de su factura -generalmente Muddler Minnows lastradas o su creación “Eliana”, da clase a todo el que se acerque a mojar su línea en esas tardes. Pese a ser un guía de excelencia, su humildad sorprende.


A aquella generación de pioneros pertenece también el querido Víctor “Gringo” Mas, comprovinciano y tal vez uno de los mejores atadores de mosca de esa época que haya tenido la provincia en los primeros años mosqueriles. Víctima también de la “fiebre de la Boca”, pasó temporadas enteras en el Chimehuín en aquellos años en que todo era silvestre y las truchas gigantes se daban con generosidad. En su relato es frecuente escuchar acerca de atardeceres en que se podían prender dos o tres marrones que rondaran los seis kilos en las juntas del Currhué.

Sus soberbias creaciones en la morza eran de antología y pocas veces se ha visto Matukas de gallo atadas con esa calidad. Sus refinamientos llegaban a cosas hoy desconocidas como criar sus propios gallos o seleccionar personalmente los cueros de ciervas recién cazadas y curtirlos a la perfección. Para el Gringo la mejor salida de pesca solo se justifica si se acompaña con un buen asado de costilla. Es un excelente crítico de moscas y un pescador científico. Sus relatos sobre las viejas épocas resultan atrapantes por el realismo y fidelidad.

A estos maestros debemos mucho de nuestros conocimientos. Es apasionante conversar con gente que ha pescado codo a codo con pioneros de la talla del Bebe Anchorena, Joe Brooks, Allan Fraser o Jorge Donovan. Son pescadores experimentados, verdaderos caballeros de la caña, sin duda alguna un ejemplo de la integridad y generosidad que todo pescador de mosca debería tener.

De aquellos pioneros surgieron numerosos discípulos que a partir de los años noventa comenzaron a difundir e intercambiar experiencias sirviendo de base a la miríada de aficionados que se dieron a la tarea de integrarse institucionalmente.

Es así que el 22 de Noviembre del año 2001, en la casa del Sr. Jorge Bazán, se fundó la Asociación de Pesca con Mosca de San Juan, entidad pionera en la difusión de esta modalidad de pesca, pero además, de una profunda tarea conservacionista. Con esta institución de instala definitivamente en la provincia el concepto y la práctica de la Captura y Devolución.

Hoy se continúa con la tarea de todos estos visionarios, sumándonos a ella a través de la Asociación Mosqueros de San Juan, ampliando la comunidad de pescadores con mosca y contribuyendo al perfeccionamiento técnico con una neta orientación conservacionista que permita mejorar la calidad de nuestros ambientes trucheros.

Fue quizá ese noble mular entregado en sacrificio el que dio a nuestros salmónidos el temperamento persistente, empeñoso, que les permite subsistir en ríos tan ásperos y de carácter indómito, los más duros de la cordillera argentina.